Diego Urdiales. Cómo conocí al mejor torero del momento
Conocí a Diego Urdiales en las
Ventas, una tarde de agosto con los tendidos vacíos pues los japoneses se
habían marchado vomitando y el festejo no daba siquiera para esos afamados y
rigurosos aficionados que no se pierden una corrida de agosto. Es fama y verdad
cierta que Antonio Chenel, el voluble Antoñete de los huesos de
cristal, malalimentados por el hambre de posguerra, cuando estaba sin tabaco se
apuntaba a una corrida de agosto, dura e intoreable. Dictaba su lección y con
eso le caían algunos contratos y arreglaba, más o menos, la temporada. Yo
tomaba notas, como de costumbre, entre toro y toro. En esto se sienta a mi lado
un muchacho con cara de avispado. Y se inició el siguiente diálogo.
El Muchacho.- ¿Es usted Javier
Villán?
Yo.- Sí, soy Javier Villán
Muchacho.- Ese que escribe cosas
tan bonitas de Cesar Rincón?
Yo.- Bueno, escribo de Rincón y
de todos los que torean bien.
Muchacho. – Pues sabe lo que le
digo a usted? Que un dia escribirá de mí tan bien como escribe de Rincón. Me
llamo Diego Urdiales.
La cosa quedó ahí y no volvimos a
vernos hasta una feria de San Mateo, en Logroño en casa de Carmen García
García y Pedro Mari Azofra, cuya casa era refugio de feriantes pues
en ella la cocina de Carmen y el vino de Azofra, marca Muga eran famosos
en toda la región. Este era el magister bibendi y Carmen la magistra
manducandi. Manos de guisandera prodigiosa. Un santuario. Ese dia estaban
también presentes José Luis Blanco, farmaceútico de Almazán y Julia Sánchez Dorado, su mujer, psicóloga de profesión, con los que Ana y yo mantenemos
una amistad persistente, pese a
nuestras cruentas rivalidades en el mus. Sabido es que en una partida de mus no
hay piedad y al enemigo ni agua.
Me parece recordar que la última
corrida que presencié fue una de Urdiales, cerca de Curro Romero que
ya empezaba a difundir la especie de que Diego debiera haber nacido en Triana.
Bien está Triana y la calle Pureza, pero démosle a Arnedo lo que es de Arnedo.
Cuando un jurado libre de toda sospecha otorgó a Urdiales el premio Quimera,
el tablao de Antorrín Heredia, Curro Romero cantó unos fandangos de
Huelva con gran disgusto de Carmen
Tello, que temía perder el tren a Sevilla,
y con el beneplácito de todos los asistentes. Romero tenía la voz rota y
se disculpó lamentando que con esos fandangos ni él ni nadie se rasgarían la
camisa como nos había ocurrido a él y a mí alguna noche por Triana.
De Diego Urdiales he escrito
mucho y bien, quiero decir elogiosamente, aunque quizá no tanto como se merece.
Me prestó su vestido grana y oro con el que debutó en Madrid, para mi librito Diálogo
con el vestido de torear, joya bibliográfica que hice con Maite Turrez y con Cris
Gaviria, hoy casi inencontrable. Hoy
aquel muchacho que en Arnedo era pintor de brocha gorda, es un grande de la
torería, acaso el más grande. ¡!!Su natural!!!. Y su forma de salir de la cara
del toro.
Salvando las insalvables
distancias entre Picasso y yo, podría parafrasear lo que el genio dijo de Luis Miguel
Dominguín, “vuelvo a los toros por tí, Luis Miguel”. ¡!Vuelvo a los toros por ti, Diego
Urdiales!!!
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