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viernes, 27 de febrero de 2015

RUEDO IBÉRICO. REIVINDICACION DEL PATEO


 Un comentario mio a vuela pluma sobre La cisma de Inglaterra nos ha llevado a Peris-Mencheta y a mí a un raro contubernio: montar una Asociación Antiestreno y  de reivindicación del pateo, higiénica práctica hoy en desuso; en un estreno todo son parabienes y yo empiezo a huir de ellos como de la peste. Nos falta un Valle Inclán, no solo como autor, sino en el patio de butacas metiendo bulla y gritando: "aquí la única autoridad soy yo". A Mencheta  le pasa lo mismo que a mí, sólo que él, como actor, no puede porque tiene que estar en el escenario; y el dia del estreno, más. La idea me la ha sugerido el gran don Ramón, a cambio  de que lo nombremos jefe de claque. Eso está hecho. Lo que empezó en sensible desacuerdo entre Peris-Mencheta y yo, por culpa de un diapasón de más o de menos,  terminó en clara aproximación de opiniones. Este diálogo es el que le falta a la vida de España, país un poco cafre y de políticos más cafres todavía.Cuando vuelva Valle se van a enterar.
La Cisma, de la que Peris-Mencheta es protagonista, es un texto demasiado intenso de Calderón que la versión de Gabriel Antuñano, su verso ligero, hace más llevadero. Bello montaje de Ignacio Garcia con emotivos momentos de emoción estética que, a la espera de la publicación de un comentario de más profundidad, califico de espectacular.
 En el estreno me encontré con  Rosana Torres, a bordo del Ferrari de su silla de ruedas que me dijo, "Javi, yo ya no estoy para Bolena"; a lo cual le respondí: "tranqui Rosana, tampoco yo estoy para Carlos, embajador de Francia". Palabra que fue una de las cosas más celebradas de la estruendosa noche del estreno.
Muchos celebraban la interpretación de Maria Morales en Como si pasara un tren, cosa que también se hace  aquí, unas líneas más abajo, y maldecían la acumulación de estrenos en un mismo dia. Les gustaría estar en todos a la vez, tal es s fiebreestrenista. Los mandamases de la cosa debían programar con un poco más de discernimiento y no acumular media docena de estrenos en una noche; eso sin contar con el circuito alternativo al que yo no doy abasto. Aunque a mí poco ha de importarme ya, sobre todo si esa Asociación Antiestreno y de reivindicación del pateo llega a cuajar. De momento ya cuenta con dos socios: Peris-Mencheta y un servidor. Y Valle Inclán al que acabo de nombrar presidente de honor

 El raro desdén de televisión por la cultura. 
En televisión se ha montado o se está montando el quilombo porque, según dicen, los progres de nómina  se ven desplazados por una invasión de ultraderecha. Los progres no son de izquierdas; son simplemente progres. Es decir, a la última venga de quien venga. Pudiera ser cierta esa invasión de ultraderecha, no digo que no; aunque más que facciones políticas, que también, lo que ha habido  siempre en TVE son castas: la casta de Diego Carcedo, la de Iñaki Gabilondo, la casta de Alfredo Urdaci, Saenz de Buruaga, González Ferrari, Garcia Candau, María Antonia Iglesias.

Y  la casta de Fran Llorente, que fue la casta de las castas, con permiso de María Antonia Iglesias. O las subcastas de subalternos con mando, como un tal Manuel Román que exigía prestaciones sexuales a redactoras de buen ver, no siempre con éxito todo hay que decirlo. Atención PODEMOS a esto de las castas. Nunca ha habido libertad en televisión española; ha habido castas en línea directa con el teléfono rojo de la Moncloa. La Voz de Su Amo. O sea la voz del Gobierno de turno.

