Natalie X. Brutal.
Brutal.
Literalmente. (Sala Jardiel Poncela).
Un lenguaje obsceno, incómodo para una actriz. El espectador sabe que es
teatro; y la actriz (Mireia Pámies) también.
Pero es insólita es brutalidad verbal en
un escenario. Nancy, una puta de lujo, lo tiene más claro que su alter ego, Natalie Ribot en la que tiene que desdoblarse. Sonia (Cristina Higueras), la cantante de ópera, le da lecciones de interpretación que no necesita: “cada cliente es un papel nuevo”, confiesa Nancy.
Nancy, como prostituta, es una actriz polivalente, o polipolvo, a base de
conocer las peculiaridades de cada cliente. Y está segura de que las exigencias
de los clientes ricos de ahora, con un poco más de higiene y after shave vienen a ser las mismas que las de los clientes pobres que tenía antes. En la cama los hombres cambian poco. La producción se ve obligada a especificar "espectáculo para mayores de 16 años". Como antiguamente la censura.
El teatro, por más que sea una ficción, hiere
o produce placer. Este texto es incómodo, real como la vida misma, como ciertas
vidas marcadas. Una historia entre una
cantante de ópera y una puta de lujo, de esas que aparecen en los books de las
agencias del celestineo de alcurnia. Las une la venganza de la primera contra un
marido, músico, que le arruinó la vida. Sonia la contrata para que lo seduzca
sin reparar en medios ni en gastos. Por un mes de trabajo, le paga 20.000 euros
a la semana, creo recordar. ¿Cuántos polvos, sodomizaciones indeseadas, mamadas asquerosas, sémenes espesos sobre su delicada piel o sobre
sus labios de finísimo coral tiene que soportar
Nancy para esa cantidad?. Nancy no hace cálculos, pero se adivina que muchos.
Para Nancy el encargo de Sonia es un trabajo más, un cliente. Nancy carece de sentimentalidad, solo conoce gente que paga y manda, hasta ciertos límites,
líneas rojas que su dignidad considera
infranqueables. Pero la cosas se complican. Un gesto afectuoso, una caricia a
la que no está acostumbrada, una fantasía, puede arruinar su representación.
No. Triunfa la profesionalidad. Nancy se
adapta a un personaje, Natalie Ribot, que le permite
desdoblarse sin perder su identidad.
Me resisto
a calificarla de puta de lujo, porque la ordinariez, la gestualidad cutre de Nancy y sus horribles
vestidos, no me lo permiten. Parece más una buscona de la calle, una esquinera,
que un resplandor de grandes salones. Mi
idea de este fénomeno social del lujo, aunque sin experiencia directa, es más
elevada. La tosquedad de Nancy ignoro si es cuestión de su papel o de la dirección de Carlos Martín, al cual he visto
direcciones más afinadas.
Hablo de putas de lujo y de las otras, las
proletarias del sexo, en abstracto y con inmenso respeto. Es una imagen social cargada de literatura. En el barrio chino de Barcelona tuve una
amiga camarera que me regalaba bocadillos a cambio de que le leyera novelas de
amor de Corín Tellado. Esa era
nuestra única relación sexual: Corín Tellado. Murió del peor mal, el más
venenoso: sífilis. Aunque yo estaba canino, le llevé a la tumba trece rosas: nueve rojas, tres blancas y una amarilla. Y una
novela de Corín Tellado: Amor y
virginidad, o algo así. Gratitud
por sus bocadillos que, casi nunca, eran
de jamón.
Sonia, la refinada diva del bel canto vengadora, ha elegido a Nancy en una agencia. Estos
celebérrimos y clandestinos books, han torpedeado más de una carrera. Allá por los setenta aparecieron en
ellos algunas conocidas actrices de segunda fila. Eran malas actrices, pero nunca remontaron.
Se cuenta que la Casa Real acabó con el
romance de Eva Sannung y el entonces
Príncipe Felipe con uno de estos books en que aparecía la bella Eva como
mercancía erótica.
La alfarera prodigiosa
Me llama mi amigo equis desde Florencia (teléfono es caro
pero necesario para las buenas relaciones); un alto en el camino hacia los
mares de Grecia donde piensa enamorarse de una diosa. O suicidarse. Mi amigo
siempre ha tenido ideas estrafalarias. Estupendo, le contesto; nunca se nos
dieron muy bien las simples mortales, así que, de pegarnos el ostión, peguémoslo
a lo grande: con una diosa. Hace tiempo
estaba enamorado de una
semidiosa. Por lo tanto celebro el salto cualitativo. “No me comprendes, amigo
mío, en realidad sigo enamorado de la misma y mi viaje a Grecia es para no suicidarme. No
quiero olvidarla; no debo olvidarla; ya no
la necesito porque ella no me necesita a mí; yo la imaginaba cercada y sufriente, acosada
por hombres malos y tiburones.”. La diosa de mi amigo es guapa y alfarera, con la misma facilidad para
modelar el alma de los hombres y el alma
del barro.
