En ese momento difuso del duermevela sanferminero y aleatorio -donde
te pille- que precede al estruendo de las peñas camino de la plaza, un amigo me
llama para darme una “gran noticia”: JT ha rechazado el Premio Joaquín Vidal. Está visto que JT nació solo para el Paquiro. Bien, pues yo no veo por ningún lado la gran
noticia; a lo sumo un exceso de fetichismo de los organizadores del Premio y un
exceso de descortesía por parte de JT: un desplante de héroe inconcluso y mal criado. A lo sumo, un agravio innecesario contra un escritor que está por encima de esa bobadas
de JT; y que, difunto, no es responsable de su premio. Cuando, a lo peor, no nos acordemos de quién era o, sobre todo,
quién dejó de ser JT, seguiremos
releyendo las crónicas de Joaquín Vidal, el mejor cronista de una generación, en el fondo
y en la forma, que se forjó en los 60-70. Después vinieron otros.
Blandito, tan blando de remos que de
carácter, el que abrió plaza. Incómodo. Profecía de que la corrida de Dolores Aguirre no repetiría el triunfo
del año pasado. Y Uceda Leal tan elegante como siempre y sin
despeinarse. Uceda tiene la virtud de no
perder la compostura aunque pierda los papeles como los perdió ante el doloresaguirre. En el cuarto, también
dificultoso, tiró por la calle del medio
y, al estilo de Curro Romero, se lo
cargó en un pispás. La gente no se
inmutó, aunque resulta evidente que Uceda Leal no es el Faraón de Camas. Todos siguieron entregados al festín.
Mejor fue el segundo, que también
flojeó y perdió las manos. Se le fue a Francisco
Marco, aunque algunos lances y muletazos dejaran constancia del sentimiento torero de Marco. ¿Qué
se puede pedir a diestro que mata dos o tres corridas al año?
Reconfortada por
el trago y la universal cuchipanda gastronómica, la voluntad del público suele estar
mejor dispuesta en el quinto. Ni así logró el torero navarro meterle mano al toro
más malaje de la tarde.
Bueno el tercero con un fondo de
casta y nobleza, pero inválido: un cojitranco casi tetrapléjico. A los
cojos se les supone siempre mala leche y no se les reconoce la bondad que, por
otra parte, tampoco les sirve de nada. Las manos enfermeras de Antonio Gaspar Paulita aliviaron sus penas sin
que de ello el diestro sacara beneficio ni
provecho. El temple y la torería de este buen torero, desplazado o poco reconocido, parecía trámite
insustancial: no se puede torear a un muerto; a lo sumo rezarle un gorigori
descreído. Y eso parecían los lances y los muletazos de Paulita: oraciones fúnebres. Y no logro redimirse en el sexo, el más descastado.
Pitones de piedra pedernal, guadañas
templadas en el fuego de la fragua, patas de trapo. O sea los doloresaguirre de ayer. Tan serios y hoscos de semblante, que
daban miedo. Tan blandos, menos el cuarto y el quinto, que daban pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario