Cuando hay un torero poderoso y suficiente en el ruedo, no hay viento que valga. Dejémonos de coñas marineras; el viento es un incordio, pero solo frustra las faenas ya frustradas. Ayer por ejemplo, El Juli, anteayer Talavante fueron reyes del viento
El Juli es el triunfador indiscutble de estas Fallas; con varios cuerpos de ventaja sobre todos los demás. El Juli ha sido una apisonadora, pero el torero eterno lo hizo un humilde torero riojano, Diego Urdiales. Ese es el toreo que no olvidaremos nunca y que pesará en la concienca de los buenos aficionados por los siglos de los siglos; el Juli, una figura, una estrella. Diego Urdiales, un maestro: el depositario del misterio. Si en toros hubiera, como en el cante jondo, una Llave de oro, esa llave la tendría hoy, sin duda, Diego Urdiales.
Una de las ventajas del Plus, que anteayer comentaba, es que
te permite una libertad de movimientos que no te da la corrida in situ. La tele
alivia las urgencias que durante 25 años me han mantenido en vilo en el rifirrafe
diario de la crónica. Si ahora estuviera
haciendo crónica para el Mundo la haría desde el Plus, lo que evitaría las sonrojantes urgencias de todas las tardes. Ahora, antes de que los cabestros arrastren el sexto toro, me iré al teatro. Con la comodidad de haber ido redactando la crónica con media botella de Viña Tondonia al lado, un plato de jamón Joselito y con el ordenador sobre la mesa
Esta comodidad de la tele la comentaba a diario en el tendido
del 1 de las Ventas con Javier Díez de Polanco, mandamás del Plus, con
el mantuve una razonable cordialidad y
proximidad de asiento durante años. Fue cuando la gente dio en decir que yo me
iría al País; lo cual producía en Díez
de Polanco, en mí y hasta en su distinguida esposa Marisa, ataques de leve
hilaridad. Todos sabíamos que eso no era posible. Y que a mí luchar con el recuerdo
invulnerable del crítico que más he querido y admirado, Joaquín Vidal, me producía sarpullido.
En mi blog escribo con absoluta libertad de horario cosa que
no podía hacer en el Mundo pues el cierre es el cierre. La libertad es la misma, pues en esto el Mundo siempre ha
sido un modelo ejemplar de libertad. Lo primero que Pedro Jota me advirtió al
llamarme; aquí lo único que importa es la independencia. Y escribir bien. En lo
de la independencia no tenía que darme ánimos pues entré en la crónica taurina
como un caballo en una cacharrería; para regocijo de Pedro Jota y rabia de los
taurinos que dieron en calificarme de
antitaurino infiltrado y cosas
peores. En lo de escribir bien, valga la inmodestia, siempre he andado sobrado como reconocen incluso mis detractores.
De Finito, establecí en tiempos un triple baremo: Finito de Sabadell, cuando estaba horrible; Finito de Córdoba cuando estaba en su ser intermedio y Juan Serrano cuando rozaba la
excelencia. Ayer estuvo más cerca de Juan Serrano, de ese que gustaba a Jaime Sanz o a Paco
Puchol. Puchol ha muerto y mañana, como apéndice de estas Fallas ventosas y
friolentas, les dedicaré un recuerdo a ellos y a todos los buenos amigos
valencianos cuya amistad ya justificaría mi paso por el mundo del toro.
De Julián López El
Juli nunca fui devoto fervoroso, con gran contrariedad de Álvarez del Manzano que veía en él la
reencarnación de Joselito y Belmonte juntos. Di en atribuir la
fascinación que el torero niño ejercía sobre el público a una cuestión de
aceleración, de emotividad dinámica. Primero su capa vertiginosa de lopezinas,
serpentinas y revoleras; luego sin transición las banderillas igualmente
vertiginosas y por último la aceleración in crescendo de la muleta; al público
no le daba tiempo no ya a pensar, sino a respirar. Esa era la clave. Siempre
fue respetuoso con mis críticas y su padre, a tal punto me valoraba que una vez
que le hice una loa grande, me lo encontré `por los pasillos del hotel con el
Mundo en las manos gritándole a la
gente: “cómo habrá estado Julián que hasta Villán lo ha puesto bien”. Recuerdo aquel momento con enorme
gratitud y afirmo que el Juli ya no es aquel torero vertiginoso, aunque aun esté
lejos de la unión hipostática de las dos naturalezas primigenias, Belmonte y
Joselito, que auguraba el Alcalde sevillano de Madrid Álvarez del Manzano.
De Pereda lo más
que llegué a decir es que era un torerito juncal que había estilizado el abrupto parón de Ojeda, lo cual irritó a ojedistas y peredistas. Ambos bandos siguen
irreconciliables con aquella definición un tanto osada, lo reconozco; pero
siempre que he tenido oportunidad he afirmado que Pereda no es un torerito
juncal, sino algo más sólido; como ayer por ejemplo.
A quien pediría más solidez es a la cabaña brava y a los de
Garci Grande/ Domingo Hernández siempre con más kilos, aunque bien repartidos, que fuerza y casta: el toro suave que han exigido las figuras. Y aquí viene lo bueno de
este invento de la tele: nadie podrá reprocharme que antes de que doble el
sexto toro me vaya al teatro. Me atrae más una función de Marivaux el las Naves
del Español, El príncipe travestido, que
esperar a ver cómo remata tarde el “sólido torerito juncal” extremeño. Prometo
dar noticia de El lenguaje de tus ojos (El
príncipe travestido) dentro de un rato.
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