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martes, 24 de junio de 2014

HOMENAJE A ANTOÑETE DE CLAUDIO RODRIGIEZ




 Me sumo al homenaje  que los aficionados  tributan estos dia a la memoria de  Antoñete, aunque creo que parte de mi vida taurina me la he pasado homenajeando a Antonio Chenel. Puede que sea el torero que, con Rafael Ortega, más culpa tenga de haberme metido en el laberinto taurómaco. Le dije un dia lejanísimo a Chenel que mi torero era Rafael Ortega y  casi se echó a llorar. Me dijo que el gaditano era mejor que él. A Rafael Ortega, lo descubrí por el Rincón del Sur, luego en la célebre corrida de la espantada de Curro Romero que salió de la Ventas conducido,  y por último en una o dos corridas en Barcelona. Son los dos únicos toreros  a los que he seguido por convencimiento. Los demás, con preferencias claro está, obligación de cronista taurino.

 El mejor homenaje que puedo rendir a Chenel en estos días es publicar el poema de Claudio Rodríguez, el único de toros que el gran Claudio escribió en su vida. Fue, a petición mía, para una carpeta en honor de Chenel, que en el 85 publicamos Antonio Leyva y yo: unos 40 escritores y otros tantos poetas. A Sabina, antoñetista acérrimo por entonces, no le pedimos poema porque habría escrito un soneto; y Sabina es un cantante genial pero sus sonetos  son muy malos.

Luego, antólogos y estudiosos del poeta zamorano, se han atribuido orígenes y descubrimientos de este poema; siempre torearon a toro pasado. El magnífico poema de Claudio nació para, y se publicó en,  esta carpeta de título sencillo: Homenaje a Antoñete. Con la Puerta Grande de las Ventas de portada: una carpeta, codicia hoy de bibliófilos  y antoñetistas. La primera traición a esta publicación la consumó un hermano de Paco Alcalde, que  la plagió  -dibujos y poemas-  en un  reportaje  de televisión española sin citar las fuentes. El poema de Claudio Rodríguez se titula, Entre la magia y la sabiduría y dice así:

“En esta sinfonía

del capote, que suena,

¿a qué?. He aquí el misterio.

Todo, la tela, el aire

de la distancia, toda la embestida,

agresiva y solemne,

y cuando el temple llega, ya es un canto.

He aquí un torero que aunque tenga nombre,

se lo va dando más, y quiere y salva.

Esa manera de andar por la plaza,

el movimiento interno, el del tanteo,

se maciza,

y hace tacto y aire al mismo tiempo,

cuando llega el embroque.

Aparición sin tiempo.

¿Frontal o circular?. ¿Es movimiento

o es reposo?.  

La lejanía, la proximidad,

helas aquí. Él bien sabe

la religiosidad del humo y de la sangre:

lo más vivo. Y llega

una revelación oscura, por la izquierda

o bien por la derecha; y está el cuerpo

ofrecido, total, en su pecho, en poderío y mármol,

entre la magia y la sabiduría”.

 Claudio Rodríguez

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