NO HAYA BURLAS CON CALDERÓN
EL DIA MATAMOS a CALDERón de la BARCA en el Café Gijón
Entre la fauna y la flora del
Café de GIJÓN, auténtico ROMPEOLAS de todos los LETRAHERIDOS de ESPAÑA, el dia
que pegamos un tiro a Calderón de la Barca, literalmente, no fue un dia de luto
y no hubo duelo, sino jubilo. Créanme que, en COSAS gijonescas sé no poco, y también
no poco alcanzo de las calderonianas. No tanto como Ignacio AMESTOY, que en
cuestiones de CALDERÓN lo sabe todo. O sea que como Pico de la Mirándola, el
renacentista omnisciente, Ignacio puede hablar, en lo referente al autor de La
vida es sueño, de omne re scibili et quacumque allia. Es decir, ¨´de todas
las cosas que se pueden saber y de cualquier otra.¨
Ignacio acaba de publicar en una excelente
edición de la afamada Biblioteca Castro, un libro que será admiración de los
tiempos presentes y, aún más, iluminación de
tiempos venideros. JUAN PEDRO CALDERON de la BARCA, al que aludo, se quitó el Juan para mayor identidad
con el vate del Siglo de ORO. Para más inri, también escribía comedias,
horrendas comedias para las que no hallaba ni director ni actores ni teatro. Era
hombre acaudalado y se sentaba a la mesa de los poetas impecunes, ya que gozaba
con nuestra compañía. Nos leía sus engendros y aplaudíamos con fervor, que
obligación era, pues pagaba los abundantes vinos que trasegábamos
incontinentes. Un dineral le costaba sus éxitos a Pedro Calderón de la Barca. Pero un dia a punto estuvo de romperse esta relación
lúdico comercial y todo el Café concluyó que se había consumado una tragedia,
aunque prevaleció el sentido del humor de don Pedro. Ya que no talento para la
escritura, don Juan Pedro Calderón de la Barca demostró grandes habilidades para la interpretación y el enorme sentido del
humor que, con precisión, explica Ignacio Amestoy en su impecable estudio de ediciones
Castro, Calderón esencial, del cual prometo ocuparme ampliamente los
próximos dias. La seriedad del faro y
guía contrarreformista del Siglo de Oro, la purgó éste, creo yo, con sus
comedias de enredo, filigranas de gran sutileza y humor.
Ocurría que entre los poetas impecunes del
Café, había uno muy adinerado y muy burgués, Helio Robles, ingeniero muy brillante
en asuntos de informática, con un irreverente sentido del humor. Una tarde, de pronto, sonó un disparo y en el silencio cementerial que
sobrevino, se oyó la voz de Helio Robles que, con una pistola de fogueo en la
mano, clamaba, ¨´Te dije que no volvieras a escribir comedias ni tragedias. Tú
te lo has ganado, avisado estabas¨´. Juan Pedro Calderón de la Barca, hizo un
muerto de rara perfección yacente inmóvil sobre la mesa. No recuerdo cómo acabó aquello. Creo que, más
por guardar las formas que por convicción, los dueños del Café Gijón, que eran
primos, Pepote el Grande y Pepe, al que llamábamos el mono, nos expulsaron y prohibieron la entrada en el
local durante una semana
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