GOLF,TEATRO Y POESÍA
En Sotogrande no solo se juega al golf,
juego contra el que nada tengo, aunque sea incapaz de distinguir un
bogey de un albatros. Este semana Antonio
Garrigues y su gente han hecho celebraciones en torno a la Generación del 27, que es la columna
vertebral de la poesía española del siglo XX. Y de otros siglos. Un nuevo Siglo
de Oro en torno a Góngora y de refilón a su enemigo Quevedo. Escribí a Garrigues pidiéndole el papel de Luis Cernuda que para mí,
crece y crece cada dia. Recordar a la generación del 27, en una etapa
histórica en que cunde al analfabetismo y un alcalde ágrafo de Sabadell quiere quitarle
la plaza a Antonio Machado, del 98 señor
edil, me paree un acto patriótico. No me gusta invocar el patriotismo porque
recuerdo Stanley Kubrick en Senderos de gloria: “el patriotismo
suele ser el último refugio de los canallas”.
Luis Cernuda es posiblemente el único poeta maldito verdadero de la poesía
española: el solitario, el dandy. Leopoldo María Panero es un maldito gestual
de tono menor. Mi modelo de malditos con todo sigue siendo Rimbaud, que nada
tiene que ver con la Generación del 27, salvo que el departamento cultural de quienes
han acusado a Antonio Machado de
españolista retrógrado, diga lo contrario.
Garrigues ha hecho un guión denso con
pleno conocimiento del tema de ese grupo milagroso que apadrinó Ignacio Sánchez Mejías, el torero
ilustrado, banderillero de Joselito,
con cuya viuda, Encarnación López Júlvez, la Argentinita se casó. Encarnación
es también plena generación del 27, en otra vertiente. Y quizá la mujer más
trágica y desafortunada del siglo
XX español. El toro mató a los dos
hombres que más amó, José e Ignacio.
Y el toro negro de la incivil guerra de España se llevó por delante a Federico,
su numen Garrigues me habla de Pepin
Bello al que el pintor Caneja adoraba desde la Residencia. Nunca escribió una
línea y ha pasado a la posteridad como otro 27 más entre los cuales oficiaba de
árbitro e inspirador. Pepín Bello era un genio. Lo decía Caneja y es sabido que
lo dicho por Caneja iba a misa, aunque jamás pisó una iglesia.
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