sábado, 31 de diciembre de 2022

 

Serrat

Visión primera de Joan Manuel Serrat

Se va Serrat, pero su música se queda. Nada nuevo que no se conozca ya, puede decirse de Joan Manuel Serrat, catalanista en tiempos, convencido de que la lengua es la verdadera patria, y réprobo del franquismo. Y héroe popular por su música y canciones que han marcado a varias generaciones. Esta es, pues, mi visión personal de unos tiempos en los que coincidimos en la Universidad laboral de Tarragona. Ya ven ustedes lo que es la vida, Joan Manuel ha llegado a la cumbre y yo me he quedado en periodista, crítico de teatro y toros por más señas. También he publicado una docena de libros, más o menos, de viajes y poesía. Coincidimos una noche en un teatro de Madrid, codo con codo, y no parecía Serrat tener ganas de evocar aquellos tiempos. Pero esto no lleva a ninguna parte o eso me parece a mí. Serrat es Joan Manuel y con esto basta, y yo soy simplemente Javier Villán. Las universidades laborales eran centros para hijos de funcionarios, la obra más querida de Jose Antonio Girón de Velasco, Ministro de Trabajo de Franco, de Herrera de Pisuerga, más tarde llamado el León de Fuengirola cuando rugía contra la pérfida democratización de España. Hasta hubo un  zarpazo tremendo ,  llamado el  gironazo,  en el periódico Arriba, que le escribió Antonio Izquierdo director del mismo, que veía marxistas por todos los rincones y los tenía verdadero pñanico..

Joan Manuel Serrat y yo coincidimos, pues, en la Laboral de Tarragona, ambos hijos de funcionarios. Yo, hijo de peatón cartero y él no  sé de qué funcionariado. Él estudiaba peritaje industrial y yo capataz agrícola pues ignoro por qué razón  no me dejaron estudiar otra cosa que la agricultura que había mamado en mi aldea de Torre de los Molinos, Palencia,  y, todo hay que decirlo, repudiado. También estaba por allí José Maria Pou,  estrella en la actualidad del teatro español y catalán, nada catalanista por entones y ya muy alto y muy grande. Nunca  llamé a Pou para las adaptaciones a  la radio de algunas obras  que  yo mismo hacía. Yo dirigía la emisora del Eugenio D,Ors, uno de los seis colegios de la Universidad. Me expulsaron de la Laboral, con otros dos o tres agrícolas, arguyendo juergas y borrachería en La Canonja, pueblo próximo a Tarragona, donde íbamos a divertirnos los llamados laborales.  La verdad es que ese fue el pretexto. El rector, un mal bicho de cuyo nombre no puedo, ni quiero acordarme, me tenía ganas. Estaba convencido de que yo era un topo que había filtrado a Radio España Independiente, la Pirenaica, una huelga de hambre seguida mayoritariamente por el alumnado  la mala calidad de la comida, huelga que duró dos días. No había sido yo, pero yo me caí con todo el equipo. La circunstancia concreta de la expulsión fue que hubo una pelea en la que fuimos apaleados por los mozos de la Canonja,  furiosos  porque las chicas preferían bailar con nosotros, los de la Laboral.  Vino la Guardia Civil y, en vez de detener a los apaleadores, detuvieron a los apaleados y dieron aviso al rector que rápido como el rayo se presentó allí con mi maleta llena de ropa arrebujada, pero sin mis libros, jurando que jamás yo volvería a pisar la Laboral. Se equivocó, pero eso es harina de otro costal que cuento en mis Memorias de aparición próximo año, espero.   Ignoro lo que pasó con Joan Manuel Serrat y su peritaje industrial. Le perdí la pista hasta que su presencia en la música española fue imprescindible, avasalladora y con frecuencia polémica por su compromiso catalanista y antifranquista. En la Laboral de Tarragona, Serrat  era un activista de la guitarra y la canción, pero un activista muy de orden.

 

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