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miércoles, 9 de julio de 2014

TEATRO; SER FELICES CON CURVA O SIN CURVA



Eduardo Galán es un autor dúplice; por un lado la comedia, de otro el drama duro. En ambas vertientess existe una característica común: la agilidad de diálogos, la buena estructura dramática. La curva de la felicidad, en colaboración  con Pedro Gómez, pertenece a la línea de la comedia, bien trazada y con un punto de ironía, de crítica social sobre las insuficiencias y limitaciones  del macho. En los últimos tiempos hay una tendencia generalizada a hacer repartos con caras  famosas de la televisión o de la radio: aquí el Monaguillo. Es un efecto reclamo perfectamente lógico, pues la audiencia en cualquiera de  ambos medios se supone que debe tener efectos multiplicadores sobre el escenario. 
Ahora, o quizá siempre lo hubo, hay un efecto de ida y vuelta; la pequeña caja tonta, caja basura, devuelve al teatro parte de lo que se llevó.  Sergio Fernández,  El Monaguillo,  es un buen actor, soporte de La curva de la felicidad  en el Amaya;  ha fijado de forma muy personal el personaje de Quino que, en tiempos, definió Carbonell. A gente como yo, poco dada a placeres  televisivos -un western, una de cine negro o un partido de fútbol como máximo- la popularidad de la pantalla, o de la radio,  no es un estimulante, pero entiendo que lo sea para la mayoría del público, que es al que va dirigida esta comedia agridulce, más dulce y amable que agria. 

Quino es un personaje bien definido en el texto, entre la inocencia y el desvalimiento, entre sueños de seductor y hombre abandonado por la mujer que ama; no logra, pese a sus alardes de juerguista  y vivalavirgen, sustituirla por otra. Empieza a perder sus atractivos, si alguna vez los tuvo, por culpa de la gordura y la alopecia.
 La curva de la felicidad tiene  un poso de melancolía y ternura: la cuestión de la crisis de los 40. En el fondo,  La curva de la felicidad no es sólo una comedia, aunque como tal sea tratado el argumento. El estómago prominente que empieza a desarrollarse, la tripa que pelea contra el cinturón no aporta felicidad, esas curvas son  una amenaza desestabilizadora. Es el temor a la pérdida de poder del “macho ibérico”. Todos los personajes de  esta obra tienen dosis de machismo, pero hay un “macho ibérico”, específico Javier  (Jesús Cisneros)  con repuntes de frustración que se convierte  en jocosa fragilidad;  Fer (Antonio Vico) y Manu (Josu Ormaetxe), tienen una fuerte carga humana y cotidiana, de andar por casa. Nunca son lo que quisieran ser, son lo que son lo que quisieran son buenos actores  de eficacia asegurada: al servicio del personaje.

 Eduardo Galán tiene dos registros en su ya consolidada y amplia obra; el  de compromiso y denuncia, y el de comedia costumbrista al que pertenece La curva de la felicidad.   Representativo del primero es Ultima edición, que debiera ser imprescindible  en la cartelera madrileña y anda por ahí, de bolos: el periodismo como contrapoder, pero también  como fuerza controlada y controlable. Es un retrato de estos tiempos sobre las dificultades de la libertad de expresión, sujeta siempre a cargas y presiones de diversa índole. La otra obra de esta línea que marcó un antes y un después en la producción de Galán, es  Maniobras.

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