DESPIDOS Y CEGUERA
Quizá debiera escribir del coronavirus
que nos asuela, pero creo que todo está dicho, o casi todo, quizá yo mismo he escrito, no sé, a no ser que
alguien descubra que se trata de una guerra bacteriológica de exterminio.
Quien quiera profundizar en lo del
coronavirus, que lea a Camus
autor de La peste y Saramago que escribió Ensayo sobre la
ceguera. Algunos amigos y la revista Artez, me piden que explique las
razones de mi expulsión fulminante y la
de Carmen Rigalt del diario que fundó PedroJOTA, en el que llevábamos escribiendo
30 años, yo de toros y teatro y Carmen, la más deliciosa y viperina crónica de
sociedad, entre otras cosas. La verdad es que no lo sé y estoy dispuesto a
aceptar que son razones económicas. Mi
despido me lo comunicó el jefe de cultura, Manuel Llorente, atribulado y
confuso: “estás despedido”. Tajante y contundente. De paso me transmitía los
pesares de toda la redacción de cultura.
No parece cierto ni demostrable
que haya mediado en en el suceso Jorge Bustos, jefe de opinión, cuyo lema,
“prefiero un corrupto a un
comunista”. En cualquier caso, nada más lejos del rojerío montaraz que el seny catalán de Carmen. A Carmen Rigalt, convaleciente de un infarto,
la citó Rosell, en el Palace para
decirle que no le renovaba el contrato. Conmigo lo tuvieron más fácil; nunca
firmé un contrato y, cuando había que negociar algo, el Jota me exponía la situación y
hablábamos. Hubo dos momentos tensos con
PedroJ. Uno, cuando Paco Umbral
decidió hacer crítica de teatro y tanto Fernando Baeta como Manuel
Hidalgo me dijeron, “El Jota y
todos estamos preocupados por tu
reacción, no queremos perderte”. Al
día siguiente apareció un editorialillo en la tercera que decía: “Umbral y Javier
Villán compartirán la crítica de teatro”. El otro momento, quizá más tenso,
fue cuando me anunciaron el desembarco de Zabala de la Serna en la
crítica taurina, via Luis María Anson, pues el histórico apellido
Zabala, estaba a punto de ser
borrado de ABC, por no sé
qué rara circunstancia que Andrés
Amorós y Antonio Burgos explicaron a su manera, un tanto venenosa
por parte de Burgos. Me limité a decirle a PedroJ que Vicente y yo
representábamos dos conceptos antagónicos
de la Fiesta y yo no pensaba renunciar al mío que él, Pedro, había estimulado
siempre. PedroJ dibujó una página. Por un lado la crítica, digamos
narrativa, y por otro lado un “artículo
de autoridad” firmado por mí. Acepté y la verdad que la página resultó
un éxito incontestable y Vicente y yo nos llevamos razonablemente bien, no
importaba la diferencia de criterios.
Mi llegada al Mundo
Llegué a El Mundo desde El Independiente de Pablo
Sebastián y Cesar Alonso de los Rios que se lo tomaron como una
traición. En El Independiente estaba Florentino López Negrín, subdirector
de Pueblo, el periódico de Sindicatos, de Emilio Romero, que me acusaba de inventarme críticas de
espectáculos inexistentes. No había
razones para eso y Pablo Sebastian lo sabía. El hecho concreto fue una función sobre Maiakowski en
los jardines de Galileo. Diluvió durante un buen rato, la gente y los críticos
pensaron que la representación se suspendería y se marcharon. Yo me quedé y la
función se dio. Le propuse a Sebastián que, para evitar fricciones, yo podía
dedicarme al teatro de vanguardia y Florentino a los clásicos y los románticos
de los que afirmé “era un experto”. Cuando López Negrín y yo nos hicimos
relativamente amigos, me confesó que él
temió que fuera a quitarle el sitio, lo cual hubiera sido como quitarle parte
de su vida. Pepe Lucas, el pintor
murciano de Cieza y muralista de la estación de Chamartín, vecino de Alfonso de Salas, fundador
del Mundo, fue mi valedor.
Valga este excurso inicial para
explicar cómo llegué con honores al
Mundo; y cómo con honores he permanecido hasta el reciente despido escribiendo de teatro. Me llamó Mari Carmen García, la Mariguapi
de las columnas de Umbral, y me dijo: “Habla con Fernando Baeta; PedroJ
quiere que hagas la Feria de Abril de Sevilla, ya tienes billetes y hotel
reservado”. Me quedé de piedra, pues pensé que me llamaba por lo menos como
editorialista, que es a lo que aspira
todo neófito. Ese fue el estilo de captar un colaborador. El estilo de Francisco Rosell de despedir es
otro. Y acaso también el de Alcalá Galiano, el gran jefe, que cuando me
dieron el Premio Carlos Porto en Almada
(Lisboa), a las mejores críticas de teatro, me llamó para decirme textualmente,
“tener un periodista como tú es un privilegio para el Mundo”. Puede que el gran
jefe haya cambiado de opinión. Estos son
los hechos. La situación de la prensa es mala y la del Mundo no es una
excepción, pese a algunas individualidades brillantes que no salvan a Francisco
Rosell, el muchacho de provincias que creyó alcanzar el poder absoluto
conquistando Madrid. Tampoco el Mundo fue generoso con un grande del periodismo
español, el sabio y melancólico Pedro Cuartango. Tras tenerlo un año
como director en funciones, tuvo que marcharse. Ahora le escucho todas las
noches en Radio Nacional de España. ¡Qué
dios reparta suerte.!