Espía a una mujer que se mata, Vania y la trituradora de Veronese. Un
arranque fuerte, difícil de mantener a lo
largo de toda la obra. Una pistola
apuntando a la cabeza de Sonia, una huida
gatuna de Serebriakov (Pedro G.
de las Heras). Chejov con injertos de Las
criadas; los caminos de Veronese
son inescrutables. Recuerdo, todavía perplejo, su montaje de Tres hermanas con un reparto masculino.
Veronese en la sala Paco Nieva. El mismo escenario, idéntico
rincón de Mujeres soñaron caballos: Buen reparto con una
impecable Susi Fernández, una
de mis actrices preferidas. Y la joven Marina Salas, Sonia entre el desamor y
la resignación. Atención a esta joven actriz, con una inusual fuerza expresiva
en sus ojos dolientes. Malena Gutiérrez
hace un gracioso con autoridad y ternura,
Teleguin. La belleza llena de pasión de Natalia Verbeke, la sofisticada dama moscovita. Ginés
Millán, con un cuarto de hora antológico ya cercano el desenlace.
Dos entremeses de
Cervantes, nunca representados.
Gran trabajo de dirección, movimiento escénico,
plasticidad. En la Abadia, La guarda cuidadosa y El rufián viudo llamado Trampagos, dirigidos
por Ernesto Arias. Arias es un excelente actor, Dionisio
Ridruejo en la obra de Ignacio
Amestoy, El malentendido, de Albert
Camus. Piedad de Cervantes por
el ser humano sea un soldado pobre y fanfarrón, un sotasacristán, un putón
desorejado, una doncella virginal desvirgada en plena calle, o una dama bella y
virtuosa que defiende su derecho a la
soledad. Emoción en este discurso
sobre la belleza y el derecho a la
soledad de la doncella; Carmen Valverde tan
brillante de virgen como de puta; soy dueña de mi belleza y mi soledad, no
tengo por qué amar a nadie y menos a un feo; piadosa ironía cervantina.
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