La conozco más incluso que mi amigo equis. Sus
cualidades siempre me parecieron un poco diabólicas y, para mi amigo equis, no
hay mayor atractivo en una mujer que el diabolismo y el enigma. “Tenía enigmas,
que ahora no tiene, y trata de
convencerme de que nunca hubo enigmas y
que todo es invención de mi fantasía poética. Yo amaré siempre sus enigmas, sus
virtudes que tiene muchas; y sus vicios si es que los tuviera o tuviese”. Digo:
“jamás tuviste fantasía para nada, amigo equis; de toda formas, enhorabuena, !eres libre!. Ella es libre, acaso lo fue
siempre y tú no te dabas cuenta; llevaba y llevará una vida de amor, pues no habrá hombre que no la ame,
la alquile o la compre. O las tres cosas a la vez. Tú eras su lágrima, la lágrima
purificadora de un placer
purísimo que tú creías sufrimiento”. “Y sus eclipses súbitos?”, insiste. Aventuro:
“acaso en sus ratos libres de alfarería, sea una asesina a sueldo. Eso exige
mucha discreción y muchos eclipses”. Mi
amigo equis cuelga cabreado y piensa que me estoy burlando de él. Vuelve a
llamarme.
Lo veo un
poco trastornado, capaz de subir hasta
el Olimpo y hacer un estropicio. Y con las diosas de verdad no se juega. Para
consolarle de su aflicción le digo que,
cuando su diosa lo necesite, volverá. Le aconsejo que deje las
cosas como están que, a mi leal saber y
entender, están muy bien. Para su amada, el mercado de alfarería está asegurado
y más con esas manos delicadísimas que
tiene; manos de orfebre nacidas para la
caricia. Para enigmas, le digo, cómprate una
reproducción de la Gioconda, que
aún no sabemos nada de su sonrisa
enigmática.
Las
mujeres/actrices de Ernesto
Los
personajes femeninos de Ernesto
Caballero siempre me han llamado la atención. Acaso porque considero que es
un gran director de actrices. En Tratos hay una funcionaria directora de
un CIE (Carmen Gutiérrez), que ha canibalizado a su antecesor al que supera
en eficacia represora. Está Silvia, (Astrid Jones), guineana guapa,
cultísima y universitaria. Una doctora (Jone Irazabal), samaritana,
también con su dosis de zona oscura. Las
tres participan de lo que Cervantes llamó la Ocasión y la Necesidad. La culta guineana tiene las mismas o parecidas necesidades que las españolas de
su rango: realizar faenas inferiores como limpiarles el culo a los ancianos o
ejercer de babysiters o fregatrices. Las tres son personajes de peso. Las tres
son buenas actrices.
La guineana
desde, que acepta el gintonic del director del CIE y se integra en las
fiestas de sexo libre, “porque no tenía
más remedio y la obligaban”, es “polvo eres y en polvo te convertirás”. Y dénle
ustedes a la palabra “polvo” el significado que están pensando. Sería excesivo
calificar a tan adorable criatura de reclusa privilegiada gracias a sus complacencias con el funcionariado. De nuevo, entre la Ocasión y la Necesidad
cervantinas.
Los Gondra.
Conozco el
reparto de Los Gondra, dirigida por Josep
María Mestres, cuyos ensayos deben de estar a punto de empezar. El cartel femenino es de lujo: María Hervás en el papel de Ainara, una etarra implacable; Cecilia Solaguren, Victoria Salvador,
la veterana Sonsoles Benedicto y Pepa Pedroche que nunca falla y a la
cual venero. El reparto masculino, a falta de un actor, lo componen Francisco Ortiz, Iker Lastra, Marcial
Álvarez, José Tomé y el propio Borja
Ortiz de Gondra haciendo de sí mismo.
Cuando vea
Ainara, si ocurre como mi severidad de crítico la imagina, tengo pensado
escribir un breve ensayo sobre los personajes límite que ha interpretado María
Hervás: Jbara la cabrera que acaba en
esposa de un Imán, en Confesiones a Alá; Inés Villamagna, la aristócrata anarquista de Seis hermanas, y Ainara,
la etarra de Los Gondra. Al
pensar en Ainara, pienso en dos mujeres legendarias de la banda de imponente atractivo: la bellísima Tigresa, especializada en tirarse maderos y txacurras cuando
descansaba del tiro y de la bomba. Y Yoyes,
la mítica dirigente, ejecutada por
traidora por su antiguo novio Pakito.
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