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sábado, 12 de julio de 2014

SAN FERMIN; BANDERA PIRATA SOBRE LOS MARES DE IRUÑA.


El primer toro de la Feria al que le echaron los cabestros por su perniciosa invalidez, tuvo que tocarle a don Ricardo Gallardo, un Fuente Ymbro, ganadería esqueje del árbol troncal de Jandilla que, con frecuencia, supera a sus raíces. En este San Fermín, no. Los jandillas de don Borja  han sido muy superiores a los pupilos del señor Gallardo. Y los diestros ninguno superó a Miguel Angel Perera, en racha y por encima de las dificultades connaturales al toro bravo, a cuyos problemas, en estos momentos, quizá sea  uno de los  pocos capacitados para enfrentarse.

 Juan José Padilla abrió la Puerta Grande. De hecho en esta Feria a mí me parece que la Puerta del Encierro no se ha cerrado desde que la torada la traspasa en el encierro mañanero y madrugador. Los dobladores, encerrado el último toro, se olvidan de las puertas  y  por inercia los toreros  se echan a la calle por latarde; no faltará un Chino o un Rubio que se los suba al pestorejo. Y fuera los espera la multitud que no los ha visto torear.  Amigos costaleros, por esta Feria fecunda de San Fermín, me debeis una convidada; vosotros invitais aunque acabe  pagando yo como siempre. Yo  me alegro, por este toreo heroico que ha devenido en corsario de buena fortuna, por lo del parche en el ojo vacío que le desorbitó una cornada. Pamplona es una flota inmensa de barcos piratas escoltando la nave capitana de Juan José Padilla  con  la calavera y las dos tibias.
 Yo creo  que con Padilla se está cumpliendo lo que, en abstracto, los líricos  llamamos justicia poética; o sea una justicia aplazada que compensa los sinsabores injustos e los desdenes inducidos. Se ha tragado corridas infames, cornadas abracadabrantes, saldos ganaderos que no quería ni Dios. Me basta recordar cuando un miura le prendió por el pecho en toriles y lo llevó como un muñeco desmadejado  por todo el ruedo, para no discutirle nada de lo que ahora haga y le premien o regalen. Es un líder, es más torero de lo que  le han dejado demostrar y está recogiendo los frutos de una vida desangrada a cornadas. ¡Va por usted!. Usted, de pirata y terror de los mares, sólo tiene el romanticismo, “en todo el mar conocido del uno al otro confín” (Espronceda).

Los Fuente Ymbro, sacos de escombros y cascajos. Uno devuelto y unos cuantos por el  suelo; con la casta y las fuerzas a ras del  idem. Pepe Moral pilló la sustitución de David Mora, hecho polvo todavía desde la cornada de Madrid. Mucha solidaridad; todos o casi todos, incluso quienes no querían ni verlo en los carteles,   brindan a Mora un toro. ¡Viva la fiesta!.  Pepe Moral venía lanzado por dos orejas en  La Maestranza; a degüello pues, al parecer, las oportunidades se le van acabando. Consiguió en el inválido y noble quinto, lo que no pudo conseguir en el segundo, más duro y complicado, un rufián para muchos. Simplemente difícil. Un toro para lidiarlo. La oreja que rebanó Pepe Moral, si esta cosa del toro funcionase más por méritos y menos  por enchufes, debiera valerle muchos contratos; no porque haya sido una oreja de sangre y fuego, sino porque descubre las virtudes de un torero casi en la clandestinidad. Lo mismo  que Jiménez Fortes, valiente ceñidísimo hasta la temeridad, gran capotero, y  buen trazo muleteril,  Moral puede ser torero de Pamplona. Y si se es torero de  Pamplona se es torero de todos los sitios. Como Padilla, mismamente.

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