Villarramiel y la diplomacia pellejera
Ignoro si la expresión que da
título a esta columna es aplicable o no a la que actualmente practica la
diplomacia española o la diplomacia interna entre partidos. En cualquier caso,
se debe a Eloy Ibáñez Bueno, diplomático, creyente, dialéctico, natural
de Villarramiel y palentino residenciado en Madrid. Villarramiel es un pueblo de la provincia de
Palencia de larga y realenga historia. Y se le conoce por su curtido, por ser
en tiempos el pueblo de los pellejos. Con Eloy Ibáñez Bueno, tuve hace siglos una conversación que se
publicó en mi libro Palencia, paisajes con figura, patrocinado por la
Casa Regional de Palencia en Madrid,
que a la sazón presidía Lorenzo
Durántez, de Riveros de la Cueza, de donde era mi padre, localidad cercana a Torre de los Molinos donde nací yo.
Fue una de las entrevistas más intensas y enfrentadas, en el mejor sentido de
la palabra; Eloy partía de un liberalismo cristiano y humanista y yo de
un marxismo también humanista; él, un creyente; yo, como buen exseminarista, un
descreído. Eloy Ybáñez me ha reconfirmado recientemente sus creencias
religiosas, al condolerse del óbito de un gran hombre de teatro, mi amigo Gerardo
Vera, diciéndome que la muerte es suceso transitorio y habrá un
reencuentro; más o menos. A Eloy se debe la afortunada expresión “diplomacia
pellejera”, siendo como es diplomático y del pueblo de los pellejos
A ese libro sobre Palencia, Antonio
Gala, que me cedió el título de una serie suya de tve, lo calificó de histórico, ejemplar
y…atroz: “modelo para
entrevistadores sin piedad”. Eran, son, 21 entrevistas con 21 palentinos
universales; entre ellos Diaz Caneja, Mariano Haro, Ramón Carande, Diez
Hotlheiner, Gabino Alejandro Carriedo,
Nazario Aguado, Paco García Salve, (cura obrero en los suburbios de
Barcelona, creo recordar) Tomás Salvador, burócrata de la policía en
la comisaría de Via Layetana (Barcelona) y autor de una novela de gran
pulso narrativo, Cuerda de presos; Tomás Salvador estaba dolido con
Palencia y pensaba que, en Villada, su pueblo, no lo querían. No podía faltar
en ese libro Marcos de Celis, lo
cual no fue bien recibido en un sector de la sociedad palentina. Pretendí
entrevistar también a José Antonio Girón de Velasco, el León de Fuengirola, que de vez en cuando
lanzaba rugidos apocalípticos. Pero se negó, aduciendo que “estaba salvando España” (sic) y que “no
podía perder el tiempo con un periodista
sospechoso (sic) como yo”.
El libro nunca se presentó en
Palencia, pese a las buenas intenciones de la librería Alfar. Me vine desde la
Coruña, donde pasaba vacaciones, conduciendo Ana de un tirón, para presentarlo en el Instituto y los bedeles no quisieron
darme las llaves. En vista de lo cual,
opté por irme a Torre de los Molinos a jugar al mus.
Quien quiera ampliar su
conocimiento de la historia de Palencia, su geografía y sus gentes, encontrará muchos datos en ese libro, que
ilustró el pintor Francisco Alcaraz. Creo que se descatalogó, pero en la
Casa Regional de Palencia en Madrid, si ésta sigue existiendo, debe de haber
ejemplares. Se lo recomiendo a los
ilustres académicos de la Fundación
Tello Téllez de Meneses, que, para explicar mi ausencia de ese ilustrísimo sanedrín, cuyo ingreso nunca solicité y
nunca solicitaré, han aducido
que no tengo una obra específica sobre Palencia. Incierto; toda mi obra está
aromatizada de “palentinismo” pues bebe, o procura beber, en Gómez Manrique,
señor de Amusco e iniciador del teatro español; en su sobrino Jorge Manrique
y, más recientemente, en el vanguardismo poético de Francisco Vighi, italiano
que siempre se consideró palentino y casado con Julia Arroyo que vivió en
Macintos. Tengo, además, un libro titulado Crónica viva del Camino de
Santiago, (Edit Luis Vives) del que se vendieron cerca de ocho mil
ejemplares y en el cual hay
incuestionable presencia de
Palencia.
Bien; solo quería decir que
Villarramiel, la patria de Eloy
Ibáñez, es el pueblo de los pellejeros y curtidores y en él se sacrificaba a los burros matalones,
pura ruina, para curtir su piel, su pellejo, deteriorado por las
mataduras. Esta es la idea, ignoro si
del todo exacta, que muchos tienen de Villarramiel, adornada por la posibilidad
o la leyenda, de que la carne de burro
se convertía en cecina que yo nunca probé. En cuestión de cecinas, siempre
preferí la cecina de vaca que preparaba mi madre y, en su defecto, la de mulo
que tampoco estaba mal. Lo de diplomacia pellejera de Eloy Ibáñez está, pues,
muy bien traído.
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