Pequeños gozos sentimentales
Recibo una foto de
Darío, un niño de poco más de un año, un niño guapo que tiene una hermana
también guapa que se llama Olaya. A través de esta foto pueden
descubrirse algunos secretos y misterios de la naturaleza. La naturaleza es bella; es el hombre quien la hace bárbara e inhóspita. Crecerán
Darío y Olaya y dentro de unos años acaso no se reconozcan en estas fotos. Darío tiene pinta de actor, posa
instintivamente como actor; cautiva con insolencia inocente de actor el ojo de la
cámara; la cámara se hace cómplice de Dario. Se llama Darío Diaz Amestoy. O sea que no sería extraño que llegase a ser actor.
La foto de Darío me la manda su abuela Esperanza D,Ors, una gran escultora, una artista telúrica de mitos
y de héroes. Esto es secundario al
hablar de Darío y de Olaya; la condición de abuela se impone a cualquier otra
consideración; lo de escultora pasa a segundo plano. Le ocurre igual a mi
hermano José María. Tiene una nieta
también guapísima que se llama Alejandra.
Mi hermano, con solo mirar al cielo adivina el agua y la ventisca, el cierzo y
el pedrisco. Esa condición de hombre enraizado en la tierra y en los vientos es
don de los campesinos de Castilla: ver
crecer la yerba, poner las frutas en sazón, darle a los huertos, con el riego, el verde exacto. Ya nada le importa; sólo la
risa, los balbuceos, los trompicones y la maldades de Alejandra.
Darío será actor, tiene toda la pinta: un galán seductor más
cerca de los gozos del comediante y su paradoja que de los sufrimientos del
Método, seguro. Su abuelo Ignacio Amestoy
es actor, aunque en menor medida,
muchísimo menos, que autor; Amestoy es uno de los
imprescindibles de la generación de la Santa Transición; Ainhoa, madre de Darío, es actriz, aunque no sé en qué grado de
comparación con lo que tiene de autora y directora. Mira, Darío; yo quise ser actor y en mi pueblo, Torre de
los Molinos, una aldea de Palencia, llevaba buena carrera. Mi madre, una
campesina sabia, dirigía comedias y lo hacía muy bien. Si había un papel de
muchacho ese era para mí. Y una vez me dio un protagonista, San Tarsicio, mártir romano de la
Eucaristia; aún me duran los cardenales que los cafres paganos de mi pueblo me infligieron.
Cuando llegué a Madrid, en vista de que no tenía porvenir
como actor, me hice crítico de teatro; para acercarme al misterio, para
descifrar el lenguaje sagrado del misterio. Imposible, Darío; el misterio es el
misterio y acaso sea mejor no descubrirlo nunca. Basta quizá con tener un padre
y una madre, un abuelo y una abuela. Y una hermanilla chica, como Olaya. Con el
tiempo recordarás, por encima de todo, las caricias de la abuela y no sus
colosales esculturas. Ser abuelo debe de ser algo importante. Yo ni lo soy ni
los conocí. Y por eso dicen que, a lo peor, fui un niño desgraciado. No lo
creo, pero algo me falta seguramente. Cuando seas actor ignoro si yo estaré todavía en esta cosa de la
crítica; pero cuenta conmigo. Serás el mejor actor del mundo, lo prometo.
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