El currículo teatral de Pablo
Messiez es impecable e incluso espectacular: está muy reciente su dirección de He nacido para verte sonreir. Y sin
embargo en Bodas de sangre, el
siempre admirado Messiez no está a la altura de las circunstancias, no está a
la altura de Lorca, quiero decir. Lorca no necesita modernizaciones, aunque
es de agradecer el esfuerzo de Messiez, por dotar este montaje de un esteticismo loable en lo que a la parte
plástica y visual se refiere. Incluso en el Romancero es modernidad pura. No se
entendería la cumbre de la modernidad y el surrealismo de Poeta en Nueva York sin el Romancero.
Por lo que se refiere a sus tragedias
-Yerma, Bodas de Sangre, La casa de Bernarda Alba- tienen la modernidad de
Eurípides en las que el azar empieza a debilitar el determinismo de los
dioses. Dos familias enfrentadas, a cuchillo y a navaja. Esta complejidad
emocional Lorca la sintetiza en un argumento simple: la novia se casa con un
buen hombre, y la misma noche de la boda se escapa con otro. En Lorca las pasiones son siempre
destructoras; recuérdese el ahorcamiento de Adela en La casa de Bernarda Alba cuando su madre le dice que ha matado a
Pepe el Romano. Hay ecos en Bodas, de
la Bernarda y su sentencia, “mi hija ha muerto virgen”. Honradez reivindicada,
por la novia (Carlota Gaviño) ante su suegra
(Gloria Muñoz).
Pepe el
Romano y los galopes de su caballo desdibujan la imagen de Leonardo (Francesco
Carril); un Leonardo iracundo e hiperactivo, mal como el resto del elenco. La
madre, Gloria Muñoz, carece de garra dramática; memorable, sin embargo, la
Piedad que compone con el hijo.
Excelente la penumbra del bosque
aunque no entiendo las razones del tórrido
menage de una amiga y dos amigos.
El prólogo remite a Comedia sin título, antítesis de Bodas. No disuenan los injertos de otras obras de Federico, aunque tampoco
entiendo el poema Cielo vivo, que
dice el padre, pálido reflejo de Poeta en
Nueva York; en realidad lo que no entiendo es por qué hace de padre
una mujer disfrazada de hombre (Carmen León).
Cualquier intento de modernidad
con Lorca es una aventura peligrosa. Y hacerlo en playback con Concha Piquer y añorando a Bambino, en el banquete de bodas, es un poco
grotesco. Mejor que la inigualable doña Concha, la diosa de la copla, hubiera
sido, en esta circunstancia, la Argentinita, más afín a Lorca del cual era colaboradora.
Floja versión de Messiez a lo que contribuye una interpretación sin fibra ni nervio. Esteticismo
favorecido por el manejo del color. Lorca no era un esteta, era
un trágico. La imagen de una novia fortachona está justificada en parte por el
padre que la considera “capaz de cortar
una maroma con los dientes”.
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