viernes, 28 de febrero de 2020


PATÉTICA BELLEZA

Autor, Sanchís Sinisterra. Versión y dirección; Magüi Mira. Escenografía; Curt Allen Wilmer y Leticia Gañan; Iluminación, José Manuel Guerra. Intérpretes, Pepón Nieto, Jesús Noguero, Clara Sanchis, Karina Garantivá, Pedro Almagro, Jorge Basanta y varios/as. CINCO

En Naufragios de Alvar Nuñez, Magüi Mira y Sanchís Sinisterra alimentan con entusiasmo la leyenda negra de España; unos conquistadores que se traicionaban y robaban entre sí, tras engañar al indio con baratijas a cambio de oro: corrupción contra inocencia.   No llegan a la dureza   dialéctica de Fray Bartolomé de las Casas y parten de la crónica de Alvar Núñez, superviviente de insólitos peligros, con tres de sus compañeros. A Alvar Núñez le esperaba en España una esposa solitaria, Mariana, que encarna con cierto patetismo una Clara Sanchís demediada y sonámbula. Correcta interpretación en general y de Jesús Noguero en particular. Los españoles, que conquistaron el Nuevo Mundo, eran delincuentes que nada tenían que perder.  La escoria de España. No podía pedírseles refinamientos y cortesías. En una película de mi niñez, apologética y tendenciosa por supuesto, titulada Alba de América hablaban dos marineros cuando se aproximaban a tierra: “Dicen que las indias andan desnudas y caen de los árboles como frutas maduras”. Riquezas y fornicación, este era el espíritu de los conquistadores contra el que Magüi Mira levanta cumbres de belleza.  Es un montaje eminentemente plástico, sensorial.  El impacto inicial, de un grupo de indios caminando bajo la lluvia es irreprochable.  El caballo desde el que perora Pepón Nieto, tuerto, violento y   convincente, como Pánfilo de Narváez,  aporta la contundente materialidad de la conquista;  el terror que inspiraba aquel  ser desconocido y terrorífico sobre el que volaba   el rayo de la muerte.

jueves, 6 de febrero de 2020

JOSE LUIS GOMEZ; Y BRECHT

Jose Luis Gómez. Publicado en mi  columna del MUNDO

Se han iniciado las celebraciones en torno al vigésimo quinto aniversario de la fundación de la Abadía que Gómez ha convertido en un santuario del teatro, regido ahora por su discípulo Carlos Aladro.   La primera vez que lo vimos en España fue en 1975, en el Teatro Lara dirigiendo e interpretando La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, que muchos se empeñaron en llamar la “irresistible ascensión”, hasta convencerse de que resistible quería decir evitable. Gómez salió de Huelva y mientras aprendía, especialmente en Alemania, las corrientes de vanguardia desconocidas en España, trabajaba de cocinero o camarero en algunos hoteles.  Esta común experiencia yo creo que nos unió, pues yo trabajé en un hotel alemán de Canet de Mar, lo que me permitió conocer a Salvador Espriu que vivía cerca, en Arenys.
 Quería demostrar Brecht que el triunfo de Arturo Ui, Hitler, hubiera podido evitarse; la obra, en el Lara, fue objetivo frecuente de los ultrafascistas Guerrilleros de Cristo Rey, que asaltaban el escenario cada dos por tres, cubriéndolo con pintura negra. Los actores Paco CasaresEusebio Lázaro   avissaban a los periodistas, “ya están aquí los guerrilleros”. Y allí íbamos algunos a ver qué pasaba.
He aprendido cosas de José Luis Gómez, en escena, pero nunca en conversaciones  personales; salvo en raras ocasiones, nunca hemos hablado de teatro, sino del dolor.  José Luis lo teme y siente el ajeno como propio; y sabe, como un escritor francés, cuyo nombre no recuerdo, que el sufrimiento puede convertir a los hombres en seres nobles o malvados. Sabe también que la vida no es buena ni noble ni sagrada. Pero él y su teatro han contribuido a hacerla mejor.

sábado, 1 de febrero de 2020

JUAN MARGALLO Y LA FIESTA DE LA REVOLUCIÓN


La revolución fue una fiesta. (Publicado hoy en EL MUNDO)
No siempre era una fiesta, pero tenía un puntazo. Juan Margalllo, un histórico del teatro independiente, de Castañuela 70 y del antifranquismo festivo y demoledor, ha publicado un libro de memorias informales y en parte apócrifas, Vivir del aire: desde su infancia en un pueblo de Extremadura y su adolescencia en Vallecas con el Gayo Vallecano, hasta nuestros días. En ellas está siempre presente una actriz grande, Petra Martínez, compañera de Juan durante 50 años y los que vengan.  Con las necesarias diferencias uno/a parecen el alter ego del otro/a; tanto, que en tiempos llegaron a firmar conjuntamente algunos textos con el nombre de Jon Petrov, sovietización aclaratoria y necesaria, pues Juan Margallo no era del PCE revisionista y estalinista, como éramos algunos, sino de la ORT, Organización Revolucionaria de Trabajadores, marxista leninista vía Mao.  Con estos antecedentes   no deja de ser raro que Juan Margallo haya logrado vivir no solo del aire, sino del teatro.
Vivir del aire es una novela picaresca, género literario estrictamente  español y de lo más noble y divertido del espíritu ibérico,  breves capítulos, brevísimos a veces, como una greguería o un telegrama. No hay unidad de acción, ni de tiempo ni de lugar. Noble, divertido. Y  cómico, de aquellos que retrata Agustín de Rojas Villandrando en El viaje entretenido es Juan Margallo, por otro nombre Petra Martínez si ustedes lo prefieren.  Siempre en la trinchera, Margallo lo ha pasado bien, incluso en esas circunstancias en  que sospechas que algún peligro inminente y desconsiderado puede estar acechando. En cierta ocasión y ya en democracia, aunque fuera una democracia putrefacta, nos invitaron a ambos, en collera, como se dice en la jerga taurina a  dar una charla en el Círculo de Bellas Artes Esto no lo cuenta Juan en su libro. Y cuando alguien del público resaltó los riesgos de ser antifranquista en aquellos días de la Oprobiosa, Margallo aseguró que él había sido teatrero y antifranquista para divertirse y pasarlo bien. Y porque no quería separarse de Petra Martínez. Con lo cual, Margallo refrendaba el aserto de Vázquez Montalbán: “contra Franco vivíamos mejor”. Posiblemente no fuera del todo cierto, pero éramos  más  jóvenes.