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sábado, 24 de septiembre de 2016

NATHALIE X; MAYORES CON REPAROS. BRUTAL


 

Natalie X. Brutal.

Brutal. Literalmente. (Sala Jardiel Poncela). Un lenguaje obsceno, incómodo para una actriz.   El espectador sabe que es teatro; y la actriz (Mireia Pámies) también. Pero es insólita es brutalidad verbal  en un escenario. Nancy, una puta de lujo, lo tiene más claro que  su alter ego, Natalie Ribot en la que tiene que desdoblarse. Sonia  (Cristina Higueras), la cantante de ópera,  le da lecciones de interpretación  que no necesita: “cada cliente es un papel  nuevo”, confiesa Nancy.

 Nancy, como prostituta, es  una actriz polivalente, o polipolvo, a base de conocer las peculiaridades de cada cliente. Y está segura de que las exigencias de los clientes ricos de ahora, con un poco más de higiene y after shave vienen a ser  las mismas que las de  los clientes pobres que tenía  antes. En la cama los hombres cambian poco. La producción se ve obligada a especificar "espectáculo para mayores de 16 años". Como antiguamente la censura.

 El teatro, por más que sea una ficción, hiere o produce placer. Este texto es incómodo, real como la vida misma, como ciertas vidas marcadas.  Una historia entre una cantante de ópera  y una puta de lujo,  de esas que aparecen en los books de las agencias  del celestineo de alcurnia.  Las une la venganza de la primera contra un marido, músico, que le arruinó la vida. Sonia la contrata para que lo seduzca sin reparar en medios ni en gastos. Por un mes de trabajo, le paga 20.000 euros a la semana, creo recordar. ¿Cuántos polvos, sodomizaciones indeseadas,  mamadas asquerosas,  sémenes espesos sobre su delicada piel o sobre sus labios de finísimo coral tiene que soportar   Nancy  para esa cantidad?.  Nancy no hace cálculos, pero se adivina  que muchos.

 Para Nancy el encargo de Sonia es un trabajo más, un cliente. Nancy carece de  sentimentalidad, solo conoce  gente que paga y manda, hasta ciertos límites, líneas rojas que su dignidad  considera infranqueables. Pero la cosas se complican. Un gesto afectuoso, una caricia a la que no está acostumbrada, una fantasía, puede arruinar su representación. No. Triunfa la profesionalidad.  Nancy se adapta a un personaje,  Natalie Ribot, que le permite desdoblarse sin perder su  identidad.

 Me resisto  a calificarla de puta de lujo, porque la ordinariez,   la gestualidad cutre de Nancy y sus horribles vestidos, no me lo permiten. Parece más una buscona de la calle, una esquinera, que un resplandor de  grandes salones. Mi idea de este fénomeno social del lujo, aunque sin experiencia directa, es más elevada. La tosquedad de Nancy ignoro si es cuestión de su papel o  de la dirección de Carlos Martín, al cual  he visto direcciones más afinadas.

 Hablo de putas de lujo y de las otras, las proletarias del sexo,   en abstracto y con inmenso respeto.  Es una imagen social cargada de literatura.  En el barrio chino de Barcelona tuve una amiga camarera que me regalaba bocadillos a cambio de que le leyera novelas de amor de Corín Tellado. Esa era nuestra única relación sexual: Corín Tellado. Murió del peor mal, el más venenoso: sífilis. Aunque yo estaba canino, le llevé a la tumba trece rosas: nueve  rojas, tres blancas y una amarilla. Y una novela de Corín Tellado: Amor y virginidad, o algo así. Gratitud por sus bocadillos que,  casi nunca, eran de jamón.

 Sonia, la refinada  diva del bel canto vengadora,  ha elegido a Nancy en una agencia. Estos celebérrimos y clandestinos books, han torpedeado más de una  carrera. Allá por los setenta aparecieron en ellos algunas conocidas actrices de segunda fila.  Eran malas actrices, pero nunca remontaron. Se cuenta que la Casa Real  acabó con el romance de Eva Sannung y el entonces Príncipe Felipe con uno de estos books en que aparecía la bella Eva como mercancía erótica.

 

La alfarera prodigiosa

Me llama  mi  amigo equis desde Florencia (teléfono es caro pero necesario para las buenas relaciones); un alto en el camino hacia los mares de Grecia donde piensa enamorarse de una diosa. O suicidarse. Mi amigo siempre ha tenido ideas estrafalarias. Estupendo, le contesto; nunca se nos dieron muy bien las simples mortales, así que, de pegarnos el ostión, peguémoslo a lo grande: con una diosa. Hace tiempo   estaba enamorado de  una semidiosa. Por lo tanto celebro el salto cualitativo. “No me comprendes, amigo mío, en realidad sigo enamorado de la misma  y mi viaje a Grecia es para no suicidarme. No quiero olvidarla; no debo olvidarla; ya  no la necesito porque ella no me necesita a mí;  yo la imaginaba cercada y sufriente, acosada por hombres malos y tiburones.”. La diosa de mi amigo es  guapa y alfarera, con la misma facilidad para modelar  el alma de los hombres y el alma del barro.

