Ciges Aparicio, Berlanga y Mr Marshal
Luis Ciges Aparicio, o su
doble y traslación cinematográfica pues
murió hace tiempo, ha aparecido en las redes anunciando el fallido
apocalipsis que se ha quedado en nada.
Luis Ciges Aparicio es de familia réproba. Su padre, Manuel Ciges, gobernador
de Ávila cuando el golpe fascista del general Franco, fue fusilado por el
genocida bajo la acusación de “auxilio a
la rebelión”. Hábil dialéctica del traidor a la República. El rebelde era el
astuto gallego, pero condenaba a sus enemigos por “auxilio a la rebelión”. ¿Dialéctica gallega?
No; dialéctica de golpista que duro 40 años, convirtió España en un cuartel y
murió en la cama; torturado por la enfermedad, pero en la cama. Franco era un ser dúplice y múltiple, capaz de simultanear en su
espíritu sentimientos contrarios e ideas
antagónicas. En La leyenda del César Visionario, Francisco Umbral
lo describe merendando chocolate con soconusco, mientras firmaba sentencias de
muerte a alguna de las cuales añadía, “prensa”;
o sea publicidad con objetivos ejemplarizantes y disuasorios.
Más que las cualidades de actor
suficientemente contrastadas de Luis Ciges sobre todo en filmes de Luis García Berlanga, me interesa resaltar sus peripecias
políticas. Aunque yo lo recuerde más por una trivialidad de una
de sus películas, “esto es una descojonación”, al comprobar las
liviandades y lascivias de los
protagonistas de la trama. Su padre Manuel, gobernador de Ávila con la
República, y antes gobernador de Santander, fue fusilado por Franco. Y sin embargo Luis Ciges y su amigo Luis García Berlanga, acabaron en
la División Azul para redimir culpas propias y familiares. Y para
conseguir atenuar las penalidades y el hambre de la familia. Con esto de la
nueva normalidad y el nuevo “Plan Marshal” que, al parecer, está
diseñando Europa, aunque no me hagan mucho caso, convendría volver a ver la
película Bienvenido Mister Marshal, de
Berlanga, que no contó con su amigo Ciges Aparicio, al que había tenido
en el elenco de Placido. La
película se la llevó de calle Pepe Isbert que ha dejado para la
posteridad el sello de un alcalde genial; “yo, como alcalde vuestro que soy, os
debo una explicación y esa explicación os la voy a dar”. No pidamos explicaciones
al actual alcalde Madrid, Jose Luis Martínez-Almeida, por si acaso. La
mejor explicación de un alcalde son su
bandos, como los del viejo profesor Tierno Galván, que tengo a mano en
primorosa edición. Martínez-Almeida, que
yo sepa, no ha echado todavía ningún
bando desde la ventana del Ayuntamiento. Debe de ser cosa del coronavirus, la
peste que nos maldice y tortura. Debe de ser que no lo considera oportuno o que
carece de la elocuencia necesaria. En cualquier caso, a mi no me parece bien que a un alcalde lo
llamen caraculo, aunque tenga de verdad cara de culo. No me parece mala gente,
pese a tener en su equipo, tampoco me
hagan mucho caso, a her Smith nazi confeso y calumniador de las Trece Rosas
fusiladas por Franco contra las tapias de un cementerio.
Y como esto se ha apartado un
poco de las cuestiones de teatro, añado que Madrid, sin teatro, es una
desolación. Lo último que ví fue Alvaro Cabeza de Vaca, espléndido,
vitriólico y bello montaje de Magüi Mira y Sanchís Sinisterra,
sobre los horrores de la conquista. Implacable alegato contra los
conquistadores, una tropa de miserables
y necesitados, a la que se había alistado lo peor de cada casa hambrienta. Pánfilo
de Narváez, subido en un caballo toda la obra, halla en Pepón Nieto,
una magnífica y temeraria interpretación También ví Drácula, biografía no
autorizada, en versión y dirección de Ramón Paso sobre el libro de
Briam Stocker, con un severo y melancólico Jacobo Dicenta y unas
vampiras adorables: Inés Kerzan, Ángela Peirat y Ainhoa Quintana. Y una
sublime y áspera Ana Azorín en la señorita Rumfeld.
Días de ira
Condenados a no ver teatro, Madrid, en cambio, es un inmenso teatro,
todos actores de una tragedia, todos actores de sí mismos, sin máscara de
comedia ni de tragedia, aunque con mascarilla. Días de cólera devastadora, Los hijos de la Ira que escribió don Dámaso
Alonso, poeta que se atrevió a
protestar cuando nadie protestaba, año 1943, y filólogo al que le gustaba tocar
el culo a las señoras. Tanto que una vez a punto estuvo de provocar un
incidente diplomático por tocárselo a la mujer de un diplomático sudamericano.
Le cae al lado a don Dámaso, Isabel Diez Ayuso, la de las en
la suite de lujo de Koke Sarasola,
y presidenta de la Comunidad de Madrid, y no sé qué hubiera hecho don
Dámaso. Sin embargo, esta afición tocaculos no justifica el exabrupto de Pablo Neruda cuando
asesinaron a Federico; “y vosotros qué hacíais mientras tanto….los
dámasos, los gerardos …los hijos de perra?”. Mi recuerdo imborrable a
Dámaso Alonso, al que un día rescaté de un accidente de tren, junto con
su esposa, doña Eulalia Galvarriato, en La Carolina, Jaen. Mi recuerdo y
complicidad jubilosa: los jueves, camino
de la Academia que presidía, le invitaba
a una copa de coñac en el Gijón sabiendo que Pepote Garcia, el dueño,
iba a decir “don Dámaso, es un honor; está usted invitado”.
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