Fauna y flora. Del Café Gijón.
III. MARISA, la Filósofa mística..
Era muy guapa, O para decirlo con
palabras más exactas estaba muy
buena. Culo redondo y exigente que
empezaba allí donde terminaban dos espléndidas piernas como columnas jónicas.
Rubia, de melena ondulada hasta los hombros. Boca siempre fruncida en un desdén
y labios ligeramente carnosos. Ojos entre verdes y azules, mirada dura. Miraba
al resto del Café con cierto desdén compasivo.
Si era puta, como algunos afirmaban, no lo proclamaba a las claras, como hacia
la desvergonzada Sandra, cuando alguna señora enjoyada le pedía un autógrafo,¨señora, que no soy
actriz, que soy puta¨. Marisa llegaba con una carpeta llena
de papeles en la que almacenaba escrita su monumental filosofía que consistía, más o menos en un
cierto panteísmo basado en el amor universal y el misticismo. Me los daba a
leer por capítulos, sin sacarlos del
café, o en su piso, pues temía si los
prestaba que se los plagiasen. En el fondo pretendía publicarlas y buscaba editorial. Nunca me arriesgué a
presentarle el proyecto a ningún editor.
Era irónica, mordaz y un poco basta, pero podía ser refinada y cautelosa
en el trato. No era una bohemia, sino en cualquier caso una acompañante de lujo
para señores maduros con muchos posibles. Acaso una sáfica solitaria. Se sentaba en la segunda mesa de la primera
fila, llegaba sobre la doce de la mañana y se marchaba cuando empezaban a
servir comidas. Una vez que la invité a
comer en un restaurante de la calle Augusto Figueroa fue parca en el menú al
que solo puso remilgos. Estaba acostumbrada, se notaba a la legua,
a otros lujos, aunque no los pagara ella. Tomó una tortilla francesa porque el pescado
le pareció deleznable y un poco de ensalada que acabó rechazando con un mohín
de asco. Su inclusión, pues, entre la
fauna y flora del Café de Gijón está plenamente justificada.
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