Una navaja. Tiembla clavada en el proscenio, su brillo, su amenaza
de sangre. Cae a plomo de fuego y fragua, verticalmente de la mano de El Mistela, un grande del baile; y
tiembla hincada en la madera del escenario; es como el grito premonitorio de sangre y de venganzas. Luego, Maria Távora danza en torno de ella, la
acaricia temerosa y trémula, la mira horrorizada. La navaja clava, hiere un
clavel. Rojo sobre rojo, el metal contra la flor; y a partir de ahí todo un ceremonial de amor y
sangre, gira obsesivamente en torno a la navaja: una amenaza y una profecía. Un
arranque teatral fascinante que, por encima de la espectacularidad del montaje,
define una esencia teatral; la esencia de Salvador
Távora. Una cigarrerra y un soldado y contrabandistas: pasión de amor,
deshonor y crimen: Carmen la cigarrera, Carmen
de Salvador Távora, un viejo
éxito que se renueva ahora después de varios años; fresco, popular, barroco y
solemne: una Opera andaluza de cornetas y tambores.
Colosal el esfuerzo de mover en escena cuarenta intérpretes y
músicos. Y un caballo de esos que demuestran la maldad de algunas lenguas
viperinas: “los caballos andaluces con más inteligentes que el señorito que los
monta”. No es el caso de Jaime Pablo de
la Puerta García Corona, gran jinete en el sitio hostil, para un caballo,
de un escenario; arrasa con su alta escuela. Crei que este remake había suprimido un cante: “señor que va a caballo/
y ni da los buenos días/ si el caballo cojeara/ otro gallo cantaría”. No. Ese cante pertenece a Flamenco para Traviata, en el que también salía un caballo montado por el padre de Jaime Pablo. Aclarado el despiste. Volveré a
ver Carmen. Y para
escuchar la banda de la Esperanza de Triana y el cante de Elena
de Carmen y Cristina Rodríguez, la
caña del ajusticiamiento del general Riego, la soleá... Y por ver el dramatismo trágico de
María Távora y la autoridad magistral de
El Mistela en todos los registros. Citar a todos se comería el espacio de este comentario.
Carmen mantiene pura la pasión del primer
dia del estreno hace algunos años. María
Távora imprime al personaje una fuerza y una sensualidad inusual. Lo que
expresa plásticamente con el baile, lo expresa teatralmente con el gesto de
actriz madura, de mujer curtida como la cigarrera; turbadora igual para el
desdén que para la ternura: como la Petenera, la perdición de los hombres. Y
muy lejos de aquella inocencia recental que marcó sus primeros pasos.
Esta Carmen viene a resumir en cierta medida algunos
de los códigos eternos de la iconografía de la Cuadra y de Salvador Távora. El
eje es el amor, los celos, la traición, la subversión de las cigarreras. Pero
hay otro eje en el Távora se recrea, los sucesos de Cabezas de San Juan, el
alzamiento de Riego, su derrota y su posterior ajusticiamiento; un canto de
libertad y una belleza plástica impecable. Globalmente, el espectáculo es
redondo. Individualmente, además de María Távora, cada cual tiene calidad de protagonista. En el Teatro CompacGranvía
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