Tom en la granja
No recuerdo cuánto tiempo hacía que no veía a Yolanda Ulloa sobre un escenario en un
papel determinante; ¿ ocho años, dies
años?.
No son demasiados años, mas para una
actriz como Yolanda Ulloa, una gran y primerísima actriz, sí lo son. Enio Mejías la ha recuperado y eso merece un reconocimiento.
Usamos con excesiva facilidad la palabra “gran”; pero en este caso, es de
justicia. Véanla en la Cuarta Pared, en Tom
en la granja, un dramón de muertes y homosexualidad culpable.
En este paisaje de caracteres atormentados, Yolanda Ulloa
despliega un mapa insólito de ternuras, dolor, intolerancia y autoritarismo. Y
cierta vena trágica para la que Yolanda Ulloa está tan dotada como para la
comedia. Es la columna vertebral de un elenco que se manifiesta con una vigorosa y turbadora
violencia. Alejandro Casaseca (Francis)
es un granjero inquietante y rudo, demasiado rudo y sin matizaciones a veces; Gonzalo de Santiago es Tom, el depositario de todos los
secretos y todos los enigmas; un homosexual glamouroso y elegante que
experimenta una rara empatía con el aldeano Francis. Y Alexandra
Fierro, una supuesta novia del hijo muerto, que aparece en el tramo final con una chispa y una brillantez luminosas.
También ella es depositaria y cómplice de muchos enigmas y misterios que se le
ocultan a Agatha. A tan bronco y
cruento melodrama le sobran minutos y un ritmo sostenido de dirección. Demasiados tiempos muertos, acaso excesiva
delectación en el lado oscuro de cada personaje.
La campaña electoral ha arrancado a toda pastilla y con
dureza; me da igual. No voy a suicidarme por nada de lo que ocurra en España,
“un país como este no es el mío” escribió Antonio
Gabriel y Galán un buen amigo y colega de rojerío. Pues eso. Además, sólo
me pegaré un tiro con la pistola de Larra. Y aunque los pocos e insignificantes
enemigos que me quedan se han puesto afanosamente a buscarla no es fácil que
den con ella.
Según los primeros síntomas y discursos, el PP ha empezado centrando
la cosa cultural de esta tétrica campaña, en la gestión del “caso Pérez
de la Fuente”, modelo de cacicada podemita extensible a todos los campos de la
vida social y política. Defendía yo no hace mucho que Pérez de la Fuente era “un
hombre de teatro más que un hombre de partido”. El uso que está haciendo de su
“caso” la derecha cavernícola quita toda autoridad a mi afirmación. Pérez de la
Fuente es PP puro y duro. Pero antes, voy a decir algo que en estos momentos
acaso no le favorezca: que una izquierda asilvestrada, consciente de lo que para
este país significan Max
Aub y Alfonso Sastre,
apoyó a Pérez porque él decía apoyar a Max y a Alfonso. Esa izquierda volvería
a apoyarlo en cualquier circunstancia si esos objetivos prevalecieran.
Quien venga a sustituir a Pérez será también hombre de
partido, próximo a Podemos como Juan Carlos lo es a doña Ana Botella. Lo malo es que Podemos está en otra guerra y que el
teatro le importa un carajo y que la señora Celia Mayer sigue sin ver una función en el Español. Pérez sí tenía
programación y una programación aceptable. Que lo jodiera todo con el “numanticidio”
es otra historia; pero para entonces ya estaba sentenciado; alea jacta erat.
Lo que va de Mahabharata a Battlefield: un abismo
Puede que quien le
vaya a sustituir a Pérez de la Fuente, estuviera casi a mi lado el otro día aplaudiendo
a Peter
Brook. Sabe de teatro, ha hecho y está haciendo muy buen teatro, teatro de
barrio, teatro de compromiso y resistencia. Habrá que ver cómo evoluciona ese
compromiso y esa resistencia. Todos los asistentes ovacionaron Battlefield,
un Mahabharata de pequeño
formato, miniatura de aquellas 10 o 12
horas, que vimos hace 30 años en un inmenso galpón de los Estudios Bronston. Sobre
aquel Mahabharata, quienes estuvieron
en aquella altísima ocasión cimentaban sus aplausos en el Canal anteayer. Sobre
ese Brook nosotros, los de entonces, pese a Neruda seguimos siendo los mismos. Este infinito creador, autor de
conceptos tan determinantes como “el espacio vacío” y la “ventana abierta”; el
mago capaz de desarrollar la esencia del teatro con un gesto, un movimiento o
un objeto, sigue provocando insólitos revuelos emocionales. Y conmoción
teatral; algo incomprensible en este Campo
de batalla, interesante pero a distancia del gran Brook.
Sofía, retrato al
pastel
La estructura de esta función es la misma que la de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes; García May ha cometido la osadía de defuncionar
a Juan Carlos I, Juanito. Un regicidio solamente teatral y, por lo tanto, impune. Carmen Sotillos (Lola Herrera) tenía
más agravios contra el cabrón de su marido, que doña Sofía (Victoria Salvador)
contra Juanito. Alguna aventurilla de cuernos le reprocha, pero poco. De cosas
de política, nada de nada; algo al final, muy atenuado, sobre la querida hija
descarriada inmersa por amor en el caso Noos.
Ignacio García May no engaña a nadie. ¡Fuera morbos y
curiosidades insanas! Esta templanza textual se ve sacudida por el temporal
interpretativo de Victoria Salvador,
polifonía de registros, e implacable en el rol de la madre Federica que, con ironía y displicencia, saca las garras. Desde la
hoja volandera del programa de mano el autor advierte de las intenciones de esta
obra: un texto neutro sobre una reina neutra nacida en Grecia, que se siente
cien por cien española; un retrato “al pastel” que no aporta nada que no sepan la
mayor parte de los españoles. El resto ni le interesa la cuestión ni va a ir al
Español, salvo mis amigos Paloma y Alfonso Lazcano fervorosos de doña
Sofía que ya están haciendo cola.
Quienes esperaban morbo o secretos de Estado, (23F por
ejemplo) fornicaciones, etc… se quedan a verlas venir. No hay más cera que la que
arde; doña Sofía es la que es: una reina modélica, una madre ejemplar, una “profesional”
como la definió su propio marido, Juanito, el Campechano, rey de España. En consecuencia, habla más de su familia
griega, de su infancia y de la boda y de las tornabodas, que de los problemas
de su reinado consorte. Para este viaje
no se necesitaban alforjas y era innecesaria un obra de teatro. Aunque siempre
se agradece la escritura de García May un excelente dramaturgo que escribe sus
textos con una prosa casi perfecta. Un gozo para el oído. Y eso que hemos dado
en llamar “carpintería teatral”. Y la oportunidad para que una excelente actriz
demuestre su categoría; Victoria Salvador.
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