martes, 24 de marzo de 2020

Lucía Bosé, la belleza agraviada


Lucia Bosé, la belleza agraviada

Ha muerto Lucía Bosé, acaso su  fantasma, la sombra en azul de la que  fue declarada la “más bella del mundo”. Cuando en el mítico Oliver de Adolfo Marsillach y Jorge Fiestas, nocturnal y dipsómano, se le recordaba esta circunstancia Lucía contestaba: “en cualquier aldea del mundo puede haber una muchacha más bella que Lucía Bosé”. No era mujer de frases, era una mujer solitaria a la que le gustaba rodearse de poetas. Acababa de separarse de “el torero”, o sea Luis Miguel Dominguín, y se dejaba acompañar, por un ganadero, Pérez Tabernero, al que llamaba “el vaquero”. Este   odiaba a los poetas que, a imagen y semejanza de  Berceo, cambiaban con Lucia Bosé versos por vino y bocadillos de jamón o una tortilla de patatas: “bien valdrán, según creo,  un vaso de bon vino”.  Pérez fue la triste sombra enamorada de quien era la diosa de los mejores directores del mundo, la diosa que Juan Antonio Bardem puso a nuestro alcance con una película memorable:  Muerte de un ciclista.
Años más tarde, Lucía publicó un poemario que  no he leído y, por lo tanto, no juzgo. En el Oliver, Lucía no leía versos, sólo los escuchaba. A quien más escuchaba era a Carlos Oroza, un poeta maldito, se decía, el único poeta beat, que ha dado España: “Évame, évame Malú si me transito”. O “una flor no puede ser hermosa si no dejáis que el trigo crezca en las fronteras”.  Carlos Oroza, enclenque, no había muerto de hambre porque   se había acostumbrado a no comer, vivía del aire, era un poeta del aire y espiritual,  como le gustaba decir a Claudio Rodríguez. Carlos Oroza era idolatrado por los estudiantes, sobre todo por los estudiantes del Colegio Mayor San Juan Evangelista, el más rebelde y heterodoxo de los señoritos ricos. La leyenda de que Carlos Oroza se había casado con una rica heredera de los Domecq, de la que se separó al poco tiempo, les fascinaba aunque no les redimiera de su mala conciencia.
Durante unos meses, el día uno o, a lo más tardar el dos o el tres, alguien dejaba en Oliver un sobre rosa con tres mil pesetas dentro y una cuartilla también rosa con la expresiva  firma de unos labios rojos en ella impresos. Siempre pensamos que la remitente anónima era Lucía Bosé. Ese día había jolgorio y fiesta, pues Carlos era generoso y, después de pagar su pensión de la calle Jardines, compartía su riqueza..

