Me sumo al homenaje que los aficionados tributan estos dia a la memoria de Antoñete, aunque creo que parte de mi vida
taurina me la he pasado homenajeando a Antonio Chenel. Puede que sea el torero
que, con Rafael Ortega, más culpa tenga de haberme metido en el laberinto
taurómaco. Le dije un dia lejanísimo a Chenel que mi torero era Rafael Ortega
y casi se echó a llorar. Me dijo que el
gaditano era mejor que él. A Rafael Ortega, lo descubrí por el Rincón del Sur,
luego en la célebre corrida de la espantada de Curro Romero que salió de la
Ventas conducido, y por último en una o
dos corridas en Barcelona. Son los dos únicos toreros a los que he seguido por convencimiento. Los
demás, con preferencias claro está, obligación de cronista taurino.
El mejor homenaje que puedo rendir a Chenel en
estos días es publicar el poema de Claudio Rodríguez, el único de toros que el
gran Claudio escribió en su vida. Fue, a petición mía, para una carpeta en
honor de Chenel, que en el 85 publicamos Antonio Leyva y yo: unos 40 escritores
y otros tantos poetas. A Sabina, antoñetista acérrimo por entonces, no le pedimos poema
porque habría escrito un soneto; y Sabina es un cantante genial pero sus
sonetos son muy malos.
Luego, antólogos y estudiosos del
poeta zamorano, se han atribuido orígenes y descubrimientos de este poema;
siempre torearon a toro pasado. El magnífico poema de Claudio nació para, y se
publicó en, esta carpeta de título
sencillo: Homenaje a Antoñete. Con la
Puerta Grande de las Ventas de portada: una carpeta, codicia hoy de bibliófilos
y antoñetistas. La primera traición a
esta publicación la consumó un hermano de Paco Alcalde, que la plagió -dibujos y poemas- en un
reportaje de televisión española
sin citar las fuentes. El poema de Claudio Rodríguez se titula, Entre la magia y la sabiduría y dice
así:
“En esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué?. He aquí el misterio.
Todo, la tela, el aire
de la distancia, toda la embestida,
agresiva y solemne,
y cuando el temple llega, ya es un
canto.
He aquí un torero que aunque tenga
nombre,
se lo va dando más, y quiere y salva.
Esa manera de andar por la plaza,
el movimiento interno, el del tanteo,
se maciza,
y hace tacto y aire al mismo tiempo,
cuando llega el embroque.
Aparición sin tiempo.
¿Frontal o circular?. ¿Es movimiento
o es reposo?.
La lejanía, la proximidad,
helas aquí. Él bien sabe
la religiosidad del humo y de la
sangre:
lo más vivo. Y llega
una revelación oscura, por la
izquierda
o bien por la derecha; y está el
cuerpo
ofrecido, total, en su pecho, en poderío
y mármol,
entre la magia y la sabiduría”.
Claudio
Rodríguez
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