Nuevos libros de Teuco Castilla,
tigre del Olimpo.
La dictadura obligó al exilio a lo mejor del pensamiento y
el arte argentinos. Y a gente del común sospechosa de subversión. El videlazo
cruento. El muralista y pintor Ricardo Carpani fue, quizá, el
primero que conocí de esta diáspora, en la galería de arte del novelista y
columnista de El Pais, Manuel Vicent. A Ricardo Carpani le
acompañaba siempre Doris, esposa y compañera, y ocupaban un apartamento
en la calle Villanueva, esquina al paseo de Recoletos casi enfrente del café
Gijón. El Café de Gijón, centro de tertulias donde los españoles aspirantes a
la fama cultivaban sus fracasos y ambiciones, era la patria de los exiliados. La gente de teatro, salvo Eduardo Freire y
su mujer y acaso Eduardo Recabarren, paraban cerca de María Boto en
la Sala Mirador, de Lavapiés que había llegado a España viuda y con Juan Diego Boto. Y allí arribaron un dia Teuco Castilla, poeta y
titiritero, y Ángel Leyva, poeta tucumano que llegaba con el prestigio
de haber publicado un libro en la editorial Losada. Teuco era un
seductor, Angel era un entusiasta. Teuco reaparece estos días en España y Ángel
supongo que sigue en Sevilla, ciudad de la que se enamoró y probablemente de
todas sus habitantes. De El Guaira, también
titiritero y hermano de Teuco, no sé
nada desde entonces. De Leopoldo Castilla recibo cuatro libros,
de golpe. Alimento espiritual directamente desde el Olimpo; Jerusalén, Tigre
de dios. Poeson, Baltasar, Como si hubiera pasado una garza.
Teuco se ganaba la vida como
titiritero en el Retiro de Madrid, sábados y domingos por las mañanas y tenía
encandilados a los niños, sobre todo a mi sobrino David, más que un
hijo, que se sentaba en primera fila y de allí solo se movía para pasar el
platillo a los padres de los niños, orgulloso de que Teuco le dedicase algunas
historias de sus muñecos. Historias que Teuco repetía en casa en
algunas celebraciones.
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