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lunes, 20 de septiembre de 2021

 

Los cromos de Andrés Amorós

Cromos que venían en las tabletas de chocolate y que a mí, hoy,  me recuerdan mi espléndida colección de futbolistas que eran la envidia de los demás muchachos de mi pueblo Torre de los Molinos. Este álbum, editorial El Paseo, Sevilla,  va más lejos; desde Lilí Alvarez la cosmopolita, escritora¨, intelectual,  ¨polígrafa¨ y elegantísima campeona de Wimbledon, que practicaba todos los deportes y todos con éxito, hasta Jesse Owens , la bala de los cien metros, un negro que humilló a la raza aria y a Hitler en los Juegos Olímpicos del 36 en Berlín.

Andrés Amorós es lo que podíamos llamar un polígrafo o sea,  hablando en román paladino como Berceo, un sabio que escribe de muchas cosas. Como actualmente apenas  leo periódicos, salvo el Mundo de Jorge Bustos y Antonio Lucas para comprobar con tristeza su decadencia y vertiginosa degeneración, no sé si Amorós sigue haciendo crítica de toros en Abc. Lo que sí recuerdo con verdadero gozo es cuando ¨competíamos¨  en escribir algunas crónicas de toros en romance  sin que nos cojeara ni un verso, ni una rima, ni un ripio. Unos lectores de ambos, muy amigos  míos,  los hermanos  Manuel y Alfonso Polidura, mexicanos,  me decían,  ¨compadre apriétese los machos,  que don Andrés   está pegando fuerte¨. Yo creo que don Andrés era más  notarial, más técnico a la vieja usanza, reseñando lances, muletazos y promenores,  era más benévolo en sus juicios que yo, y yo más dado a los artificios literarios. Me  dijo un dia en la Feria de Abril de Sevilla después de una célebre crónica en romance, ¨esto solo lo podemos hacer tú y yo¨. Era cierto, pero yo estaba en una etapa muy competitiva y en San Isidro me marqué una crónica en sonetos, siete sonetos, uno al paseíllo y uno por cada toro,  describiendo las faenas con la misma precisión que si lo hiciera en prosa. Lo cual propició que me otorgaran el premio Gregorio Corrochano compartido con Carlos Ilián, por su columna diaria de toros en Marca, periódico deportivo. El premio fue una pluma estilográfica de oro que conservo, la primera y más querida en mi colección de más de un centenar. Solo para escribir a mano poesía con tinta negra.

El subtítulo de este álbum, editado por el Paseo y  primorosamente ilustrado por Carbajo,  es muy ilustrativo, Héroes y mitos del deporte mundial en tiempos sin Wikipedia. Libro nostálgico que a los aficionados al deporte, inevitablemente, nos llena de melancolía. Entre mis preferidas de estas semblanzas, Jesse Owens, el negro bala inalcanzable  que humilló en 1936 en Berlin a Hitler y la superioridad de la raza aria; mi paisano Mariano Haro, el león de Becerril de Campos, que descalzo corría más que las perdices y las cazaba al vuelo;  Gainza ¨´el gamo de Dublin¨,  Zarra  y la legendaria delantera del Bilbao, Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza.  Mi amigo Zarra, cuyo gol derrotó a la pérfida Albión y un dia en Bilbao, Corridas Generales años 90 del pasado siglo, me dio un beso en la frente por una crónica, inmerecida según él,  que le dediqué.

 Para mi zozobra, en este Album la ausencia del cubano  Legrá, campeón mundial de boxeo,  de los ligeros creo recordar, el limpiabotas que luego coleccionaba pares de zapatos, hasta 400 llegó a tener. Peor me parece  la ausencia de Manuel Santana, la muñeca mágica de seda, en beneficio de Jimeno, un genteltman que brillaba en dobles gracias al sacrificio de Gisbert, claramente inferior a Santana; o  la de Pelé subsumido en Garrincha un maldito, un demonio de la vida con las piernas torcidas, dios de mi niñez. Y para mi desconocimiento u olvido, un tal Marsal, ¨el gol del minuto largo¨, o Alfonso Silva, el Matemático del Balón, o Juan Arza, el Niño de Oro. Alfredo D,Stéfano, el mejor. Hoy el fútbol puede que sea el verdadero opio del pueblo, además de un negocio desmesurado y sin duda justificado por la macroeconomía; pero entonces, en mi niñez, el fútbol nos hacía libres. Un álbum, tabletas de chocolate, cromos  y una simple pelota de trapo para meter goles en una portería cuyos límites marcaban dos  pequeños montones de piedras. Y por arriba, el cielo altísimo.

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