Recordaba semanas atrás en una
charla informal y aleatoria con varios amigos,
cosas de Santiago Amón, un palentino nacido en Baracaldo. Santiago Amón
era un genio, literalmente, y el trato
con los genios nunca resulta fácil. Quizá fuera porque de su libro
de poemas Alba que bala, solo me gustó
el título. Hace dos o tres
semanas se cumplió el vigésimo octavo aniversario de su muerte. Murió en un
accidente de helicóptero mientras se dirigía a Aguilar de Campoó,
localidad del norte de Palencia, feudo
de su gran amigo Peridis, el dibujante. A su muerte, la Casa Regional de
Palencia en Madrid me encargó la organización de un homenaje al que invité a
Alfonso Ussía y al que se sumó, motu proprio, un jesuita retorcido, primo creo de Amón. Tras la intervención, emocionada de Ussía, el
jesuita tomó la palabra y se preguntó qué hacían juntos en un viaje fuera de ruta,
Santiago y Rosa Manzano directora general de transportes, insinuando turbias
relaciones entre ambos. Alfonso Ussía se levantó de la mesa presidencial, fulminó al jesuita
con la mirada, y abandonó la sala. Ussía ha confesado siempre que todo lo aprendió de
Santiago, no sólo el latín y el griego; y pone por testigo a San Juan de la Cruz. Yo cumplí con mi obligación
de conducir el acto hasta el final, que fue un final gélido dada la evidente
hostilidad que había suscitado el jesuita casposo e inquisidor. Nadie recuerda
hoy el nombre de ese Torquemada del que, en el
“el vino español” ofrecido por la dirección de la casa de Palencia, todos huían como
de un apestado.
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