Isabel Fernández Almansa Caneja
Me preguntan, conocedores sin
duda de la obra y vida de Caneja, cuál ha sido el destino de dos retratos de Isabel
Fernández Almansa, su esposa (in Memoriam) y heredera; una cabeza a carboncillo,
obra de Baltasar Lobo, el gran escultor zamorano, y otro de cuerpo
entero, obra de Javier Clavo. Ambos eran propiedad de Ana Merino
Herrero, periodista, a quien testamentariamente, se los legó Isabel. Muerta
esta, Ana Merino Herrero decidió donarlos a la Fundación Caneja para que
estuvieran cerca de la obra de su marido, a ser posible expuestos. Un sencillo
papel, redactado a mano y firmado por Rafael del Valle, dejó constancia
del hecho, “he recibido de Ana Merino Herrero etc.etc.”. La política expositiva de una Fundación
obedece generalmente a necesidades de espacio más que a criterios personales.
Los propios fondos de Juan Manuel, su antología que reúne lo mejor de su obra,
están sujetos, creo, a esa exigencia rotativa. En mi libro Caneja, una
mirada del siglo XX (editorial Akal) dejo constancia de la distribución del
resto de la obra canejiana en Madrid, Valencia, Palencia y León, me parece
recordar
Me preguntan también cuánto Javier
Villán debe a Palencia y cuánto Palencia le debe a él, “si es que Palencia
le debe algo”, matiza el preguntador. A Palencia, gracias a mis padres que en Torre
de los Molinos me trajeron al
mundo, le debo el privilegio de ser paisano del judío carrionés Sem Tob, el de los proverbios, y del también carrionés don Iñigo López de
Mendoza, el de las serranillas. Y
paisano de los Berruguete, de Jorge Manrique el de las coplas, de
Gómez Manrique, señor de Amusco, tío de Jorge. Y del escultor Victorio Macho, revolucionario
en su tiempo, autor del Cristo del Otero que señorea y bendice la gran
planicie de Tierra de Campos. Le debo también a Palencia, un paseo con
mi nombre al lado del rio Carrión, cerca de una calle dedicada a Juan
Antonio Bardem que en la ciudad castellana rodó unos planos de Calle
Mayor. El paseo me lo puso Heliodoro Gallego, cuando fue
alcalde. Me siento suficientemente recompensado, estando en el callejero al
lado del director de Muerte de un ciclista.
Contribuí, eso es indiscutible,
bajo orientación e iniciativa desinteresada de Isabel Fernández Almansa, a
que los mejores cuadros de Juan Manuel Caneja, quedasen en la Fundación,
que pilota un canejista fervoroso como el historiador Rafael del Valle, y
pone en marcha en el día a día, la eficacia vigilante de Rubén del
Valle. La Fundación es hoy el eje
cultural de la provincia. El “pulmón cultural”, como se me ocurrió denominarla,
cuando iniciábamos los trámites de su constitución, lo cual suscitó el cachondeo del ingeniero metido a
novelista Juan Benet. Sin embargo, en Madrid 1950, este escribe
una memorable página sobre Caneja. Por
fortuna, el galgo, como le llamaba Isabel a Benet, se desentendió pronto del
asunto. Juan acompañaba a Isabel
a visitar a Juan Manuel al penal de Ocaña, aunque el verdadero amigo de Caneja
era Paco Benet, su hermano, que vivía en París y organizó la fuga de Cuelgamuros
de Lomana y Sanchez Albornoz.
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