PÓKER, REPóKER Y PASE NEGRO
El póker es sin duda el rey de
los juegos de cartas. Nunca fui un gran jugador de póker, pero siempre he
tenido buen naipe. O sea que en cartas he sido siempre, o casi siempre, un
ganador. Tener buen naipe es un don, más importante sin duda que saber jugar. Dejé
de jugar al póker por compasión con los perdedores, y un jugador de póker
compasivo ni es jugador ni es nada. Me explico. Yo trabajaba en Barcelona, como
encargado de almacén de un taller de carpintería metálica en turno de noche. La
madrugada del sábado recibíamos la paga, la semanada, y algunos nos íbamos a un
antro canalla del puerto a jugárnosla alegremente. Entre ellos, un hombre
enigmático, que pronto dejó de serlo para mí, pues el mismo me contó su vida.
Se trataba de un hombre de casi cuarenta años, que se había pasado veinticinco en
la cárcel por haberse enfrentado a tiros con la Guardia Civil, tras un atraco.
Pertenecía al grupo de los maños especialistas en atracar bancos y él me
contaba que lo hacían con fines políticos y antifranquistas. Su grupo murió
exterminado en ese enfrentamiento y él se salvó porque era menor de edad y sacó
bandera blanca, su camisa atada a un palo. Un dia se presentó en el taller,
preguntó si había faena le dijeron que sí y allí se quedó, pues se había casado
y necesitaba dinero para la mujer y un niño que tenían. Entonces, hallar
trabajo en la Barcelona industrial del despegue, era así de fácil y sencillo.
El Maño se unía a la
partida sabatina, pero tenía mal naipe y siempre perdía y no se atrevía a
volver a casa y yo tenía que darle cobijo en la pensión en que me hospedaba. No era sólo mal naipe, es que se apasionaba en
exceso, se cegaba, que es algo que nunca puede hacer un jugador de póker digno
de tal nombre. Un jugador debe saber cómo administrar un farol y cuándo echarse
atrás sin obedecer a corazonadas. Lo peor no era eso, lo peor era que su mujer,
una chica guapísima y sufridora, se me presentaba en la pensión llorando y
diciendo que su marido había perdido la semanada y que no tenían para el
pelargón del niño que acabaría muriéndose de hambre. Yo le devolvía lo perdido
por su marido, hasta que un dia me harté, pues a mí, cuando perdía, nadie me
devolvía nada. Su mujer era virtuosa, me parecía, pero no dejaba de manifestar
un sugerente sentido de la gratitud a mi generosidad que me hubiera parecido canalla
aceptar no porque yo fuera casto, sino por las circunstancias del dinero
devuelto. Un dia cuando el Maño se disponía a sentarse a la timba, le
agarré de las solapas y le dije ya te estás largando, dale el dinero a tu
mujer que se siente muy sola si no quieres que se lo busque de otra forma. Se
puso hecho un basilisco, pues era muy celoso y no lo volví a ver. Volví a
seguir ganando al póker sin tener que devolver, por compasión, lo que había
ganado.
Pasaron años sin calibrar las
posibilidades de la escalera de color frente a un poker o repoker. Hasta que
los viernes en El rincón murciano, un bar de la calle Alcántara, nos
reuníamos a comer los periodistas Ignacio
Fontes de Guernika, José González Cano, Pablo Lizcano, estrella de la
televisión y esposo de Rosa Montero, Javier Martínez Reverte, otros
nombres que no recuerdo y Paco, un industrial forrado y generoso que
disfrutaba con la compañía de los periodistas. Murió de cáncer prematuro y hubo
duelo general. Paco no jugaba, pero me financiaba a fondo perdido. Hicimos un
pacto; si perdía él asumía las pérdidas, Si ganaba, repartíamos las ganancias a
partes iguales. Se nos quiso unir un guardaespaldas del ministro del Interior
socialista, Javier Moscoso, primo o hermano de Arturo Pérez Reverte,
pero le dimos puerta pues sospechábamos que era policía Bueno, le dieron puerta
todos menos yo siempre aficionado a jugar con fuego. Un dia se me presentó en
una oficina que yo tenía en el número 20 de la calle Sor Ángela de la Cruz y
empezó a interesarse por las actividades de aquella oficina y si la revista Crónica
3 de las Artes, que hacíamos allí Antonio
Leyva y yo, no era tapadera de algo. No se cortaba un pelo y yo, insensato
e irresponsable, empecé a crecerme. Mira, le dije, como policía que
eres debieras saber que soy un tahúr, y que vivo del poker, un jugador de
ventaja, por supuesto. Y que aquí, donde estás ahora fisgando, se organizan
timbas de la hostia. No se inmutó y socarronamente me dijo pues entonces
voy a presentarte a unos amigos, y verás lo que es bueno. Y me llevó a un bar sombrío y cargado de
humo, lleno de maderos en mangas de camisa con la pipa en la sobaquera.
Montamos una partida de a cuatro y uno de ellos trajo una baraja ya abierta que
descarté rotundamente. Trajeron otra sin abrir, quitamos los treses, cuatros, cincos y seises, los doses valían como ases, y tras unas filigranas de salón y juegos de
manos, empecé a repartir cartas. Era mi dia y los desplumé, o se dejaron
desplumar no sé con qué intenciones. Lo cierto es que yo estaba acojonado e
ignoro cómo era capaz de seguir los lances del juego.
Nota. no he vuelto a jugar al poker porque no se me
ha presentado la ocasión, y esa historia tiene un largo recorrido que se
contará en mis MEMORIAS. Creo que condecoraron al madero, por liquidar a tres
atracadores de una joyería de la calle
Serrano, a los qu estaba
esperando porque le habían dado un soplo, y después le procesaron por lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario