Botín
de guerra
Un escenario tradicional no es el
lugar adecuado para una obra de tan colosal envergadura. El escenario se queda pequeño. Ni siquiera la
escenografía de Paco Azorín logra
oxigenarlo; dos planos, el primero para
la acción, el plano alto acaso para la reflexión. Carme
Portaceli no traslada mecánicamente el mundo troyano a la devastación del
actual de civilizaciones confrontadas. Analogías, las imprescindibles; leves
concesiones, complicidades. Eurípides
es Eurípides y culpa más a los hombres que a los dioses. Eurípides es un dialéctico y Conejero ha demostrado muchas veces, encontrarse cómodo en esta filosofía.
La Guerra de
Troya no fue consecuencia de un apetito de lujuria o un exceso de amor. Fue una guerra
de expansión comercial, nuevas rutas y
nuevos mercados. Helena, (Maggie Civantos) fue un pretexto. Y
esta es muy clara en su confrontación con Hécuba:
“de verdad crees que la posesión y el deseo de mi cuerpo ha desatado la guerra?”
La sensibilidad de Carme Portaceli la aproxima a estas
mujeres, botín de guerra de los vencedores. Error que lastra el discurso de la narración: una Hécuba vigorosa y bella, cuya edad parece la misma de Andrómaca (Gabriela Flore) su
nuera, viuda de Héctor. Falla un
reparto que, salvo en Polixena y
Hécuba, carece de consistencia. Aitana Sánchez-Gijón, en plenitud física y emocional, se sobrepone
con dificultades a veces demasiado evidentes, a ese contradiós de un reparto inadecuado.
La revelación nace de Alba
Flores, una evanescencia bellísima y sagrada, una faraona de porcelana, hija
de Antonio, el genio maldito. Me
fascina la estirpe de los Flores marcada
por el genio y la tragedia. En resumen, no es un espectáculo redondo, pero
merece la pena.
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