La Alfarera Prodigiosa mi amiga a la que
hace tiempo, le decía al oído la Oda a Ramón Sijé, “yo quiero ser
llorando el hortelano de la tierra que ocupas
y estercolas, compañero del alma tan temprano”, me dice lo que entonces
me dijo, tú serás mi Miguel, yo seré tu Ramón. Y hoy añade, ¡!malditos todos!!, no te calles ni siquiera ocultes la cólera de Pablo Neruda “vosotros los dámasos, los gerardos, los hijos de perra´”.
Jamás pude negarle nada a la Alfarera, un ser herido y doliente con
súbitas capacidades de júbilo y resurrección. No creo que Ramón y Miguel
llegaran a entenderse como la Alfarera y yo nos hemos entendido en tiempos. Una simple mirada de complicidad.
Aquí va breve biografia de
Miguel. Ella será un poco el reflejo de las mujeres que lo amaron, que no
fueron pocas, aunque él no se daba cuenta.
Los poetas del 27, exquisitos
burgueses y el que más Rafael Alberti comunista por influencia de María Teresa León, desdeñaban a aquel
poeta pastor. Maruja Mallo,
devoradora de hombres y tan genial pintora como escultor era Cristino, su
hermano, le quitó la virginidad celosamente guardada para Josefina Manresa.
En Madrid José María de Cossio le quitó el hambre metiéndolo de redactor en la enciclopedia de su nombre, el Cossio. Luego le salvaría del
fusilamiento intercediendo ante Franco, “excelencia, no querrá hacer usted,
ante la opinión universal, un nuevo Federico
García Lorca”. Asunto cerrado. Miguel quedó en libertad y tras múltiples
peripecias, detenido de nuevo. Cárcel y muerte por falta de atención médica.
Muerto en los presidios de Franco
Miguel Hernández era miembro del
partido comunista, comisario político, poeta de trinchera, “Rosario dinamitera,
sobre tu mano bonita celaba la dinamita sus atributos de fiera”. Era, en el
fondo, un inocente.
Por qué mi adorada Alfarera me lo recuerda
ahora y pide venganza y recuerdo? No lo sé. Tengo que meditar esto. Desde que se convirtió hace
varios meses en mujer de agua, allá por las malditas islas polinesias,
tengo cuentas que ajustar con la Alfarera. Tengo casi la certeza de que
esa mujer, junco y agua, no es la alfarera que yo y Miguel Hernández conocimos.
Me ha llamado por teléfono hace
unos minutos, ignoro desde dónde.
Solloza. Susurra con su voz de
cristal quebrado de actriz incomprendda: “yo quiero ser llorando el hortelano…..”
Cumplo mi promesa; antes de que den las doce mi recuerdo a Miguel Hernandez;
esa cabeza de tierra y mármol que dibujó
en la cárcel don Antonio Buero Vallejo.
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