La luz que se apagó y perdura. ELISA
Pesadilla. Primero un viento
helado, después un viento suave, del cierzo. Realidad; una sonrisa sin raíces,
sin tronco sin ramas y sin hojas, todo savia; inmensa, universal y eterna. Una
sonrisa vegetal y humanísima. Una de esas sonrisas que no sabes de dónde
vienen, pero sabes a dónde van. Vienen desde la eternidad y van al hombre, al
ser humano en toda su extensión. La bondad absoluta. Once hijos y algunos
abortos involuntarios. Y por fin el silencio. Un silencio líquido en medio del
silencio telúrico de la pandemia, entre los heraldos negros de la pandemia, un
silencio con leves ondulaciones de arcoiris, un arcoiris total sin lluvia, sin
rayos de sol y sin heraldos ni negros ni blancos. La luz en estado puro. La luz
terrible y herida. Comprendí entonces, cuando se extinguió, hace pocas horas, que su resplandor me había iluminado siempre, como me iluminó
la luz de mi madre; comprendí que Elisa
mi hermana mayor, de cinco hermanos después de Arturo, y antes de Mercedes,
José Maria y Concha. Yo el benjamín, el mimado, había sido mi luz más
verdadera después de la señora Rosario, nuestra madre .
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