La Casa de la Portera es tal cual: un piso bajo derecha en el corazón de Lavapiés. Tiene más de novela de un Galdos menestral y proletario que de sala de teatro. Mas, al igual que entre los pucheros de Teresa de Jesús siempre andaba fisgando Dios, en cualquier sitio puede zascandilear el teatro. Amigos argentinos me han contado desde hace tiempo que, cuando la crisis, y sin taponar aún las hemorragias del videlazo cruento, en sitios así empezó a germinar una nueva escena: el teatro de la necesidad. Así nacieron los Veronese, Tolcachir, Messiez y otros muchos. No quiero jugar a arúspice, porque los profetas acaban siempre con las barbas rapadas; pero puede que en lugares así, domésticos y vecinales, que no huelen a repollo y berza porque estos alimentos desaparecieron hace tiempo de la dieta española -y de la novela de la berza- estén fermentando hervores de buen teatro. Pese a todo, lo cierto es que el otro dia yo no debí acercarme a la Casa de la Portera a ver Pequeños dramas sobre arena azul. Pero, así como Cesar altivo desoyó la voz "guárdate de las Idus de Marzo", yo no hice caso a los avisos que dibujaba el vuelo de los pájaros; aunque me encontré con una paloma tragadora, un verdadero hallazgo a la que nadie le prestó nunca un ala..
No era dia de gatos. Por la mañana Susú, la muy pérfida, la guapa Susú que, a veces teclea en mi ordenador, habá clavado sus uñas en la pulcra y novísima tapicería de un sillón recién estrenado. Y se armó el cirio, claro. Porque en una casa decente no está bien que una gata se cargue una tapicería. Las gatas son celosas y rencorosas, incluso más que las mujeres. Y debió de pensar que alguna amiguita preferida debía de tener yo entre la grey gatuna de Pequeños dramas sobre arena azul. Vete a averiguar cómo pudo llegar a esa sospecha, pues yo ni siquiera sabía de qué iba la cosa de Abel Zamora.
Pero a Susú se le metio entre bigote y bigote lo de alguna amiguita emboscada y seductora y no hubo forma. Me hizo un estropicio en el ordenata y, para colmo, perdí el telefono antediluviano, de picapiedra, pero que me servía. Tengo la sospecha de que Susú, en un descuido mio, lo tirara por la ventana o lo haya escondido en algún rincón incógnito; al tiempo. Me lo repusieron al momento, pero estos putos teléfonos digitales no hay Dios que los entienda.
El hecho es que, sin hacer caso de tan oscuros presagios, me fuí a La Casa de la Portera. Llegué in extremis y creo que llegué a retrasar la representación un minuto o dos. E in extremis, en la última escena, sonó mi teléfono ese puto teléfono recien estrenado que no hay Dios que lo entienda. Resultado, le jodí la última escena a la primera actriz, Marta Belenguer me parece, la gata madre y desdichada. Un telefonazo en el Español o en el María Guerrero, es cosa de nada; pero en un salón de estar donde se apretujan 20 personas mal sentadas, en silencio como de Misa, es una bomba. Y no puedes mirar para otro lado, porque está claro que has sido tú y nadie más que tú. Es peor que una bomba; es una blasfemia. Al final, en vez de aplaudir, junté mis manos en ademán de súplica y los actores/actrices me sonrieron con indulgencia; pero el mal estaba hecho. Me dí cuenta cuando vi salir huyendo a mi amigo Javier Ortiz, el de El sol de York; temí que se avergonzaba de saludarme.
Acabado todo, pagaron justos por pecadores y una señora que tenía pinta de haberse dejado en la sartén las empanadillas -como la Encarna de Martes y Trece- para bajar a ver la función del bajo derecha, la tomó con dos espectadoras, Ana y Yolanda, a mí lado que no habían hecho otra cosa que mostrar su regocijo en algunas escenas.
Tendría que volver a La Casa de la Portera otro dia para ver esa escena postrera que reventé -como en los tiempos de la vieja claque- entre la gata madre engañada por todos (Marta Belenguer) y la borracha Crueladevil, (Mentxu Romero) siempre con un perro zalamero y fiel a su lado. Hay hideputas con suerte. Volvería por ver también a esa paloma yonki, una gozada de personaje y de actriz (Nuria Herrero). Y por averiguar en qué acaban los amores de Calle, el gato follador que acaba marica (Raúl Prieto) y el pobre Manchitas, (David Matarín) castrado por la infame Crueladevil.
De mi Susú, de momento, ni mentarla. Tenía la intención de recomendarla a Abel Zamora, autor, director y actor, para un próximo casting de gatas; pero que se joda. Es una mal criada, vive a cuerpo de reina y encima se enfurruña, por una amiguita de más o de menos que solo existe en us imaginación. Como las mujeres. Susú no sabe ni cazar un pájaro en el jardín de Colmenar Viejo. Y viene y me rasga la tapicería de un sillón.
P/S Si he equivocado algo en el reparto, decídmelo. La culpa es de Susú que al llegar a casa me escondió el programa de mano, la muy zorrona.
No fue vergüenza, que fue prisa. Me iba al Lara a ver otra función, estupenda, por cierto. La abducción de Luis Guzmán.
ResponderEliminarFue un placer verte.