Con la  cultura  TVE ha sido especialmente desdeñosa. El único programa digno de tal nombre, emergente y  con creciente audiencia, fue Cultura con Eñe, relegado a las cuatro de la madrugada en la segunda. Una lectora amiga, Gloria Sánchez Grande, me recuerda un chisye de Luthiers: "culrtura para todos a las cuatro de la mañana".  Por ese programa, en el que el café de los invitados lo pagaba el personal y los viajes los propios invitados, aunque viniesen desde Sevilla, Barcelona  o Euzkadi, pasaron, entre otros,  las siguientes personalidades de la cultura española: García Sánchez, Azcona, Gonzalo Santonja, María Jesús Valdés, Alfonso Sastre, Gonzalo Suárez, Norma Aleandro, Jes Franco, Luis Francisco Esplá, Gil Parrondo, Luis Eduardo Aute, Salvador Távora, Boadella, Ernesto Cardenal.

Algunos nos quedábamos hasta la madrugada por ver los equilibrios que habían de mantener José Antonio Pérez Piñar y Ana Merino Herrero, responsables de aquella aventura  y  amenazados de pasillo, que era el baldón para cualquier profesional de la casa desligado de las castas. Claro que hora tan intempestiva disminuía los riesgos.  A esa hora, la gente duerme, huelga o retoza. ¿Quién iba a ver televisión a esas horas? Fue un programa insólito. Por la alusión explícita a España la estupidez congénita de cierta progresía lo consideraba de derechas. Y  Fran Llorente, Fran el libertador, tras el monográfico sobre Alfonso Sastre y la soflama incendiaria de Santonja, consideró programa maldito. A ver quién se atreve hoy    a resucitar aquel programa que tenía la mala costumbre de cerrar con un poema en boca del propio poeta. Buena parte de toda la poesía española, joven o menos joven, vanguardista o tradicional, pasó por esas madrugadas con eñe y con insomnio.

 

El tren de la libertad. En la Max Aub.

En Como si pasara un tren, de Lorena Romanin, dirigida por Adriana Roffi  hay tres personajes que brillan por contraste; una madre solitaria y super protectora; además de miedo,   en toda divinidad super protectora hay autoritarismo. O sea super protección de uno/a mismo/a. La madre, sola y abandonada, tiene un historia que el hijo psicológicamente disminuido, no debe conocer. En realidad son cuatro personajes, pero la hermana que constantemente está al otro lado del teléfono es el otro yo de la que está en escena.

 Ambas protegen a sus hijos de males imaginarios,  más temidos que reales: una, la ausente, protege  de la droga a la hija porque esta  se ha fumado un porro; otra de la amenaza del mundo a un  disminuido,  pero  lúcido e inteligente cuando puede expresarse en libertad. Ambos mundos, la supuesta drogota y el supuesto discapacitado, coincidirán en un  apoyo  mutuo y liberador. Esa complicidad cambiará el brutal determinismo al que los quieren condenar.  Un tren de juguete será el símbolo de la libertad, un tren que como un sueño  recorre todos los paisajes y llega hasta las nubes.

El eje de la función es la madre, una gran María Morales, todo un carácter, en torno a la cual giran los problemas: los reales y los inventados. Una mujer de carácter para una actriz de carácter. En ella se apoya  un texto dirigido por Adriana Roffi,   chispeante a veces, violento otras, herido siempre; no del todo bien resuelto pese a sus virtudes. El final se precipita y pilla un poco de sorpresa y a contrapié; el final, desde la escapada a la estación de los dos muchachos está un poco atropellado. Es como si la autora tuviera prisa por hallar una solución que no acaba de encontrar.

Un lúcido desparpajo, una rebeldía fresca, sin rencores, razonable, en la Valeria de Marina Salas; nunca llegará a la violencia de  su primo cuando descubre la gran mentira. Puede esperarse mucho de esta muchacha lo  mismo que puede esperase de Carlos Guerrero, enfrentado al difícil personaje de Juan Ignacio.   

3 comentarios:

  1. Ha obviado lo mejor de la función: MARÍA MORALES...

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  2. Supongo q no le causó gran impresión para ni nombrarla...

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  3. No es cierto. Resalté valoré el trabajo de María Morales como puede dedurcirse de la lectura de la crítica: personaje eje y actriz eje, Se cayó el nombre por un azar indeseable y lo recueperé y maticé nada más recibir su reproche por MAIL. Veo ahora la posibilidad de dejar constancia de ello. No me manejo muy bien con estas csas.

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