Antonio Machado
no estuvo en Torre de los Molinos, mi aldea de Palencia. De haber estado, nunca hubiera
podido escribir sobre Castilla aquello de “oh tierra triste y noble, la de los
altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arado, regatos ni arboledas”.
Torre de los Molinos es un vergel, un oasis en una depresión de la Tierra de
Campos. Tiene una gama infinita de verdes, desde el verde mar intenso al verde
amarillo, oro viejo en sus álamos, olmos y
chopos; y la plata mate de alguna
variedad de álamo, de una vega alimentada por
las aguas de Carrión.
Si entras a Torre de los Molinos por el Oeste,
por la parte de Paredes de Nava, descendiendo desde el
Alto Corralillo, te das de bruces, de golpe, con la alamedas, las olmedas y las choperas y
la variedad de arbustos de las márgenes del rio, ese río que cantó el gran
Francisco Vighi, que se suicida en el Pisuerga por no entrar en Valladolid: cosas de nacionalismos palentinos.
Si entras a Torre por el lado de Carrión
de los Condes, viniendo de Frómista y Villalcázar de Sirga, la aproximación es más plana y menos súbita. El camino desde
San Zoilo es todo todo verde hasta que en un recodo, ¡zas!
aparecen las 30 casas, unas de adobe y otras encaladas, y el aire de fiesta y
de concordia de los emigrantes que celebran el dia de la Virgen de Agosto con
una comida de fraternidad y solidaridad.
Unas 300 personas unidas por la melancolía del
destierro y la diáspora y por el júbilo del regreso y del reencuentro fugaz y
transitorio. Pero es mi hermana Elisa, mi hermano José María toda la innumerable familia que los rodea y la vida me regaló, los que me mueven los recuerdos más calientes. A todos dedico la única
salutación que me es posible: “somos los hijos de la emigración; fuimos
charnegos en Barcelona, maquetos en el Pais Vasco, gatos en Madrid, españoles
heroicos y hasta el límite de la razón en Alemania. La
emigración ha levantado este país llamado España. Orgullosos debemos estar. El
llamado “milagro alemán”, algo le debe a la penuria de los españoles. El
progreso industrial de Euzkadi y de Cataluña no hubiera sido posible sin la
inmigración del resto de España, sin maketos y charnegos. Como prófugos de las
penurias y necesidades, estamos
agradecidos a los países de acogida. Por eso podemos mirar con la frente bien
alta a Jordi Pujol, el latro, y decirle que España no roba a Cataluña,
algunos amamos la Catalunya que nos acogió y le dimos mucho a cambio; no fue
hospitalidad, sino conveniencia mutua. Usted, señor Pujol, sí ha robado a la
patria que ha presidido; y de paso ha robado al resto de los españoles. Amén,
Salud y forza al canut”.
Paso, por culpa de una especie de inercia lírica poética, por San
Martín de Frómista. San Martín es la lírica suprema del románico, lo más perfecto y
armónico, la poesía de la matemática, frente al románico militar de la fortaleza templaria de Santa Maria
de Villalcazar de Sirga. En la plaza de San Martín, a
20 metros de tan perfectísima arquitectura, alguien está levantando dos
viviendas; el andamiaje es una bofetada en el rostro de los visitantes. Hay
polémica en el pueblo y empieza a haber denuncias. Al parecer, esta agresión al Patrimonio Artístico Nacional
cuenta con la autorización burocrática del Patrimonio. O sea, el Patrimonio
contra sí mismo. Pero la última palabra la tiene el señor alcalde que, a lo que
se ve, hasta ahora no ha dicho ni mú.
En el frío de un anochecer a 16 grados centígrados, un grupo musical,
aterido, ensaya un concierto de música medieval, al lado mismo del estrafalario
montaje. Mi consejo es que, antes de ponerle una bomba, se consulte con la Benemérita Guardia Civil;
la voladura ha de ser controlada para no dañar el templo, la más refinada orfebrería de la piedra eterna. No queremos
amateures ni exaltados. Primero que hable el señor alcalde. Luego ya veremos. Trato
de explicarme esta osadía edificadora por una cuestión de amor a la Iglesia más
perfecta, no ya del Camino de Santiago, sino de la cristiandad. Los dos
hermanos que edifican su vivienda a dos pasos del templo, lo aman tan
desesperadamente que quieren tenerlo
siempre presente: al acostarse y al levantarse, al desayunar y al merendar. Par
ellos no hay más horizonte, que el pórtico de San Martín. Esa deber ser la
clave: un exceso amor.
Y ahora a ver cómo me las arreglo
para no faltar a las Corridas Generales de la Aste Nagusia bilbaína. Cosas de
Camino y su derivaciones, me llevarán a la frontera con Portugal. Este lunes Javier
Aresti me había invitado a presentar el apartado de la corrida de
Alcurrucén. En tiempos, invitado por Luis
Lezana, presenté la corrida de Cebada
Gago. No podré estar; pero donde sea y como sea, ya me echará una mano el
Murga, por mejor nombre cervantino Cide
Hamete, para ver las corridas por el Plus y escribiré de ellas. Es decir,
escribiré de Bilbao. Y, a lo mejor,
tengo la suerte de que Nekane
ilustre con sus retratos alguna croniquilla. A ver cuándo puedo llegar a Bilbao.
Hoy pasaré de los rejones -Andy
Cartagena, Diego Ventura y Leonardo
Hernández-. El rejonazo me lo ha
dado el andamiaje de la plaza de San Martín.
Y lo dicho; ningún acto vandálico sin
asesoramiento de la Benemerita del tricornio. Aunque para vándalos, el
Patrimonio, los dueños de las viviendas proyectadas y el señor Alcalde si no
pone remedio. Lo ideal es una voladura controlada y levantando acta de la misma
ante las autoridades.
Proyectos derivados de este viaje a Palencia y
su confines por el este y por el norte: un libro sobre Gómez Manrique, señor de Amusco.
Jorge Manrique, el poeta del
amor cortesano y el de las Coplas, tenía
un tío, hombre importante en los orígenes del teatro de España.
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