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lunes, 11 de diciembre de 2017

ISRAEL TRUMAN Y NATALIA EN TEBAS LAND


Elejalde y Natalia Menéndez en estado de gracia

Ando yo estos dias en un contencioso con el autor de Tebas Land, Sergio Blanco sobre Truman Capote que desayunaba en Tifanis, era  homosexual y drogadicto y alcohólico. Quien desayunaba en Tyfanis era Audrey Herpburn, la única actriz de mi devoción capaz de desalojar  a la inexpugnable Marylin. En realidad no se trata de un contencioso, pues Sergio Blanco no contiende sobre Truman Capote y A sangre fría, novela cuya estructura ha calcado en Tebas land.  Como la dirección de Natalia Menéndez es ajustada a la dureza del texto, Pablo Espinosa un poco verde todavía Más para ser la primera vez, un  Perry un poco dosrientado y fluctuante. Aprenderá.  Truman está interpretado por un Israel Elejalde en estado de gracia,  para qué vamos a darle vueltas a un texto. Un texto es lo que se ve sobre un escenario. Y punto. Nadie deber perderse Tebas land; pero a Capote lo que es de Capote y a Sergio lo que es de Sergio.
 En los últimos tiempos es la segunda vez que me veo obligado a desfacer un entuerto de desconocimiento o plagio. El año pasado hube de recordarle a Fermin Cabal que Tejas Verdes, donde le cortaron  las manos a Victor Jara para que nunca más pudiera tocar la guitarra, era un  texto  de Hernán Valdés que habíamos distinguido con el Premio de la Nueva Crítica hace casi 40 años.. En el fondo, yo creo que los problemas de este país no son de suplantación, sino de incultura.
Rindo pues homenaje a mi admirado Truman Capote y trazo su retrato, muy personal, al vitriolo. Con A sangre fría se empezó a instaurar el Nuevo Periodismo, un periodismo testimonial, de denuncia y escándalo. Perry en A sangre fría, no es un parricida; es el asesino de los cuatro miembros de la familia Clutter, que perpetró con un amigo para llevarse un botín de 10 dólares.  Hasta aquí, perfecto. El adaptador de un texto tiene todos los derechos que quiera tomarse sobre él, menos silenciar las fuentes. Durante un   tiempo, Truman Capote visitó en la cárcel todos los días a Perry para documentarse sobre el asesinato de los Clutter, una familia de cuatro miembros, los padres y dos hijas.  No hay catarsis en esta memorable función, pues catarsis es la purificación por el miedo y el horror; aquí lo que hay es el relato de un crimen a  sangre fría, a cargo del mesías del Nuevo Periodismo. Puede que  Truman acabara enamorándose de Perry y que el proceso indagatorio de alargase más de la cuenta. Hay una evidencia del instinto teatral de Sergio Blanco: el desdoblamiento de Perry como asesino y como actor que interpreta al asesino.

Por todo esto, por periodista grande y por amoral, yo admiraba a Truman. Pero empecé a quererlo cuando leí Música para camaleones y descubrí su adoración por Marylin Monroe y la complicidad que solo puede haber entre dos genios. En un momento determinado Marylin le pregunta, “Truman ¿dirías que soy estúpida?”. Truman, “sí”. Marylin, “nada más?”. Truman, “estúpida y….adorable”, Ahí Truman me sedujo para siempre.  Con el tiempo, Musica para camaleones dejó de fascinarme a la vez que decreció mi interés por Marylin y por las mujeres a las que había asimilado con su voluptuosa  hermosura y su grandeza de ser humano. No hay mujer que resista la comparación. Como no la hay que aguante el encanto de la flaca Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes.  Llevar airosamente la  delgadez de Audrey es más difícil que llevar las curvas de la Monroe.  

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