Entre la poética de
barrio y la antipoética de Hollywood
Mi evocación de Marilyn
Monroe, un sex simbol a disgusto, la diosa ultrajada, me ha proporcionado
gozos inesperados. El post sobre ella y Truman Capote (diariodejaviervillan.blogspot.com)
ha suscitado un movimiento de solidaridad conmovedor. Esta mujer sí que fue una
Bella Indómita a la que nadie pudo
robarle la belleza. Y acaso ni siquiera la inocencia. Estoy feliz por haber
contribuido a clarificar una figura tan controvertida y manipulada.
La clave, en Marilyn y en cualquier ser humano, está en el
grado de aceptación de la realidad personal. Una realidad puede parecernos
indeseable, desde nuestra óptica subjetiva, que acaso no es la misma de quien
la padece o la disfruta. Marylin no disfrutaba con su realidad, más o menos secreta,
antes de ser estrella. Sin embargo, no podría reprochársele un posible gozo si lo
hubiese elegido en libertad y no como supervivencia necesaria y
obligada de una mujer guapa y pobre. No es cuestión de ponerse a dilucidar
ahora los márgenes y la filosofía de la “moralidad”. Ni de analizar la hermosura desde la lucha de clases. O de la libertad. Pero conviene tener en cuenta que
esta, la libertad, es la única medida de nuestra felicidad. Y eso, la extensión de su libertad, solo lo sabe cada uno/a. De
ahí que la expresión más celebrada de mi post, entre visionario, metafórico y
empírico, (por referencias ajenas) haya sido la delicadeza con que
Truman Capote celebra ante el
altar de su diosa: “ la primera y única vez que fue desnudada con respeto y poesía”.
La otra frase más celebrada es aquella con que finalizaba este áureo post: “si no eres capaz de aguantar y
comprender mis peores momentos no esperes que te dedique los mejores”: justicia
poética, que suena mejor que justicia distributiva.
A Marilyn le atribuyeron una poética del sexo, cuando la
única poética que en verdad le interesaba
era la poética del amor. Una poética de
barrio desposeido, más que la antipoética canalla de Hollywood. Era deseada por medio
mundo, o sea por todos los hombres y buena parte de las mujeres, cuando solo quería
ser amada. En su obra En el cielo no hay Chanel Alfredo Amestoy, la baja a la tierra de
la mano de Che Guevara. Me gustaría
saber que andan haciendo por ahí estos dos pájaros. Aunque vayan disfrazados,
seguro que si los veo, los reconoceré al instante. Los tengo muy aprendidos…
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