viernes, 15 de septiembre de 2017

SARA MORALEDA Y SU RETRATO A PUNTA SECA


 

O al pastel?
El vínculo con el que desde hace un tiempo uní a Sara Moraleda, actriz, con el resto del arte  ha sido  siempre Frida Khalo. Frida y el dolor, Frida y la fuerza de la vida y la capacidad creativa. Vestida de tal y ante la casa de Diego Rivera me envió un dia una fotografía. Había mucha alegría en esa foto. Y cierto dolor como si Frida Khalo presintiera ya el piolet de Mercader apiolando la montaña sagrada de una cabeza especial a la que Stalin había puesto precio. Siempre que volvía de Méjico se presentaba por el café de Gijón y luego los camareros y Pepe Bárcenas me decían ha venido una chica guapa y rara, peinada de una forma y extraña y te ha dejado recuerdos. Yo les preguntaba si venían con ella Trotsky y Diego Rivera y me decían pues no sabemos quién era pero era un elemento antipático que no nos cayó bien.   Vestida de Frida se presentó en la gran fiesta del Premio Miguel Mihura que ganó Beatriz Argüello.

La conocí en un Valle Inclán, en la mesa de las Pingüinas, que esperaban a Fernando Arrabal porque habían trabajado en su obra  sobre las mujeres de Cervantes dirigidas por Pérez de la Fuente. Se me acercó acompañada de María Hervás, a quien yo  conocía de Confesiones a Alá, y me dijo: “Soy Sara Moraleda, siempre has escrito bien de mí”. Ahora ha vuelto de México sin Trotski y sin Diego Rivera. En alguna ocasión hemos maldecido juntos la traición de Siqueiros, acaso el más grandioso muralista mexicano y un estalinista  execrable. El ametrallamiento de la casa en que vivía refugiado Trotsky  forma parte de la historia universal de la infamia, historia que debe asumir todo el movimiento comunista lacayo de Stalin por entonces, el gran zar rojo y asesino...

México esta vez tengo, la sensación de que le ha producido a Sara Moraleda más pesares que gozos. Lo he notado cuando, camino de Mérida o Almada, paso por Talavera de la Reina donde se refugia. Ahora está en  Luchana, en   Don Gil de las calzas verdes. ¿Quién dijo que los clásicos eran aburridos?. Moraleda, Ernesto Arias y yo hicimos el año pasado por Cervantes y sus geniales intereses más que el Instituto del mismo nombre y la Academia de la Lengua juntos. Elegíamos un entremés, yo resumía el argumento y los tres, constituidos en jurado, premiábamos a los acertantes.

 Ernesto Arias

lo ví el otro dia en el Galileo haciendo en La duda, un cura bondadoso frente a una demoniaca monja, la hermana Aloysius encarnada por una odiosa  Carmen Conesa. Hay personajes que marcan y de haberme encontrado por la calle a la Conesa la hubiera escupido a la cara. Complicada obra sobre la fe, la calumnia, la pederastia, la intolerancia, con la coartada de dios y la virtud al fondo. Un texto durísimo  de  Jhon Patrick Shanley. Además de esos dos personaje enfrentados están  la monja joven, hermana James,   y la señora Muller (Marta Wall)  madre de un niño de tendencia homosexual al que elpadre maltrata por ello.

 La hermana Aloysius es una monja que nada tiene que ver con la monja capillera de mi libro Sin pecado concebido, a la que un dia, sin querer, le toqué el culo en la sacristía y desde entonces me daba más vino de consumir y algún bocata que remediaba la precaria dieta del seminario. Mi monja capillera era de una  piedad más parecida a la hermana James.

 La sospecha de pederastia que la monja mala arroja sobre el padre Flynn me recordó El principio de Arquímedes, áspero texto de Josep María Miró que vimos en la Abadía magníficamente interpretado; un monitor de natación acusado de acariciar  a  un alumno con temor al agua; en consecuencia un abusador.

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