No ha pasado nada; lo digo para tranquilidad de Cide Hamete
Benengeli, el autor que le dictó a Cervantes el Quijote. Entre ese moro inventado y misterioso y un manco de un arcabuzazo en
Lepanto, crearon la novela moderna.
Bueno, quiero decirle a Cide Hamete Benengeli que no ha pasado nada: un
puntazo corrido que no llega a cornada. Son accidentes que ocurren en los sanfermines, en los que el revolcón o la
cornada acechan a cada momento desde el chupinazo del encierro hasta el
encierrillo, que es uno de los momentos más bellos y misteriosos. Y no hablo solo de las cornadas por asta de toro, sino
de las cornadas del ánimo, del corazón, del zumo de la vid, que apuntan
directamente a la femoral: un aperitivo tras el sorteo, una siesta sonámbula,
un silencio de las charangas; y una sonrisa, un pañuelo rojo que no alcanza a
vestir la desnudez litúrgica de un cuello de mujer. Sólo cosas de estas, amigo
Cide Hamete Benengeli, suceden en Iruña: un puntazo en un corazón desprevenido.
La corrida, más o menos, fue así. Sebastian Castella templó y ligó muy
bien a un toro de Jandilla y lo atravesó con la espada. Esos acuchillamientos
descorazonan al más pintado y a Castella se lo vió descorazonado a partir de
este momento: elegante y torero pero descorazonado. Pamplona es así; a veces regala
y a veces quita corazones. A Castella se lo vió bien; está lejos
de aquel gran Castella de cuando
conquistó, con pleno merecimiento, el primer Paquiro, pero va camino de
ello. Aquella temporada ganó también el Maite, gracias a la elocuencia de
Raul del Pozo, al que le gusta el malditismo, en toros y en literatura; el
francés con cara de niño y una infancia desgraciada y padres desnaturalizados y esquineros, llevaba
camino de maldito. Hoy, a dios gracias, no es un maldito; es un
triunfador millonario y buen torero.
Aparte ese puntazo reseñado que ni
siquiera de mercromina tuvo necesidad, Miguel Perera
tuvo el epicentro de su gloria en un gran toro, el segundo, y en una gran faena. Un Jandilla con picante y
con fuerza, de esos no demasiado frecuentes en esta ganadería, ni en las demás, que acreditan la
condición del verdadero toro de lidia; agresivo, bravo, listo y, si fuese posible aplicar el término a un animal,
inteligente. Se le paró una vez a mitad del muletazo y le tiró un viaje al torero
extremeño donde más podía dolerle.
Por la firmeza, por el trazo largo de los
muletazos, por la sinceridad magistral de la faena, yo creo que en Perera hay
un antes y un después de este toro. Mató muy bien y la señora presidenta y sus asesores le birlaron
una oreja de las dos que merecía; una oreja de oro precisamente en una feria en
la que ha habido muchas orejas de hojalata. Gran toro de Jandilla, de los que a
uno le reconcilian con la fiesta. De parecías característica, pero en peor, era
el primero de Fandiño que no supo meterle mano por ninguna parte.
Pero el vasco se redimió en el segundo
con la garra que en él es habitual; Fandiño sale al ruedo con el
cuchillo entre los dientes
Dicho esto, a mí la salida a hombros de Miguel Angel Perera me produjo
una tristeza imponente. Y no porque no se la mereciera, que ganada la tenía con
la oreja que le birlaron, sino por la soledad y la indiferencia del público.
El Chino y dos más, solos y sin
entusiasmos: tres "capitalistas" asalariados y de trámite. Antes, la salida a
hombros era consecuencia natural de un entusiasmo colectivo; la gente se tiraba
al ruedo y se llevaba al torero, arrebatado, literalmente, hasta su casa. Yo mismo,
una tarde en la Maestrnza llegué a tocar el vestido de Emilio Muñoz y seguí a la multitud por Triana hasta que me acordé
de que tenía que escribir la crónica.
Por eso me producen tristeza algunas salidas a hombros. Claro que ayer, a esas
horas, yo no estaba para nada; tenía en el corazón el puntazo de la melancolía.
Eso es, Cide Hamete Benengeli, lo que me pasaba. Nada más. Y que, como comprobarás, si lees el
Mundo de mañana, tenía que escribir de teatro: del nuevo director del Español, Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Y
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