miércoles, 18 de marzo de 2020

HISTORIA DE DOS DESPIDOS EL MUNDO

DESPIDOS Y CEGUERA

Quizá debiera escribir del coronavirus que nos asuela, pero creo que todo está dicho, o casi todo, quizá yo mismo he escrito, no sé, a no ser que alguien descubra que se trata de una guerra bacteriológica de exterminio. Quien  quiera profundizar en lo del coronavirus,  que lea a Camus autor de La peste y Saramago que escribió Ensayo sobre la ceguera.  Algunos amigos y  la revista Artez, me piden que explique las razones de mi expulsión  fulminante y la de Carmen Rigalt del diario que fundó PedroJOTA, en el que llevábamos escribiendo 30 años, yo de toros y teatro y Carmen, la más deliciosa y viperina crónica de sociedad, entre otras cosas. La verdad es que no lo sé y estoy dispuesto a aceptar que son razones económicas.  Mi despido me lo comunicó el jefe de cultura, Manuel Llorente, atribulado y confuso: “estás despedido”. Tajante y contundente. De paso me transmitía los pesares de toda la redacción de cultura.  No parece  cierto ni demostrable que haya mediado en en el suceso Jorge Bustos, jefe de opinión,  cuyo lema,   “prefiero  un corrupto a un comunista”. En cualquier caso, nada más lejos del rojerío montaraz  que el seny catalán de Carmen. A   Carmen Rigalt, convaleciente de un infarto, la citó Rosell,  en el Palace para decirle que no le renovaba el contrato. Conmigo lo tuvieron más fácil; nunca firmé un contrato y, cuando  había  que negociar algo,  el Jota me exponía la situación y hablábamos.  Hubo dos momentos tensos con PedroJ. Uno, cuando  Paco Umbral decidió hacer crítica de teatro y tanto Fernando Baeta como Manuel Hidalgo me dijeron,  “El Jota y todos  estamos preocupados por tu reacción, no queremos perderte”.    Al día siguiente apareció un editorialillo en la tercera que decía: “Umbral y Javier Villán compartirán la crítica de teatro”. El otro momento, quizá más tenso, fue cuando me anunciaron el desembarco de Zabala de la Serna en la crítica taurina, via Luis María Anson, pues el histórico apellido Zabala, estaba a punto de ser  borrado  de ABC,  por no sé  qué rara circunstancia  que Andrés Amorós y Antonio Burgos explicaron a su manera, un tanto venenosa por parte de Burgos. Me limité a decirle a PedroJ que Vicente y yo representábamos dos conceptos antagónicos  de la Fiesta y yo no pensaba renunciar al mío que él, Pedro, había estimulado siempre. PedroJ dibujó una página. Por un lado la crítica, digamos narrativa,  y por otro lado un  “artículo  de autoridad” firmado por mí. Acepté y la verdad que la página resultó un éxito incontestable y Vicente y yo nos llevamos razonablemente bien, no importaba la diferencia de criterios.
Mi llegada al Mundo
Llegué a El Mundo  desde El Independiente de Pablo Sebastián y Cesar Alonso de los Rios que se lo tomaron como una traición. En El Independiente estaba Florentino López Negrín, subdirector de Pueblo, el periódico de Sindicatos, de Emilio Romero,  que me acusaba de inventarme críticas de espectáculos inexistentes.  No había razones para eso y Pablo Sebastian lo sabía. El hecho concreto  fue una función sobre Maiakowski en los jardines de Galileo. Diluvió durante un buen rato, la gente y los críticos pensaron que la representación se suspendería y se marcharon. Yo me quedé y la función se dio. Le propuse a Sebastián que, para evitar fricciones, yo podía dedicarme al teatro de vanguardia y Florentino a los clásicos y los románticos de los que afirmé “era un experto”. Cuando López Negrín y yo nos hicimos relativamente  amigos, me confesó que él temió que fuera a quitarle el sitio, lo cual hubiera sido como quitarle parte de su vida.  Pepe Lucas, el pintor murciano de Cieza y muralista de la estación de Chamartín,   vecino de Alfonso de Salas, fundador del Mundo, fue mi valedor.
Valga este excurso inicial para explicar cómo llegué con honores   al Mundo; y cómo con honores he permanecido hasta el reciente  despido escribiendo de teatro.  Me llamó Mari Carmen García, la Mariguapi de las columnas de Umbral, y me dijo: “Habla con Fernando Baeta; PedroJ quiere que hagas la Feria de Abril de Sevilla, ya tienes billetes y hotel reservado”. Me quedé de piedra, pues pensé que me llamaba por lo menos como editorialista, que es a lo que aspira  todo neófito. Ese fue el estilo de captar un colaborador. El estilo  de Francisco Rosell de despedir es otro. Y acaso también el de Alcalá Galiano, el gran jefe, que cuando me dieron  el Premio Carlos Porto en Almada (Lisboa), a las mejores críticas de teatro, me llamó para decirme textualmente, “tener un periodista como tú es un privilegio para el Mundo”. Puede que el gran jefe haya cambiado de opinión.  Estos son los hechos. La situación de la prensa es mala y la del Mundo no es una excepción, pese a algunas individualidades brillantes que no salvan a Francisco Rosell, el muchacho de provincias que creyó alcanzar el poder absoluto conquistando Madrid. Tampoco el Mundo fue generoso con un grande del periodismo español, el sabio y melancólico Pedro Cuartango. Tras tenerlo un año como director en funciones, tuvo que marcharse. Ahora le escucho todas las noches en Radio Nacional de España.  ¡Qué dios reparta suerte.!



domingo, 15 de marzo de 2020


La peste y el coronavirus

Dentro de la devastación que nos asuela, ocasión para recordar a Albert Camus y  su grandísima novela del mismo nombre, La peste, quizá la  mejor novela del siglo XX, después de Los hermanos Karamazov. El doctor Rieux, su equipo de médicos heroicos y sacrificado del que doctores actuales son émulos sin saberlo y sin haber leído La peste. La peste de hoy sin ratas, muertas a millones fuera de las alcantarillas en Camus;  Rieux sale de su casa y aparta con el pié, una rata muerta en  la escalera, cosa extraña. Rieux y su equipo rodeado de dolor, infecciones, alaridos, lágrimas y sollozos. niños torturados, ganglios purulentos, abcesos de insoportable olor y sangre podrida. Rieux encolerizado hasta la descreencia, “no puedo aceptar un dios que permite el sufrimiento de un niño”.    Releo La peste con fría indiferencia, saltándome páginas. Sospecho que la realidad actual supera la literatura. La letra de un libro es letra muerta. Rieux reflexiona: “no puedo entender a un dios que permite el sufrimiento de un niño”. (…) “Creo en dios pero no acepto su mundo”.  Ivan Karamazov, el colosal personaje de Dostoiewski    viene a decir lo mismo al ver niños sonrientes, como en un juego,  ensartados en las bayonetas de los soldados franceses. Francisco Umbral en Mortal y rosa, la gran elegía por su hijo Pincho, manifiesta cierta afinidad con los dos.  La peste y el absurdo, El extranjero y el absurdo. El dolor es absurdo y el absurdo es el fundamento del existencialismo camusiano, es la vida. El coronavirus es el ángel exterminador. Es doloroso, es igualitarista y lo mismo ataca al pobre que al rico, al  de extrema derecha que al  de extrema izquierda si es que siguen existiendo esos extremos.  Todas las salas de teatro clausuradas, una vida sin teatro no es vida; pero seguiremos viviendo. Como si no hubiera pasado nada, como si nada estuviera pasando. Preocupados por la gente que amamos y nos ama. Parafraseando la más grande elegía de todos los tiempos, las Coplas de Jorge Manrique, “nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la peste que es el coronavirus”.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Teatro testimonial sobre Un MUNDO A la DERIVA


