La alfarera se va y se lleva sus enigmas.
Vuelve al misterio de la Esfinge. Por eso me decido a contar lo
de Rajoy y ella. Hay una conexión entre la Alfarera Prodigiosa y Mariano Rajoy
que a muchos sorprenderá. Conocí a la
Alfarera acaso cuando más necesitaba
reorganizar una vida que detestaba no sé por qué razones. Las sé pero no voy a contarlas. Ahora desaparece de mi vida
y yo de la suya. Nunca fue una relación de amor, sino de complicidades y piedad. Ni la
alfarera ni yo tenemos un sentido estricto de la fidelidad. Cuando nos aburre un amante lo dejamos. Sólo se alarmó una
vez cuando, en pleno fervor partisano por mi parte, tras haber visto en Olmedo un combativo Goldoni, le mandé
la canción Bella Ciao de la Resistencia antinazi: creyó que era
un adiós definitivo. Y tardó tres días, me dijo, en abrir el correo. Ni me lo
creí entonces ni me lo creo ahora.
Hubo complicidades y secretos que
unen más que el amor: “nunca escribirás ni dirás nada que dañe mi imagen de
mujer. Hacemos un pacto ¿vale?. Habla antes conmigo”. Nada escribí, mas por mi parte no había pacto sino lealtad:
de artista a artista, de visionario a visionaria. La Alfarera tenía un punto
sáfico inexpugnable. Si en algún momento tuvo trato con hombres,
debió de resultarle vomitivo. La vida de la Alfarera trascendía de su
alfar. A través de ella llegué a una conclusión general sobre las mujeres: abusada de hombres, ultrajada,
la salida mas digna para una mujer es la pureza y la dulzura sáficas.
Después de
tantas complicidades y secretos, nuestra razón afectiva había languidecido hace tiempo. Ambos habíamos desaparecido de
nuestras órbitas astrales: otras amantes y amadores o amadoras. Un tiempo,
además de la alfarería, le atrajo la escritura pero creo que fue un impulso
pasajero que pasó pronto. Una poética, autobiográfica que le dolía. Para mí, ella era ella y sus máscaras geniales. “Eres la
mujer de las mil caras y las mil máscaras”, le dije una vez como elogio. Y se
sintió herida.
La traigo a colación
de Mariano Rajoy, así como suena. Hace mucho tiempo, poco antes de
encontrar camino de las Islas Polinesias, me
puso uno de sus correos metafóricos y
divertidos mientras esperaba un vuelo de
enlace: “estoy más en el aire que
Rajoy”. Por entonces la vida política de Rajoy, es cierto, estaba pendiente de
un hilo. Peor que ahora, que ha cortado
todos sus hilos y vuelve a ser registrador de la propiedad aquí en Colmenar
donde habito y tengo una propiedad en regla. A lo mejor mientras tomamos un
vino, no sé si le gusta el vino a Rajoy, le cuento la anécdota por si quiere
ponerle un poco de romanticismo al registro de esta mi propiedad, ya registrada y en regla que los envidiosos llaman
finca.
La Alfarera prodigiosa era bella, y
es terrible que me asalte el verbo en tiempo pasado, es muy bella quiero decir.
¿Por qué razón los tiempos verbales
responden a una distinta apreciación de la belleza? Como la mirada, como los ojos. Tratando de
forzar un encuentro que la alfarera aplazaba, sin motivos razonables, le escribí una vez “estoy perdiendo tu
mirada, necesito verte”. Y me contestó, pierdes mi mirada porque ya no
recuerdas el pulso de mi corazón. Yo creo que la alfarera había llegado a detestar
su belleza y que esta le había traido más sinsabores que gozos. Ahora, redimida
de todo, la usa como venganza. “Solo
escribirás de mi cosas bellas y si te
cuentan infundios, habla antes conmigo.”
El otro día a modo de despedida, o
así lo interpreté yo, me permitió
acceder a la intimidad de su taller. Desnuda y sagrada, se tendió sobre un
lecho de barro donde imprimió la incandescente voluptuosidad de su cuerpo; hizo un molde y se
modeló a sí misma con asombrosa perfección. Guardo esa escultura que me regaló,
aunque quizá sea mejor destruirla para no alimentar melancolías. Nunca, ni
siquiera en sus momentos de máximo esplendor un poco canalla, la ví tan bella.
Nota a pie de página que recibiré no tardando mucho. O conozco poco a
la Alfarera prodigiosa: “Pese a todo, te tendré informado de mis exposiciones. Me
gusta tu poesía, puede que sea lo único que me gusta de tí”. No me negarán ustedes que la historia es hermosa;
hermosa y enigmática. Nunca ninguna mujer me regaló una historia igual.