Ponce, más que una separación: un fin de época. (Publicado en Diario Palentino)
Paloma Cuevas, la mujer
perfecta, y Enrique Ponce ese muchacho intachable, que todas las madres
del mundo hubieran querido como yerno han roto un matrimonio modélico de dos decenios.
Esa imagen de pulcritud moral Enrique Ponce la llevaba a su toreo en el que,
como crítico del Mundo de PedroJota tardé en entrar: una técnica perfecta y fría. Ponce
alcanzó la plenitud indiscutible en las últimas temporadas cuando yo me había
retirado de los toros. Ocasiones tuve,
sin embargo, de hacerle la laudatio, como en las CC GG de Bilbao, su plaza.
También llegué a decir que Ponce ponía la muleta en el lugar donde debía
ponerse él, lo que me granjeó la enemistad del poncismo militante y de Gaby, la
madre de mi esposa Ana, para la cual Enrique Ponce era el dios supremo y el más
elegante. Se lo conté un día en una
celebración teatral a Paloma Cuevas y su reacción fue fulminante y de
una ironía vitriólica, aunque afectuosa; “Gaby, la más inteligente de la familia”. Ana Merino, presente allí en esos momentos, no contaba,
pues los toros la traerían al fresco, aunque resucitaran Joselito
y Belmonte; aunque yo, en
aquellos momentos, fuera el crítico más
temido por mi dureza con las figuras, en
El Mundo verdadero.
La separación de Paloma Cuevas y
Enrique Ponce no tendría nada especial, miles de parejas se separan a diario y
más tras la prueba cruel de la confinación por la peste. Hombre cincuentón se
enamora de joven atractiva y veinteañera. No aprendimos de Castelao que
nos recomienda, “los viejos no deben enamorarse”. Ponce, además no es un viejo; es un dios muy humano y la crisis de los 50
le habría afectado como a cualquier otro. Pero representaba el modelo de una
sociedad necesitada siempre de ejemplo y mitos. Era una manera de entender la civilización sobre la que se
asientan los valores de la sociedad occidental. Si fue el número uno del
escalafón, si fue dejando en la cuneta taurina a todos los oponentes que le
pusieron para frenarlo (Rivera Ordóñez, José Miguel Arroyo Joselito, José
Tomás); si frente al caos él opuso
siempre el orden de la estética, la gente va a comprender difícilmente, el desorden de una separación
matrimonial. Hay toreros de sombra
iluminada, puro enigma y misterio, como José Tomás; y hay toreros de luz como
Enrique Ponce. Y se torea como se es,
según sentenció Juan Belmonte, torero de sombra que se mató de un
pistoletazo, tras pasarse una mañana acosando toros para provocar
infructuosamente el infarto. Nunca vi cumplido el sueño de mi vida
taurina; un mano a mano en las Ventas
con toros de Victorino entre Ponce y José Tomás; menos voy a conseguirlo
ahora, aunque me dice Luis Abril que el de Galapagar está toreando mejor
que nunca, otra dimensión nunca soñada del toreo.
Aunque disintiera de su forma de
torear, a Ponce siempre lo traté con respeto. Lo peor que dije de Ponce, fue
que ponía la muleta donde tenía que ponerse él. Y que, si se lo consentían,
hacía bien en matar chotos afeitados. Eso no quita para que escribiera sus
alabanzas por el faenón de dominio y conocimientos a aquel toro de Valdefresno en las Ventas, Lironcito.
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