Ayer tuvieron lugar dos acontecimientos teatrales de gran
calado, aunque de distinta
significación: la “ejecución”, ya sin apelación posible, de Juan Carlos Pérez de la Fuente como
director del Teatro Español; y la
concesión del Premio Príncesa de Asturias a Nuria Espert.
El domingo baja el telón Numancia y el domingo concluye Perez
de la Fuente su mandato. Traerá cola, es de suponer. A lo mejor, ahora
conocemos a Celia Mayer concejala de
Cultura, que sigue sin pisar el Español, su teatro. A lo peor, no es que Celia le
tenga tirria al cesante; a lo mejor es que el teatro a Celia Mayer y al
Ayuntamiento de Madrid les importa un güevo y la yema del otro
Perez de la Fuente, puesto por Ana Botella, estaba
crucificado sin atender razones de
programación, desde que Podemos llegó a
la alcaldía de Madrid. El numanticidio,
que ha perpetrado en connivencia con Luis Alberto de Cuenca, con el montaje
de la tragedia de Cervantes, nada ha tenido que ver en su destitución, aunque
sea un borrón en la carrera. Los que
vengan ahora también vendrán a dedo, aunque se cubran las apariencias con
formulismos burocráticos.
Pérez de la Fuente fue
perdiendo apoyos de la izquierda, cuando muchos empezaron a no ver claro que en la base de su programación fueran a estar Alfonso Sastre y Max Aub como había prometido.
Pero tenía proyectos de programación, cosa que no sé si tiene
Podemos, a los que el teatro les
interesa poco o nada. Están en otras guerras. A quienes vengan hay que concederles, como a todos, el beneficio de la duda: por sus obras los
conoceréis.
Princesa de Asturias.
En cuanto a Nuria Espert, la enhorabuena más grande y más cordial. Todo lo que tenía que decir de ella
lo dije en la corona de sonetos que hace dos semanas publiqué en el Mundo y que
reproduzco aquí.
Versos de Arte Mayor para Nuria
Espert
TEJEDORA de sueños, hilandera
del copo, de la flor y de la llama.
La que enhebra la aguja y se proclama
diosa de la farándula y santera,
de Eurípides la voz;
santa y ramera
dulcísima, en silencio
ríe y clama
en papeles de fámula
o gran dama
a la que el astro sol
arde y venera.
La que el verso
somete, la que amansa
tempestad de palabras
en espumas.
La que nunca flaquea
ni se cansa
volando entre las
nieves o las brumas.
Sacerdotisa, en vez de
restar sumas.
Y en tí el sueño se mece y se remansa.
LORCA te da limones de sol frio.
Yerma, estéril de
macho y primaveras,
sequedad de rastrojos, polvo y eras.
Adela y su tristeza de
rocío,
Bernarda hiena, hierro
y enlutada.
Sangre y boda de pana
y de cuchillos,
los cascos del caballo
sacan brillos
a la luna y la noche
alborotada.
Relincha el garañón,
Pepe el Romano
busca un virgen
desnudo en la ventana.
La luna se desangra vena a vena
de estaño derretido por tu mano.
Mientras la almohada humedecida y vana
huele a azahar, romero
y hierbabuena.
SARTRE pone en tu boca la emoción
de puta santa. Brecht y el ángel bueno
de Swam, te mira
dúplice y, de pleno,
Hamlet te da venenos
sin perdón.
Genet es tu criada y te venera.
Lope te esconde tu alma en el almario.
Y conserva tu amor en un sagrario.
Miller te besa y libra de la hoguera.
Lope es tu amante infiel y libertino,
mientras Victor García, temerario,
te hace subir del Gólgota al calvario.
Victor sufriente y
cruel, el genuino.
¿De quién eres vestal
y relicario?
¿Cuál es tu soplo, cuál tu don divino?
Estrambote múltiple y desorganizado.
Eres sacerdotisa o eres diosa?
Eres la religión o su oficiante?
Eres mujer o esa suprema cosa
que se llama teatro,
susurrante.
Altar y sacrificio y
camerino.
Lugar sagrado del
sueño y del milagro.
De dónde vienes, Shakespeare o Cervantes?
Cuál es tu origen
Lorca o Siglo de Oro?
Cuál es tu fin, quién te vio errante
desnudarte del pie velando tu cintura
de cortesana dulce,
pura, orante.
Los animales nocturnos
de Mayorga.
En la Sala Jardiel, los mismos animales de hace dos décadas, año más año menos, en el Teatro Guindalera. Idénticos
a los que aparecen en una edición de 2003.
Con los mismos puntos las mismas comas e idéntica estructura textual y
teatral. No creo que haya partido de Juan Mayorga la idea que circula por los
medios -prueba de la frivolidad y ligerezas periodísticas- de que es una
reescritura adaptada a los tiempos actuales de refugiados y sin papeles. La ley
de extranjería estaba entonces y está ahora.
Tengo Animales nocturnos por uno de los textos más inquietantes
y turbadores de Mayorga; terror en la envoltura de unas peripecias cotidianas,
de seres absolutamente normales. El Hombre Bajo (Jesús Torres) el personaje
en el que se sustenta esa amenaza de terror, es un vecino ejemplar que oculta el poder inconcreto de un misterio más intuido
que real. Me gusta la blandura aparente de Torres, el presunto malvado, para
expresar su amenaza. El Hombre Alto (Pablo Gómez-Pando), el sin papeles, es
un ser atenazado por el miedo que lo convierte
en súbdito sumiso; el vasallaje
del pánico. Desde esta óptica del miedo se entiende un personaje débil y
vulnerable frente a la rotundidad de su compañera la Mujer Alta (Viveka
Rytzner). Acabará apoyándose en la mujer de su opresor, la Mujer Baja (Irene Serrano), liberada del insomnio
y de sus fantasmas. Correcta interpretación de un preciso naturalismo de un equipo joven y poderoso.
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