Una Feria del Toro no es solo un
desfile de modelos: gran tipo, contoneo estilizado, arrogante y buida arboladura, piernas fuertes movidas a compás. La Feria del Toro debe ser también
raza, casta, carácter agresivo, instinto
de defensa y ataque. Qué es trapío, le preguntaban a un famoso crítico
no recuerdo quién. Y ese afamado crítico contestó: “trapío en el toro es como la armonía en la mujer en todas sus partes”, más o menos. El
trapío en la plaza de Pamplona, se da por supuesto. La casta y la bravura son otra cosa y eso es imprevisible en el discurrir concreto de una tarde. Los de
Garcigrande/Domingo Hernández
tuvieron trapío y belleza; les faltó bravura. Toros como el tinto de verano;
refrescan pero les falta bouquet. El tercero con más genio que casta. Y los
diestros, fiel a sí mismo el Fino en
su doble y antitética versión: Finito de
Sabadell y Juan Serrano. A Serrano yo lo seguiría en estos momentos
hasta el confín del mundo.
La actual degeneración de la casta
brava no es cosa de una tarde; es consecuencia de un complejo fenómeno de
ingeniería gética: la búsqueda de un toro sin carácter y sin bravura; un toro que “se deje”, que “colabore”,
que “no moleste”. Que les permita a los ases de la torería “estar a gusto”. Luego, a veces, se produce un salto atrás,
como el primero de Alejandro Talavante,
con un punto de genio, y le echa mano;
por destaparse, por tener la
muleta fuera de sitio. Con todo, Talavante, desarrollada ya su verdadera personalidad,
es un torero en la cumbre de un ascenso continuado. Tal como está el panorama,
y con el magisterio de Curro Vázquez al
lado, puede hacerse el amo. Perfecto de ejecución y de efectos el estoconazo al
tercero
Por culpa de esa degeneración de la casta
brava, los toreros pierden oficio y
costumbre, se amaneran y cuando el toro descarrila, es decir cuando deja de ser
un toro de carril, pues el tren se los lleva
por delante. De carril fue el quinto y Julián
López no necesitó del bagaje técnico
y los recursos de lidiador que exhibió en el segundo. No tiene el Juli el don del
arte, pero se las sabe todas y se ha convertido en un sabio del toreo. Y tiene
arrestos y vergüenza torera. Eso también es un arte. Y por eso Julián López es torero de Pamplona. Aquí como en ninguna
parte, se manifiesta la pasión de los juligans, la fe de la julimanía. Nada que ver con hooligans.
El Fino; mal en el primero; en plan Finito de Sabadell. Se ganó la bronca. En
el cuarto se pareció más a Juan Serrano,
su verdadero nombre y su verdadera torería. Estupendos muletazos por alto y un
bellísimo remate por bajo. Los naturales elegantísimos y “asegún”. Milagro es
citar con el extremo del estaquillador en el natural y conseguir que los
naturales parezcan profundos. O sea, ser un privilegiado. La merendola no
permitió a los tendidos disfrutar esa elegancia tan torera. No se puede percibir un toreo angélico como
el de Juan Serrano con la boca llena de magras, ajoarriero o bocatas de
tortilla y metiéndole mano a la bota, que lo único que hacen es manchar el
blanquísimo y rojo uniforme sanferminero. Hace muchos años titulé una crónica
dictada desde las peñas en plena solanera: “Berrendo
en sangría”. ¡Qué tarde la de aquel dia!.
En cuanto a las orejas, de no ser por la espada, el diluvio. A mí me parecen bien porque con las salidas a hombros se benefician mis amigos El Chino y El Rubio y van tirando para un pasar de pensiones y bocadillos. Sobre su pestorejo han descansado los testicularios más ilustres de la torería. Son herméticos y no sueltan prenda: secreto profesional. Un dia se les escapó que El Juli es de los más generosos. O sea que ayer se forraron el Rubio y el Chino.
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