A propósito del triunfo de
Syriza felicito a Grecia, vía Podemos, pues se los considera hermanos; yo creo
que, a lo más, primos. Mas valga el parentesco. Visto lo visto en los tres
primeros días, no sé si el triunfo de Syriza favorece a Podemos o es un torpedo
en su línea de flotación. Hay triunfos que matan. En España el personal anda
revuelto con el posible triunfo de Podemos. Hablo del personal taurófilo,
mayormente. No trato de hacer una defensa numantina de la corrida de toros,
sino de aportar unos datos que pudieran demostrar lo improcedente de la
prohibición de la tauromaquia.
La
cocina del quijote.
El Tormo, restaurante
manchego con pinta de posada cervantina en las Vistillas. Seis mesas y para qué
mas, dicen Milagros
y Enrique los
posaderos. Lo fundó hace años Joaquín Racionero, que
empezó comunista y acabó facha y hoy está jubilado de todo. Va a ser verdad que
la lucha final será entre comunistas y ex comunistas. Milagros y Enrique no se
meten en berenjenales políticos. No le dirían a Miterrand, como
cuentan que le dijo un dia Joaquín Racionero refiriéndose al morteruelo que le
habían encargado ex profeso para él: “no se le ocurra comparar este plato con
su paté, no hay color”. A lo que Miterrand, dicen, contestó: “pero los
franceses lo vendemos mejor”.
La cocina el Quijote es ya
una recreación cultural. Si se hubiera limitado al menú de don Alonso Quijano habría
limitado su alcance y su refinamiento. Don Quijano era un hidalgo pobre, según
la dieta que testificó Cervantes: “Una
olla de algo más vaca que carnero, salpicón (fiambre o carne picada con cebolla
y vinagre) las más noches, duelos y quebrantos (huevos con torreznos) los
sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos”. Para
ser pobre no está mal, pero el menú de El Tormo es muy superior.
Pepe
Esteban escribió hace tiempo un libro sobre el tema. A Pepe voy a
llevarlo un dia a El Tormo para que aprenda de Milagros, que explica plato a
plato: sus ingredientes, su cocción, el fuego que necesita, algunas leyendas….
Esta explicará el origen del atascaburras, o del gazpacho pastor o del
mostillo, la naturaleza del arroz de bodas e incluso de tornabodas y los
secretos del verdadero pisto manchego. Me llevan a degustar estas excelencias Javier López Galiacho
y Emilio Martínez: dieta de ocho platos, más o menos; lo que dispongan
Enrique y Milagros. No hay elección, sólo la voluntad de Milagros.
Homenaje a Rabelais, a Pantagruel gigante
que en vez de hacer liza con don Quijote, de encontrase con él, hubiera pactado
venir al Tormo; mejor hartarse de viandas que pelear por una dama. Luego
hablamos de toros, del libro que acaba de publicar López-Galiacho, De frente, en corto y
por derecho. Por las Vistillas, cerca del Acueducto vedado ya por grandes
mamparas para los ángeles suicidas. Una tarde en que Yesteras, gran
banderillero luego, fracasó en las Ventas le pregunto a Bojilla, su
apoderado: “¿y ahora qué hacemos?”. Y Bojilla, la peor lengua de toda la
torería, le contestó: “Yo al hotel, tú al viaducto”. Hoy esto no sería posible;
y menos después del yantar que nos ha servido Milagros.
De
frente y por derecho.
Javier López-Galiacho,
aficionado insigne, ha escrito un libro de toros que es más que un libro de
toros. Tampoco López-Galiacho es un aficionado del común y el título de este
libro puede inducir a engaño. De frente, en corto y
por derecho resume, con la trilogía “parar, mandar y templar”, a la que
puede añadirse “y cargar la suerte”, la norma sagrada, el espíritu y la técnica
del arte de torear. Quizá este libro lo explique mejor el subtítulo: Ensayo de una
tauromaquia para el liderazgo personal y empresarial. O sea la magia del
rito, el juego de la muerte, el misterio de la ceremonia y la grandeza del
toreo aplicado al prosaísmo de la vida diaria: el torero como espejo de
conducta. Para héroes solitarios y para ejecutivos empresariales con el triunfo
como destino. Y todo ello con un bagaje cultural que desconcertará al taurino
habitual; enriquece y ennoblece la literatura de toros.
El
Toreo es grandeza, tituló Joaquín Vidal
uno de sus pocos libros. Vidal, acaso el mejor crítico taurino de la segunda
mitad del siglo XX, era hombre de periódico, de la crónica a pie de plaza. Era
parco en libros y abundante en artículos, modelo de prosa y de subversión
crítica. Me sumo al homenaje que López-Galiacho dedica a Vidal en De frente en corto y
por derecho, que reside, creo yo, no solo en el capítulo dedicado a esta
figura estelar del periodismo. Está posiblemente en la estructura del libro, en
su enfoque de la tauromaquia, en la ética y la conciencia que lo impregna, en
una honradez intelectual que lo llevaba a ser un subversivo en toros y un
conservador en política.
López Galiacho no elude
ningún tema por espinoso que sea. Mismamente el soborno, -“sobre” en la jerga-
los periodistas alquilones a los que opone la honradez desdeñosa de Vidal. No
es el único, obviamente. Pero a mí estas cosas, tras haber publicado una Antología de la
crítica taurina y haber profundizada en los orígenes y naturaleza del
sobre, siguen dejándome perplejo. Nunca han tratado de sobornarme, nunca me ha
tentado el Opus
Dei - que sólo tienta a los muy inteligentes- ni ha tratado de captarme la
CIA o servicio de espionaje paralelo. O sea que nunca llegaré a nada. Iba para
latinista y me quedé en cronista taurino.
Aportación personal al
margen del libro: los zoquetes de prosa mazorral y zopenca se inventaron una
noche de insomnio que Joaquín Vidal y un servidor cobrábamos de la UE para
desprestigiar la Fiesta. Como yo no recibía nada, le reclamé mi parte al bueno
de Joaquín. Me fulminó con esa mirada gélida que, a veces, le salía: “sobre
esto no tolero ni una broma, ni siquiera a costa de la Comunidad Europea”.
Solté una estruendosa carcajada y me invitó a media botella de Viña Ardanza en
los Caireles mientras él tomaba su café. No quise decirle que ese era el vino
que bebía Curro Fetén para no herir susceptibilidades. Queríamos a Curro Fetén.
Nos llamaba “los vengadores”: justicieros de todas las humillaciones que había
tenido que sufrir.
Releeré este libro, aunque
ya no aspire a ningún liderazgo ni personal y mucho menos empresarial. Lo
releeré como el mayor empeño intelectual de dotar a la vida de estímulos y al
toreo de grandeza: vida y toros.
Sublime sin interrupción, como los quería Baudelaire... a los genios como Javier.
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