 La conozco más incluso que mi amigo equis. Sus cualidades siempre me parecieron   un poco diabólicas y, para mi amigo equis, no hay mayor atractivo en una mujer que el diabolismo y el enigma. “Tenía enigmas, que  ahora no tiene, y trata de convencerme  de que nunca hubo enigmas y que todo es invención de mi fantasía poética. Yo amaré siempre sus enigmas, sus virtudes que tiene muchas; y sus vicios si es que los tuviera o tuviese”. Digo: “jamás tuviste fantasía para nada, amigo equis; de toda formas,  enhorabuena,  !eres libre!. Ella es libre, acaso lo fue siempre y tú no te dabas cuenta; llevaba y llevará una vida  de amor, pues no habrá hombre que no la ame, la alquile o la compre. O las tres cosas a la vez. Tú eras su lágrima, la lágrima   purificadora  de un  placer purísimo que tú creías sufrimiento”. “Y sus eclipses súbitos?”, insiste. Aventuro: “acaso en sus ratos libres de alfarería, sea una asesina a sueldo. Eso exige mucha discreción y muchos eclipses”.  Mi amigo equis cuelga cabreado y piensa que me estoy burlando de él. Vuelve a llamarme.

Lo veo un poco trastornado,  capaz de subir hasta el Olimpo y hacer un estropicio. Y con las diosas de verdad no se juega. Para consolarle  de su aflicción le digo que, cuando  su diosa  lo necesite, volverá. Le aconsejo que deje las cosas   como están que, a mi leal saber y entender, están muy bien. Para su amada, el mercado de alfarería está asegurado y más con esas manos delicadísimas  que tiene;  manos de orfebre nacidas para la caricia. Para enigmas, le digo, cómprate una  reproducción de la Gioconda,  que aún no sabemos  nada de su sonrisa enigmática.

 Las mujeres/actrices de Ernesto

Los personajes femeninos de Ernesto Caballero siempre me han llamado la atención. Acaso porque considero que es un gran director de actrices.  En Tratos hay una funcionaria directora de un  CIE (Carmen Gutiérrez), que ha canibalizado a su antecesor al que supera en eficacia represora. Está Silvia, (Astrid Jones), guineana guapa, cultísima  y universitaria. Una doctora (Jone Irazabal), samaritana, también  con su dosis de zona oscura. Las tres participan de  lo que Cervantes llamó  la Ocasión y la Necesidad.  La culta guineana tiene las mismas  o parecidas necesidades que las españolas de su rango: realizar faenas inferiores  como limpiarles el culo a los ancianos o ejercer de babysiters o fregatrices. Las tres son personajes de peso. Las tres son buenas actrices.

La guineana desde, que acepta el gintonic del director del CIE y se integra en las fiestas  de sexo libre, “porque no tenía más remedio y la obligaban”, es “polvo eres y en polvo te convertirás”. Y dénle ustedes a la palabra “polvo” el significado que están pensando. Sería excesivo calificar a tan adorable criatura de reclusa privilegiada  gracias a  sus complacencias con el funcionariado.  De nuevo, entre la Ocasión y la Necesidad cervantinas.

Los Gondra.

Conozco el reparto  de Los Gondra, dirigida por Josep María Mestres, cuyos ensayos deben de estar a punto de empezar.  El cartel femenino es de lujo: María Hervás en el papel de Ainara, una etarra implacable; Cecilia Solaguren, Victoria Salvador, la veterana Sonsoles Benedicto y Pepa Pedroche que nunca falla y a la cual venero. El reparto masculino, a falta de un actor, lo componen Francisco Ortiz, Iker Lastra, Marcial Álvarez, José Tomé y el propio Borja Ortiz de Gondra haciendo de sí mismo.

Cuando vea Ainara, si ocurre como mi severidad de crítico la imagina, tengo pensado escribir un breve ensayo sobre los personajes límite que ha interpretado María Hervás: Jbara la cabrera que acaba en esposa de un Imán, en  Confesiones a Alá; Inés Villamagna,  la aristócrata anarquista de Seis hermanas,  y Ainara,  la etarra de Los Gondra. Al pensar en Ainara, pienso en dos mujeres legendarias de la banda  de imponente  atractivo: la bellísima Tigresa, especializada en tirarse maderos y txacurras cuando descansaba del tiro y de la bomba. Y Yoyes, la mítica dirigente,  ejecutada por traidora por su antiguo novio Pakito.

 

 

 

 

 

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