Ayer murió, cerca del Calderón, un
ultra del Depor. Hace unos años murió un seguidor de la Real Sociedad
acuchillados ambos por ultras rivales. Los de Frente Atlético son una cloaca de
delincuentes. Como lo eran los Ultra Sur del Madrid, apoyados siempre por unos
presidentes cazurros y unas estrellas endiosadas y mercenarias. Esto es parte
del fútbol, el lado oscuro del fútbol, dejando aparte otras oscuridades. Hace
un montón de años, en un partido Bayern-Real Madrid, Javier Reverte y yo pretendíamos sacar entradas de la zona
selvática del Bernabeu. “Estais
locos”, nos dijo el taquillero. Y se negó a vendernos, a las claras, unos restos
de entradas que le quedaban. No estábamos locos: sólo un poco calamocanos, después
de una tarde entera de mus y órdagos.
Esto no ocurre en los toros; es
proverbia, y caliente, la pasión por un
torero o por otro: Franscuelo-Lagartijo,
Joselito-Belmonte, Ordóñez-Dominguín, Ponce-José Tomás; pero entre
aficionados taurinos, salvo increpar a un presidente de corrida o abroncar a un
diestro desde los tendidos, todo se resuelve ante unas cañas de cerveza o una
botella de vino. Los aficionados no llevan palos, pistolas o navajas a una corrida.
A los aficionados no les pagan gastos
presidentes irresponsables, para que alardeen de patriotismo imbécil y
futbolero. Los aficionados a los toros solo tienen un arma: el pañuelo blanco,
los olés o “música de viento”, que
decían los viejos revisteros: los silbidos. Y los cuchillos de los pitones del
toro; pero esos no los gobierna el aficionado taurino. En una corrida no es la
barbarie humana la que mata a un semejante: es el toro en legítima defensa quien puede matar al torero. No
hay peleas de bandas salvajes. Sólo hay un toro y un torero.
El toreo y las Bellas Artes. Brindis
por Rincón y la Santa María.
A César Rincón le han dado la Medalla de Bellas Artes de Cultura
de la Cam y también algo parecido en el
Ministerio de Cultura. O acaso sea la misma, no lo sé. Ha coincidido con su defensa denodada de los toros en la
Santamaría, la plaza de Bogotá, donde un dia César brindó un toro a Gabriel García Márquez, cerca del cual
yo estaba. Cesar Rincón, de Madrid al cielo; del cielo de Madrid al cielo de
Colombia y del cielo de Colombia al Olimpo de las Bellas Artes. Ayer hablábamos
de Cesar Rincó en la comida anual de la Peña El rescoldo, de Colmenar Viejo, Carlos Abella, el alcalde Miguel Ángel Santamaría, Maximino Pérez, Javier de la Serna, médico
de la Corredera la infausta tarde en que el toro mató a Yiyo. Javier de la Serna sobrevive
al recuerdo de la trágica muerte de Victoriano de la Serna, la mejor verónica de todos los
tiempos. O por lo menos la más singular. Nos pasamos la comida hablando del
dolor de los toreros, auspiciados por gente del toro, los periodistas Noelia Jiménez, Javier Arroyo; el
escenógrafo, David Loaysa, que sin
ser aficionado, ha bebido en las Ventas parte de su estética para Los toros a escena, Instituto Castellano
y Leonés de la lengua, y La Argentinita.
A nuestro lado, la viuda del ganadero mítico de cuando Colmenar Viejo era, en
verdad, tierra de toros, el hierro de Aleas:
los de Aleas ni los veas, decían los toreros temerosos.
Con Agapito
García Serranito tuve este verano una experiencia absolutamente irrepetible
en todos los aspectos: escribimos juntos, en collera, un librito de poemas que titulamos
El fulgor del miedo.
Javier de la Serna; recuerdo de una
tragedia.
La muerte siempre es trágica, pero en
el caso de Victoriano de la Serna, más
trágica todavía. Un dia Javier acabará escribiendo estas sensaciones. En lo
del Yiyo no tuvo la menor culpa. El Yiyo salió muerto de la arena. Yo estaba
allí, a pocos metros en tendido bajo en los límites del 6. El navajazo de un
toro moribundo fue fulminante. Recuerdo el llanto de Chenel descargando su dolor contra la barrera; a golpes. El Rescoldo, el año pasado me nombró socio de honor y como
tal lo recibí. En el Asador de Colmenar prolongan aquellos
honores los días del verano y de
Navidades en que paso a tomarme un vino.
Muchos dudan de que los toros sean un
arte, el arte de morir jugándose la vida por gloria o por necesidad. Pudiera
ser, pero yo carezco de autoridad para enmendar a García Márquez, Vargas Llosa, Pere Gimferrer, Boadella y otras
luminarias. Y mucho menos para corregir los “dislates” de la generación del 14
que, reunida en torno a Juan Belmonte,
proclamó la corrida como una de las Bellas Artes.
El torero y el dolor.
La raza de torero de Cesar Rincón no
admite discusiones ni controversia. Cambiaría
mis versos por una majestuosa tanda de naturales de César y el pase de
pecho. La personalidad torera y humana
de Cesar está hecha de sufrimiento, desgracias, hambre y sacrificio. Y
cornadas. Es un resucitado tras una tremebunda cornada que le dejó en los boxes
de la muerte clínica. Lo demás, tiquismiquis de eruditos a la violeta. O de voraces
carnívoros ecologistas que se hartan de comer rabo de toro Si por algo
lamentaría la desaparición de la Fiesta, es porque nos privaría de hombres como
Cesar Rincón. Hoy por hoy, Rincón está por encima del señor Petro, alcalde de Bogotá que se niega,
contra cualquier razón y discernimiento, a reabrir la Santa María. ¡Va por
usted, maestro!. Maestro Rincón, no maestro Petro.
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