Los toros de Garcigrande blandearon; y eso que ni los matadores los forzaron ni
los picadores los picaron en exceso; lo justo y, en ocasiones, ni siquiera lo justo. Menos
el tercero, pura aceleración eléctrica, al que Miguel Ángel Perera respondió con una muleta también electrizante. Se
sosegó el torero, a medida que sosegó el toro su embestida, y armó el lio y el
taco. Como decían los viejos revisteros, “pases de todas las marcas”. Y sitio,
con las zapatillas atornilladas en el suelo. Un sector irresponsable de los tendidos pedía el
indulto, Perera, cómplice, se hacía el remolón mientras Matías le hacía gestos de que entrara a matar. Y al final Perera, de tanto marear la perdiz ensartó al encastado animal con un sartenazo
infame; en el pecado llevó la penitencia: perdió
las dos orejas y el toro fue justamente premiado con la vuelta al ruedo. Publicitaron
los Chopera la estampa y cornamenta de los Garcigrande/Domingo Hernández durante
todo el dia en el tuiter y la verdad que eran pura gloria. En el oscuro ruedo
de Vista Alegre lucieron su arrogancia; y también su ambigua mansedumbre, menos el bravo tercero.
Una grupo de amigos trata de convencerme de
algo de lo cual hace tiempo estoy convencido: la tortura no es cultura. Claro. ¿A quién se le puede ocurrir tal
barbaridad?. Tampoco creo que el asesinato sea una forma de convivencia por más
que Max Aub, via Thomas de Quincey, proclamara el crimen
como una de las Bellas Artes. Exageraciones de poetas. No hay crímenes
ejemplares, aunque alguno podría ser benéfico para la humanidad.
Desde que un tal Mosterin me reprochó que defender la tradición de la corrida en España era como
defender la ablación del clítoris en África, decidí que nunca jamás discutiría con antitaurinos, algunos de cuyos supuestos, sin embargo, podría compartir. Pero no hay forma. El asesinato es cuestión que se solventa con
ir al diccionario. Respecto a la tortura tampoco es difícil de resolver,
incluso sin necesidad de diccionario: práctica policial humillante y
desconsiderada, que tiene como objetivo obtener de la víctima, mediante
el dolor y el sufrimiento, información en beneficio
de un gobierno o un grupo político. Referida a los animales consiste en
maltratarlos con el único y exclusivo objetivo de hacerles sufrir. Ninguna de las dos circunstancias -la tortura como instrumento político y el
maltrato como sadismo- creo que sea aplicable a la corrida de toros.
Los toros salmantinos estaban
postrados no por malas artes torturadoras, sino por falta de casta, si bien el tercero podría ser el toro de la feria. La mano de seda de Ponce con el primero y su inteligente
firmeza con el áspero cuarto cerraron su
feria bilbaína sin trofeos, pero en plan figura, pese a algunas protestas con que fue despedido. La esencia de la tarde fue la rotunda faena de
Perera a un toro rotundo. El sexto fue menos toro y la faena menos faena, aunque el público quisiera ver en ella un calco de la anterior. La tenacidad un poco crispada de Julián López tapó en parte los
defectos de su lote. Perera fulminó al sexto, le pidieron la segunda oreja y ahí se vió la autoridad y categoría de un presidente; Matías González se enrocó en el palco y resistió las oleadas de gritos pendencieros. Actitud que mantiene la categoría de una plaza. En el palco no debe haber sentimentalismos baratos. Ni caros. Mañana, con unos tendidos convulsos a favor de Perera, será una tarde clave.
De lo más cabal que he leido sobre lo de ayer en Bilbao solo veo en falta algo que yo añadiria en la reseña del 6º "Perera fulmino al 6º".. de un SARTENAZO y le regalaron una oreja
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