Maria Pastor entra en esta serie de Retratos a
Punta Seca por la que ya han desfilado entre otros, Casablanc, Irene Escolar, Luis Bermejo, Beatriz Argüello, Marta Poveda,
Javier Gutiérrez, Sara Moraleda … Hubo un tiempo en que algunos periodistas
inflamados de fervor lírico y patriótico agotaban los adjetivos para referirse
a Maria Pastor; la Pastor era patrimono nacional. Yo nunca me he fijado en sus
ojos, porque me parece que María Pastor
tiene la mirada más bella que sus ojos.
Harta quizá
de consideraciones frívolas como éstas, y de las peripecias de la profesión cómica, María
Pastor ha dejado su talento en libertad. María es una flor de la Guindalera y
soporta mal otros climas. Y en la Guindalera ha diseñado un proyecto creador
que ya ha puesto en marcha. Compañías residentes con total libertad de creación
y de exhibición y de manutención. La inauguración del nuevo centro ha sido una
revelación, la llamada fascinante que una artista sigue sin titubeos ni
rechazos. En este caso, María Pastor es la seguidora de la llamada y, a la vez,
la artífice de la misma: el teatro como
supremo dios del universo. Algo se pierde sin duda en el camino, acaso la
inocencia. Pero la inocencia se recupera. La inocencia es la virginidad del
alma. Y el talento nada ni nadie es capaz de anularlo porque el talento es
audacia, claridad mental y horizontes amplios. Extraña armonía esta antología
de doce representaciones, engarzadas por la dramaturgia de Juan Pastor, que
es una antología de sí misma.
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