La Prensa que se vendió.
O la prensa comprada y manipulada, que una cosa lleva a la
otra y no hay venta sin compra. Tuve en mis manos este texto hace un par de
años por deferencia y amistad del autor Luis
Santos. Hubo algo que me llamó la atención desde el primer momento; la
sintonía golpista del ABC de Sevilla
cuando el tejerazo. Otra sorpresa fue la pasividad de Ignacio Aguirre ante las sugerencias de Juan Carlos I de meterle mano a Eguin,
“ese periódico proetarra”. Los trapicheos, fondos de reptiles y publicidad
institucional según los papeles que se
manejan en La prensa que se vendió, se
llevan a cabo con una docena de
periódicos del Pais Vasco, Cataluña, Andalucia y Madrid. Los datos que maneja el autor proceden de una fuente: el archivo secreto
de Ignacio Aguirre, Secretario de
Estado para la Información que, a la vez, maneja entre otros muchos, datos de
su predecesor, el ínclito (adjetivación mia) Josep
Melia, pidiéndole disculpas al honorable Pujol por dirigirse a él en castellano.
Los escribas de Adolfo Suárez
Elementos chuscos,
como este, aparecen de vez en cuando en La
prensa que se vendió. Falta uno muy sabroso que Aguirre no tenía por qué conocer referido a Carlos E. Rodríguez, ideólogo del
suarismo en Arriba, aunque no tan
principal como José Cavero, y muchísimo menos que Fernando Onega escriba de los discursos
de Adolfo
Suárez. (Afirmación personal al margen del libro). Carlos E. se afilió al
PSP de Tierno Galván, pero se le descubrió una foto, hecho un mar de
lágrimas y con un ramo de flores ante la tumba del recién fallecido Caudillo y
eso le restó credibilidad. Sobre escabrosos sucesos y fiestas no santas en Londres, que acabaron con la carrera
política de un ministro, en los que
participó Carlos E., es preferible no entrar. Y naturalmente ni Aguirre ni
el libro entran.
Estos tres periodistas
adictos a Suarez crearon una publicación, Off the Record, bajo la protección del Secretario de Estado para la
Información Josep Meliá, según La prensa que se vendió. José Cavero se lo ofreció al
presidente con una carta que empezaba, “Querido amigo, tener información
es tener poder (…) sin pecar de pretenciosos creemos estar en condiciones de
ofrecerle abundante y fidedigna información (…) Le ofrecemos el servicio Off the record (…) Nosotros ponemos la información para que
usted tenga el poder”. Y para que no haya duda de la familiaridad que ellos
tienen con el poder, Cavero termina la carta: “querido presidente, esperamos que te sea
útil”, de su puño y letra. Con Leopoldo Calvo Sotelo e Ignacio Aguirre en la Moncloa las relaciones con Off the record no fueron tan cordiales y
fluidas.
Las cloacas de UCD y el archivo secreto.
Al parecer y tal como explica en el prólogo Pilar de Miguel, Ignacio Aguirre, se olvidó
de ese archivo supersecreto al desalojar su despacho cuando UCD fue masacrada
por los votos. Ignoro por qué cauces llegaron al autor, Luis Santos, esos documentos. Las mañas, sobornos y pactos
políticos de la UCD para tener una prensa a su servicio, me parecieron de
interés y aconsejé su publicación. Inluso le recomendé a Luis que un libro de
esas características solo lo publicaría Ramón
Akal -editor de mis libros
malditos- pues eran previsibles no
pocas dificultades. El libro aparece ahora con el sello de una editorial
desconocida para mí, Ediciones Carena.
La prensa que se vendió
es un título ambiguo
y por eso mismo con mucho gancho. No tiene que ver con cifras kioskeras de
difusión, sino con una filosofía de más
alto rango que incluye compraventa de favores, torsión de una línea editorial, manipulación
y corrupción, en suma. La prensa, liberada de la censura y la
dictadura de Franco, se vendió a la democracia de UCD con algunos roces, pero pocos. De ello da fe el archivo
secreto de Ignacio Aguirre, gran muñidor
de muchos desafueros, aunque no el único;
antes que él fueron secretarios de Estado para la Información Manuel Ortiz, Josep Meliá y Rosa Posada. Luis
Santos reproduce en facsímil documentos y escritos sin apenas entrar en opiniones personales.
El golpismo de Abc de Sevilla cuando el tejerazo.
En esa docena de
diarios, echo de menos en la memoria de Ignacio Aguirre más referencias al periódico Arriba, nido de rojos tan peligroso o más que Pueblo que sí aparece profusamente. Lo del rojerío es opinión personal, no del libro. También en
el viejo palimpsesto de Arriba se vendieron y compraron cosas, sin entrar en la
venta, literal y metafórica, de la
Cadena de Medios de Comunicación del Estado, operación que llevó a cabo Malen Aznárez, con impecable acierto
técnico. Aparte del diario Madrid, multado, suspendido y dinamitado, en el
tardofranquismo y en la Transición había dos centros principales de agitación
política, mejor dicho tres: las redacciones de Pueblo y Arriba y los talleres de ABC con fuerte
implantación de CC OO. Sobre Arriba y
la Cadena del Movimiento Aguirre apenas se pronuncia. Pero tienen una historia
que algún dia alguien debiera contar, si encuentra algún archivo secreto como
el de Aguirre. Algo, pero muy poco, he contado yo en Historias
golfas de Café Gijón.
La infiltración filocomunista en la prensa era la gran
obsesión de Ignacio Aguirre; lo cual lo llevó a proteger y a otorgar favores
diversos al ABC de Guillermo Luca de
Tena, frente al izquierdismo de El
Pais: y ello pese a la simpatía de Jesús Salas, director de Sevilla, con el golpe, o los golpes, del 23F. El estudio y la
reproducción facsímil de documentos de La
prensa que se vendió, acaba en el triunfo electoral de Felipe González.
Y llegó el felipismo y EL PAIS.
Con ello no sabemos cómo se vendió el Pais al felipismo, ni la jocosa exhibición de testosterona que hacia
Jesús de Polanco entre sus amigos y mayordomos; las listas negras de periodistas, nada sospechosos de franquismo, de Juan Luis Cebrián. Bueno, lo sabemos
pero no a través de este libro que se cierra con la destrucción de UCD. Sobre
esas listas negras embadurnadas de progresismo, bien podría decir algo El Pais de antes y el de ahora: o
conversos al felipismo o nada. ¡Pais!
Aprovechando la coyuntura, el autor y la prologuista de La prensa que se vendió, abogan por un
código de buenas prácticas, por una deontologia profesional. Eso difícilmente
podría suscribirlo Ignacio Aguirre, inspirador de este libro y gran aficionado
taurino. Solo en toros y no siempre, años más tarde, logré entenderme con él. Le gustaban más mis crónicas del Mundo que las
de Joaquín Vidal; pero creo que era porque Joaquín, el maestro indiscutible, escribía en El Pais al que Aguirre era claramente desafecto.