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jueves, 5 de noviembre de 2020

 

 Rodrigo Francisco; o la realidad compleja

Era inevitable que Rodrigo Francisco, hombre de teatro en las distintas facetas del mismo, desembocara en la escritura por la puerta grande, símil taurino que posiblemente no le va a disgustar. Fenda, traducida al castellano como Brecha, ha sido estrenada por el Teatro de Almada con dirección del propio Francisco, y ahora la publica la Revista ADE, órgano de la Asociación de Directores de escena de España. Gabriel Antuñano escribe un excelente ensayo sobre la misma, Del infinito al cero, invirtiendo sagazmente el recorrido habitual “del cero al infinito”, lo que cuadra bien a la dramática  de Rodrigo; soledad del hombre, aislamiento de generaciones y clases sociales. El mundo no es un continuum, sino una yuxtaposición de circunstancias, personas y sucesos. Podría decirse que carece de dialéctica en el sentido estricto y clásico del término, la concatenación de causas y de efectos. Pero eso no es del todo cierto, la dialéctica de Fenda es un proceso interno del texto teatral y la acción escénica. Más que fragmentación, cabe hablar de autonomía de los distintos elementos El teatro como una manifestación sensorial plena, como una explosión de los sentidos, sin abdicar por ello de una profunda base intelectual.

 Rodrigo Francisco está hace tiempo al frente del Teatro de Almada, a cuyo festival le guardo especial gratitud. Me dieron el Premio Carlos Porto por mis críticas en el Mundo. Fue una noche memorable en un anfiteatro abarrotado por casi mil personas cuya adhesión estaba asegurada desde que abrí mi discurso con estas palabras: “gracias por este premio que   merezco, sin duda, pues carezco de autoridad para desmentir al jurado que me lo ha concedido”. Aplausos atronadores. Todo el Festival fue digno de recordación por la programación impecable de Rodrigo y por el calor humano que cada acto desprendía. Quizá esa sea la definición que mejor cuadra a la personalidad de Rodrigo: un ser humano que aplica el dinamismo caliente   de la pasión romántica a la frialdad de un intelecto riguroso.

 Es un gran hombre de teatro forjado en todas las peripecias del mismo y  ha convertido Almada en un centro esencial de la escena europea donde confluyen culturas, personalidades diversas, aprendices y maestros.  Su biografía es corta, pero profunda, de esas que te obligan a pensar que lo mejor está por venir y que cada paso que da es irreversible y anuncio, a la vez, de un paso superior, una progresión. Leo, en fecunda tensión de confinamiento, Fenda, obra de dos personajes, Catarina Nunes y  Simao da Veiga, dos triunfadores, ella como estrella de la televisión y él como productor de esos programas de gran audiencia, un hombre sin escrúpulos: todo el mundo ve esos programas  insustanciales  aunque, supongo que,  por su baja calidad, nadie lo confiesa. Conflicto no solo de dos personajes más o menos afines, sino algo más profundo que aborda el choque entre cultura e intoxicación;  entre machismo y feminismo con ramalazos de racismo, de seducción imposible y del abismo que separa a las generaciones. Un cierto nihilismo no paralizante. Como si Rodrigo Francisco y sus personajes estuvieran convencidos de que la verdadera tragedia de los hombres es la esperanza. Algo sobre lo que teorizó con frecuencia   Buero Vallejo, siguiendo, me parece recordar, la estela de Arthur Miller.

 

 

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