Antropoceno

Idea y dirección, Thaddeus Phillips. Espacio escénico, Emilio Valenzuela y Thaddeus Phillips. Iluminación, Paloma Parra. Reparto Silvia Acosta, Julio Cortázar, Kateryna Humenyuk, Almudena Ramos. Escenario, la Abadía.

Condenados

El mundo camina hacia el desastre, hacia su autodestrucción planificada. De vez en cuando, alguien toca a rebato.  Pero es un fenómeno que se mueve por un marketing muy planificado. Antropoceno es una obra necesaria en su intención y prescindible, o al menos confusa, en su materialización. Se trata de un encargo de José Luis Gómez a Thaddeus Phillips tras una serie de peripecias más causales que casuales; en cualquier caso, el azar unido a la necesidad. La función se resiente de un exceso de literatura.  Y de doctrina. Elementos discursivos y literarios, aunque a veces prevalecen, para descanso del espectador, efectos lumínicos de grandes resultados. Cansa y termina por aburrir a algunos. Entusiasma a otros que aplaudieron con calor. El teatro doctrinal, aunque no hay teatro inocente, nunca ha dado resultado. No hay teatro inocente, ni siquiera el más combativo o el más acomodaticio.  Está correctamente interpretada, sobre todo por el poliédrico Cortázar, sin grandes luminarias. Montaje correcto, sorpresivo a veces; escenografía giratoria. Podríamos llamarlo “teatro de cámara”; o “teatro de arte y ensayo”, expresiones muy celebradas hace años. Toca una realidad muy próxima,  alentada por la carismática Greta Tunder de cuya predicación se perciben ecos innegables. La gente también se interesaría si una obra de teatro tratara, en estos días del maldito coronavirus, sobre la peste que nos asuela.

Javier Villan, paradigma

Hllp://www.artezblai.cm/artezblai/javier-vill-como paradigma

lunes, 2 de marzo de 2020

Becket, el absurdo y Fernanda Orazi


Cruel pureza del absurdo
Los días felices
Autor, Samuel Becket. Versión y dirección, Pablo Messiez. Escenografía y vestuario, Elisa Sanz. Iluminación y vídeo, Carlos Marqueríe. Espacio sonoro, Óscar Villegas.  Reparto; Francesco Carril y Fernanda Orazi. Escenario, Valle Inclán.   
El teatro del absurdo es el realismo estilizado en tiempos de aflicción; además de ser la única explicación posible de la existencia humana inexplicable.  Winnie, protagonista de Los días felices, es un personaje fascinante. Y el talento de Fernanda Orazi lo hace más fascinante y turbador: una mujer, enterrada hasta la cintura, dialoga con su esposo, voz invisible hasta que al final se materializa en un cuerpo. Winnie es un personaje que marca a un autor y acaso el panorama teatral de una época.  Formidable Fernanda Orazi, en un registro dramático suavizado por el humor y la ironía. Un catálogo de gestos y ademanes, los innumerables gestos que una mujer normal despliega a lo largo del día; maquillaje, vida cotidiana, autoafirmación o desconexión con la realidad que, a la postre, es la esencia del absurdo, sea la filosofía de Camus o la teatralidad de Arrabal, Becket o Ionesco. Formidable Pablo Messiez en la dirección de un texto estático, difícil de dirigir precisamente por su estatismo, por la raíz literaria del mismo. Es un acierto   la acumulación de cascotes en vez de tierra, que da a la escenografía cierto carácter de expresionismo sucio. Apoyado en Carlos Marqueríe, mago de la iluminación creadora y ensimismada, Messiez narra en esta función el paso de las horas del día; desde el amanecer hasta el atardecer incandescente y rojo. Para simular la noche la escena se va a negro y se sugiere con un apagón total, recurso que se me antoja pobre y fácil.
Cada gesto de Fernanda Orazi es un enunciado dramático, cada silencio y cada palabra una invitación a descubrir el sentido o sinsentido de esa mujer medio enterrada. Los días felices es la pieza definidora de Samuel Becket y la pieza clave del teatro del absurdo en todas sus vertientes. Menos conocida que Esperando a Godot, pero de una onda expansiva demoledora; una angustia insidiosa y un desasosiego paralizante; en Becket está el teatro de la crueldad de Antonín Artaud con más énfasis que en el absurdo de Ionesco; y  está el absurdo existencialista de Albert Camus, por ejemplo;  el teatro como purificación  y catarsis descarnada.