Eduardo Galán es un autor dúplice; por un lado la comedia, de otro el drama duro. En ambas vertientess existe una característica común: la agilidad de diálogos, la buena estructura dramática. La curva de la felicidad, en colaboración con Pedro Gómez, pertenece a la línea de la comedia, bien trazada y con un punto de ironía, de crítica social sobre las insuficiencias y limitaciones del macho. En los últimos tiempos hay una
tendencia generalizada a hacer repartos con caras famosas de la televisión o de la radio: aquí el Monaguillo. Es un
efecto reclamo perfectamente lógico, pues la audiencia en cualquiera de ambos medios se
supone que debe tener efectos multiplicadores sobre el escenario.
Ahora, o quizá siempre lo hubo, hay un efecto de
ida y vuelta; la pequeña caja tonta, caja basura, devuelve al teatro parte
de lo que se llevó. Sergio Fernández, El Monaguillo, es un buen actor, soporte de La curva de la felicidad en el Amaya; ha fijado de forma muy personal el personaje de Quino que, en tiempos, definió Carbonell. A gente como yo, poco
dada a placeres televisivos -un western,
una de cine negro o un partido de fútbol como máximo- la popularidad de la pantalla, o de la radio, no es un estimulante, pero entiendo que lo sea para la mayoría del público, que es al que va dirigida esta comedia agridulce, más dulce y amable que agria.
Quino es un personaje bien definido en el texto, entre la inocencia y el desvalimiento, entre
sueños de seductor y hombre abandonado por la mujer que ama; no logra, pese a
sus alardes de juerguista y vivalavirgen, sustituirla por otra. Empieza a perder sus atractivos, si alguna vez los tuvo, por culpa de la
gordura y la alopecia.
La curva
de la felicidad tiene un poso de melancolía y ternura: la cuestión de la crisis de los 40. En
el fondo, La curva de la
felicidad no es sólo una comedia, aunque como tal sea tratado el argumento.
El estómago prominente que empieza a desarrollarse, la tripa que pelea contra
el cinturón no aporta felicidad, esas curvas son una amenaza desestabilizadora. Es el temor a
la pérdida de poder del “macho ibérico”. Todos los personajes de esta obra tienen dosis de machismo, pero hay
un “macho ibérico”, específico Javier
(Jesús Cisneros) con repuntes de
frustración que se convierte en jocosa
fragilidad; Fer (Antonio Vico) y Manu
(Josu Ormaetxe), tienen una fuerte carga humana y cotidiana, de andar por casa. Nunca
son lo que quisieran ser, son lo que son lo que quisieran son buenos actores
de eficacia asegurada: al servicio del personaje.
Eduardo Galán tiene dos registros en su ya consolidada y amplia obra;
el de compromiso y denuncia, y el de comedia costumbrista al que
pertenece La curva de la felicidad. Representativo
del primero es Ultima edición, que debiera ser imprescindible en la cartelera madrileña y anda por ahí, de bolos: el periodismo como contrapoder,
pero también como fuerza controlada y
controlable. Es un retrato de estos tiempos sobre las dificultades de la libertad de expresión, sujeta siempre a cargas
y presiones de diversa índole. La otra obra de esta línea que marcó un antes y un
después en la producción de Galán, es Maniobras.
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