Salutación. He sobrevivido al intento de linchamiento, por mi crítica al
numanticidio perpetrado en el Español, y han llegado a pedir que me echen del Mundo. Mas no ha sido
preciso, para defenderme, el
ofrecimiento de una amiga, de notoria fama y belleza, de “patearles el culo” a los
cervanticidas. No está bien que una señorita vaya por ahí repartiendo patadas; pierde feminidad. Y
yo prefiero su feminidad a mi honor. Gracias, amiga.
Usos y costumbres del lenguaje del amor
En estos días he
escuchado la palabra amante con una intensidad amatoria semejante a la amada
del Cantar
de los Cantares de Salomón. El vocabulario del amor está volviendo a los orígenes. Se empiezan a
recuperar palabras antes sagradas o malditas, según quien las pronunciara, como
“el amante”, “la amante”, no creo que como sinónimo de “la querida” que era término
vejatorio e inmoral para mujeres que sometían su libertad, de forma
estable, a un hombre casado.
Sorprende esta autoafirmación de “amante” en
mujeres radicalmente libres; y en hombres promiscuos y picaflores. E incluso hay
algo más enigmático que ser
amante: “hacer de amante”, con vestidos de lujo y sedas floreadas, una
ceremonia al estilo de Las criadas, de
Genet . “Me voy a París a hacer de amante”, escuché el otro día en un
ambiente libérrimo y sin prejuicios. París es más sugestivo, pero también se
puede hacer de amante en Soria, Teruel o Sevilla, que es tan sugestiva como
París o más.
¿Se ha trivializado el amor hasta hacerlo
costumbre y de ahí la vuelta al lenguaje clásico, a la pureza de los orígenes? “Mi chico”, en lo que a amar se refiere, no
quiere decir nada o quiere decir muy poco. El amado, amado amigo, del amor
cortés o la poesía provenzal sugiere mayores vislumbres en cuestiones amatorias. Y ahí está el Cantar de los Cantares, el poema de amor
más hermoso que se haya escrito nunca; “¿por
qué te fuiste amado y me dejaste con gemido?”
La amante, una
institución social.
En tiempos, la amante era un signo de
distinción social y un signo de poder, una institución en una sociedad de clases: la querida. En definitiva, un
factor del equilibrio matrimonial; mejor tener una amante fija que irse de
putas. Aunque una cosa no quitaba la otra. Girón
de Velasco, el ministro social, tenía muchas amantes, queridas, algunas de
las cuales iban por el Café de Gijón. Girón
les ponía pisos en el barrio de la Concepción que ellas compartían generosas
con la golfemia. (Véase mi libro Historias
golfas del Café, Edit Almuzara).
Al margen de estas cuestiones, en este libro se
ve mi ideal de mujer, que entró un día en el Café y ya no salió de mi vida: “Las
piernas más espectaculares del Gijón, unos labios de pecado mortal y una
inteligencia luminosa”. En ese ideal sigo. Belleza, por supuesto. Mas, por encima de todo, inteligencia que te distrae de belleza evidente.
Algunas de las amantes de Girón de Velasco eran
marquesas venidas a menos y que, al yugo y las flechas, preferían las metáforas y las
juergas flamencas de madrugada en el
Corral de la Morería. A mí, escuchar
hoy “estoy feliz con mi amante, me voy a
París con mi amante”, me suena raro; pero
me suena bien. No creo que “mi amante” sea equivalente a “mi chico/a”; debe de
ser otra cosa, otro revuelo emocional por no decir otra jerarquía del amor. Pero
en esto de la jerga amorosa reconozco que me he quedado un poco anticuado.
Las mujeres esdrújulas
A mí, lo que de verdad
se me da bien son las mujeres esdrújulas, término que no sé si podría aplicarse también a la amante
que es palabra llana. Por ejemplo, hay
mujeres púdicas, o sea pudorosas, y mujeres púbicas que suelen ser todo lo
contrario; mujeres púnicas, o sea cartaginesas y mujeres públicas, que son otra
cosa y nada tienen que ver con las púdicas y las púnicas. Las mujeres babilónicas son esdrújulas y
tienen el alma samaritana, o sea que son compasivas. Hace un par de semanas en Bellas
Artes, Esperanza Roy y yo hicimos el
estribillo de La Corte del Faraón y
nos salió muy bien. O al menos eso dijeron Ignacio
Amestoy, Esperanza D,Ors y Javier
Aguirre.
¡Ah las rosas del
pubis!.
Cuando nos aburrimos
del teatro, mi compañera del Mundo Esther
Alvarado y yo comentamos a veces estas cosas púdicas y púbicas. Pablo Neruda tenía siempre en su mente
esclarecida por el amor a las mujeres impiamente púbicas; de pubis ralo o frondoso, selvático o de
paramera, da igual, pero sin depilar. Lo que le importaba a Neruda era el territorio
sagrado al margen de su frondosidad. Si no,
cómo podría haber escrito, “ah las rosas del pubis, ah tu voz lenta y triste”.
“Es de agua tu cuerpo, de agua curva
la tibia oscilación del pubis y hondos ríos tus manos de cinco álgidas fuentes”;
eso escribía yo hace siglos y debe de andar perdido por alguno de mis libros de
poemas. Lo de “álgidas fuentes” tiene su miga y he de explicarlo siempre que
leo o recito en público este poema. Álgido es el frio que precede a la
calentura de la fiebre, no es la temperatura cumbre del cuerpo humano. Hay citas
maravillosas sobre el pubis. Por ejemplo: “aspiro a que tu pubis abra sus
anchas veredas”, “tu pubis es de oasis y palmeras”, “me hundo en tu pubis como
el aire que respiras”, “tu pubis me da sueño y me da hambre”, etecé, etecé,
etecé
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