O al pastel?
El vínculo con
el que desde hace un tiempo uní a Sara
Moraleda, actriz, con el resto del arte
ha sido siempre Frida Khalo. Frida y el dolor, Frida y
la fuerza de la vida y la capacidad creativa. Vestida de tal y ante la casa de Diego Rivera me envió un dia una
fotografía. Había mucha alegría en esa foto. Y cierto dolor como si Frida Khalo
presintiera ya el piolet de Mercader apiolando
la montaña sagrada de una cabeza especial a la que Stalin había puesto precio.
Siempre que volvía de Méjico se presentaba por el café de Gijón y luego los
camareros y Pepe Bárcenas me decían
ha venido una chica guapa y rara, peinada de una forma y extraña y te ha dejado
recuerdos. Yo les preguntaba si venían con ella Trotsky y Diego Rivera y me
decían pues no sabemos quién era pero era un elemento antipático que no nos
cayó bien. Vestida de Frida se presentó
en la gran fiesta del Premio Miguel Mihura que ganó Beatriz Argüello.
La conocí en
un Valle Inclán, en la mesa de las Pingüinas, que esperaban a Fernando Arrabal porque habían
trabajado en su obra sobre las mujeres
de Cervantes dirigidas por Pérez de la
Fuente. Se me acercó acompañada de María
Hervás, a quien yo conocía de Confesiones a Alá, y me dijo: “Soy Sara
Moraleda, siempre has escrito bien de mí”. Ahora ha vuelto de México sin Trotski y sin Diego Rivera. En alguna
ocasión hemos maldecido juntos la traición de Siqueiros, acaso el más grandioso muralista mexicano y un estalinista
execrable. El ametrallamiento de la casa
en que vivía refugiado Trotsky forma
parte de la historia universal de la infamia, historia que debe asumir todo el
movimiento comunista lacayo de Stalin por entonces, el gran zar rojo y
asesino...
México esta
vez tengo, la sensación de que le ha producido a Sara Moraleda más pesares que
gozos. Lo he notado cuando, camino de Mérida o Almada, paso por Talavera de la
Reina donde se refugia. Ahora está en
Luchana, en Don Gil
de las calzas verdes. ¿Quién dijo que los clásicos eran aburridos?.
Moraleda, Ernesto Arias y yo hicimos
el año pasado por Cervantes y sus
geniales intereses más que el Instituto del mismo nombre y la Academia de la
Lengua juntos. Elegíamos un entremés, yo resumía el argumento y los tres,
constituidos en jurado, premiábamos a los acertantes.
Ernesto Arias
lo ví el otro
dia en el Galileo haciendo en La duda,
un cura bondadoso frente a una demoniaca monja, la hermana Aloysius encarnada por una odiosa Carmen
Conesa. Hay personajes que marcan y de haberme encontrado por la calle a la
Conesa la hubiera escupido a la cara. Complicada obra sobre la fe, la calumnia,
la pederastia, la intolerancia, con la coartada de dios y la virtud al fondo.
Un texto durísimo de Jhon
Patrick Shanley. Además de esos dos personaje enfrentados están la monja joven, hermana James, y la señora Muller (Marta Wall) madre de un niño de tendencia homosexual
al que elpadre maltrata por ello.
La hermana Aloysius es una monja que nada
tiene que ver con la monja capillera de mi libro Sin pecado concebido, a la que un dia, sin querer, le toqué el culo
en la sacristía y desde entonces me daba más vino de consumir y algún bocata
que remediaba la precaria dieta del seminario. Mi monja capillera era de una piedad más parecida a la hermana James.
La sospecha de pederastia que la monja mala
arroja sobre el padre Flynn me
recordó El principio de Arquímedes, áspero
texto de Josep María Miró que vimos
en la Abadía magníficamente interpretado; un monitor de natación acusado de acariciar
a
un alumno con temor al agua; en consecuencia un abusador.
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