Terror en las Ramblas
Ha muerto un hombre, han roto un paisaje. El paisaje de Canaletas, de la Boquería. Canaletas en escombros y la sangre
me devuelve una imagen no sé sí fantasma de hoy o materialidad de hace 40 años.
La sonrisa de una novia, que apenas lo fue pues tenía otro novio con el que
pensaba casarse. Y un teléfono ensangrentado que no me permite llamar a la Alfarera
Prodigiosa para informarle; Gracias Hijos
de la Gran Puta, por devolverme esos labios y esa risa y a la Alfarera.
Canaletas, la fuente del milagro, el corredor de la muerte Hijos de la Gran
Puta.
Las Ramblas fue mi
segunda patria. Rambla de los Estudios, Rambla de San José, Rambla de las Flores, Rambla de Santa Mónica hasta
llegar al puerto, y la estatua del facha
franquista de Cristóbal Colón señalando
América. Cada Rambla un recuerdo, pero ninguno como Canaletas mártir, la risa,
el beso, la mariposa leve de sus labios leves de una novia leve que no llegó a
serlo. El sobresalto por si la Alfarera andaba por allí sin sus prodigios. Y de
golpe, José Agustin Goytisolo, “conozco
el soplo de tus labios mojados”.
En las Ramblas han matado un paisaje y muchos hombres y
entre ellos a Pepe Carvalho, el
detective comunista de la CIA y a Manuel
Vázquez Montalbán, clientes del Mercat,
y su educación sentimental y las canciones de doña Concha Piquer, la actriz de
la copla.
Volveré a recorrer ese kilómetro que fue mágico y hoy es el horror, hasta el puerto pensando,
con miedo, en tantos paisajes rotos, tantos hombres muertos y para nada. Porque
este crimen no cambiará el signo de la historia. Llegaré hasta el puerto
sabiendo que Montalban y doña Concha nunca creyeran que ese puerto era el del marinero de Tatuaje. Compraré rosas en la Rambla de la Flores, sin saber a quién regalárselas, aunque sí, está
esa sonrisa de Canaletas, la sonrisa de una novia que no lo fue, acaso mi
primer Alfarera. Volveré a Canaletas para dejar las rosas ofrenda imprevista
pues la barbarie se presenta sin avisar.
Uno tiene un sonrisa, un rostro, una noche de jazz en la Plaza Real en el
Jamboree con Tete Montoliu que desde
su ceguera nada de esto entiende. Y Canaletas, siempre Canaletas. Me pararé
frente al Liceo, esperando, con la boca abierta por el asombro como antaño, la
salida de la gran gente importante, la
procesión nocturna de los elegantes enjoyados. Y tomaré Conde Asalto y me
pararé en la Bodega Bohemia y tiraré hacia el Raval llamándole a gritos a
Pijoaparte. A Juan Marsé, son tantos
los muertos y el horror y los caidos, que se le olvida que es el autor de una
novela memorable, Si te dicen que caí y
solo se acuerda de La muchacha de las
bragas de oro, que a lo mejor es esa chica de la sonrisa de Canaletas, la
que pudo ser mi novia y no lo fue. Literatura, todo literatura. A la mierda la
literatura. Y las elegías. Hijos de la Gran Puta, eunucos. No habrá harén donde
podáis hallar cobjo.
Antológico como siempre, maestro.
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