MIS FUENTES LITERARIAS.
Estoy hablando del futuro cuando quizá no tengamos futuro. No es cuestión de añorar un pasado cuyas fuentes literarias para mí fueron El COYOTE, de J. Mallorqui y las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, poco recomendables para mis altas aspiraciones y con gran disgusto de mi madre. Cuando era adolescente, recién salido de la infancia o acaso con la infancia sin terminar, no me preocupaba cuál pudiera ser mi futuro. Quería ser escritor y cuando llegué al Seminario, me convencieron de que podía serlo. Uno de los profesores nos leía las novelas de piratas y aventuras de Emilio Salgari y, en algunos casos, los viajes visionarios de Julio Verne. El protagonista de las novelas de Salgari se llamaba Sandokán y era muy valiente y luchaba contra los que le habían robado sus riquezas y contra piratas de muy malas intenciones. Los piratas de la Malasia; no es necesario irse tan lejos; basta con asomarse a la política española.
Mis fuentes literarias no
mejoraron sensiblemente de aquellas que
disgustaban a mi madre. Pero esa clase era muy divertida y estimulaba la
afición a la lectura, que yo creo era lo
que pretendía ese profesor. Luego vinieron los clásicos del Siglo de Oro y
sobre todo Cervantes y el Quijote, pero primero fue Salgari. En casa yo leía todo
lo que caía en mis manos, a escondidas de mi madre y por las noches en la cama
con una linterna. Y como mi padre era peatón-cartero además de herrero y
tabernero, y mi madre muy aficionada a la lectura, en casa no faltaban libros
ni revistas. Yo estaba convencido de que el futuro no sería un azar, sino algo
construido por mí mismo; lo cual no ha sido cierto del todo. Y mi imagen de
escritor libre, bohemio, mal vestido y hambriento la tenía muy perfilada;
peligrosamente perfilada, aunque por fortuna nunca sucumbí a ella. Desde la
gallofa bohemia se me han visto con frecuencia tendencias burguesas, y desde la burguesía de orden, actitudes
disolventes.
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